Observo que el libro de «Los Sota» se sigue vendiendo. Han pasado ya más de cuatro meses y se ha impreso la segunda edición. No oculto que me llena de ánimo. Y no solo las ventas, sino todo lo ocurrido alrededor del libro: los comentarios, las entrevistas mantenidas y los correos con personas que se han acercado hasta mí ofreciéndome más y más información. En algún momento pensé que solo a mí me interesaba esta historia, pero, afortunadamente, estaba equivocado; había al parecer muchos que pensaban que ya era hora de contarla.
Y ahora ya, lanzado a otro proyecto. Es curioso, hay un vacío amenazador entre el final de un proyecto y el comienzo de otro. ¿Seré capaz?, ¿es mi final?, ¿me vendrán más ideas?
En mi caso, creo que hay que tratar de no agarrarse a la primera idea que surja, sino saber aguantar la inquietud, aprender a esperar estando en babia y disponerse a escuchar y ver lo que, a veces, tenemos delante y no se ve.
En babia, escuchando esa música que me hace bien.
Pero a veces no es posible estar en babia, suena mal y los pretendidos prejuicios morales lo impiden. Ya se sabe, no se puede estar sin “estar haciendo algo”. Por eso hay que forzar; en mi caso, marchando en esta ocasión a Sevilla por unos días. Cambias de escenario geográfico y, obligadamente, cambias de escenario mental: otros acentos, otra habitación, otras conversaciones, otro clima y otra comida. Y dejarte llevar; abandonarte, centrarte en la “ensaladilla rusa” de “Mariscos Emilio” (evitar los restaurantes en los que la sirven con “sacabolas” de helado), el atún preparado de tan diversas formas en “La Sal” (excelentísimo templo del atún), o el rabo de toro de “El Cairo” (un restaurante clásico donde no hay que ir el primer día porque puedes terminar por repetir y no probar ya ningún otro más).
Leer más…