Eugenio Ibarzabal

86 AÑOS DESPUÉS.

Publicado por el 07 Nov 2022, en Sin categoría

Fue el lingüista Koldo Mitxelena quien me habló por primera vez del sacerdote guipuzcoano José Ariztimuño, Aitzol. Me dijo que fue el que marcó la pauta en el movimiento euskerista que aparece hacia el año 1929. Fundó Euskaltzaleak y empezó a organizar concursos de poesías. Creó Yakintza y tuvo gran influencia en el periódico El Día, periódico que sacó al euskera del ghetto al publicar por primera vez un artículo en lengua vasca en su primera página.

Aparecieron entonces una serie de declaraciones sobre el euskera –en realidad, ataques– por parte de gentes como Miguel de Unamuno y Pío Baroja. Aitzol, con más o menos argumentos, pero con una gran brillantez, aceptó el combate. Era de los que pensaban, al igual que Mitxelena, que el ataque era la mejor defensa. Dio mucha confianza a los amantes del euskera.

Uno de sus grandes amigos, Pío Montoya, sacerdote como él, me contó su final.

 

A los pocos días de estallada la rebelión militar, Aitzol pasa la frontera y se instala en la abadía de Belloc. En su opinión, la resistencia iba a resultar completamente estéril ante el poderío militar de los facciosos. Este criterio queda reflejado en la carta que Aitzol envía a Pío Montoya el 11 de septiembre de 1936:

“Te agradeceré que, si te enteras de las negociaciones que se llevan a cabo entre carlistas y nacionalistas para llegar a un acuerdo, me escribas cuatro palabras. Tú, que puedes influir sobre Ziaurriz –entonces presidente del Euzkadi Buru Batzar y pariente de Montoya–, haz lo posible para que se pueda llegar a una inteligencia, porque, si no, me temo por la suerte de nuestros jóvenes mendigoizales. Espero que se pueda aminorar en alto grado esta catástrofe si ahora se sabe llevar una labor inteligente; ésta es mi preocupación desde que, a los pocos días de la revolución militar, me convencí de que el triunfo de los militares era indiscutible. Proyecté entonces hacer las paces, más no fueron bien vistos estos primeros pasos. Ahora, sin embargo, es el momento propicio”.

El PNV rechazó estas sugerencias. Pero no fue óbice para que Aitzol siguiera firme en su postura, llegando él mismo a realizar gestiones ante los militares; en un determinado momento cruza la frontera por Etxalar, se presenta ante el jefe de las fuerzas del puesto y pide hablar con sus superiores. En cuanto descubren quién es, ordenan su detención, lo que no logran, al conseguir, y por pocos metros, traspasar de nuevo la frontera.

El 15 de octubre Aitzol explica a Pío Montoya que, constituido ya el Gobierno vasco, su puesto está en Bilbao y que ha decidido regresar.

Desaconsejado por todos, sale a mediodía de San Juan de Luz a bordo del Galerna. El barco es avistado a veinte millas de Pasajes por los bous Alcázar de Toledo, Virgen de Iciar y Virgen del Carmen. El comandante del Alcázar ordena la captura del Galerna, que navega a unas diez millas. El Alcazar logra forzar la marcha y, llegado el momento oportuno, lanza dos o tres andanadas. El Galerna se entrega. Aitzol es detenido el mismo día 15 de octubre. Un periódico guipuzcoano reflejaba así la noticia:

“…y queda, entre la redada de menor cuantía, el pez gordo que es Aitzol, el tristemente célebre curita Aitzol, energúmeno líder del nacionalismo separatista, aventajado traductor al vascuence de las barbaridades legisladas en Madrid y los jurados mixtos, que deshonraba sus hábitos sacerdotales. Mal español, mal vasco, peor ministro de Dios… hispanófobo furibundo”.

Llevado a la cárcel de Ondarreta, es golpeado y torturado. Así nos lo cuenta el aviador francés Pelletier, detenido junto a Aitzol y mudo testigo de la escena.

«…en el primer piso me llevan a una antecámara, pieza grande y desnuda, oigo gemidos, ruido de vergazos sobre un cuerpo. En la pieza próxima golpean, torturan a un hombre. Oír dar de palos a un animal ya es lastimoso, ¡Cuánto más maltratar a un hombre!…

“Los golpes suenan a intervalos regulares. Los gemidos son ahora gritos agudos, luego lastimeros, y finalmente se ve que falta el aliento. Ya no se oye más. Sólo suenan los vergazos sobre un cuerpo inerte, como un colchón. El suplicio dura cuando menos media hora. Estoy helado de espanto, de horror. Ábrese una puerta y aparece el hombre torturado: es el inteligente sacerdote Ariztimuño, mi amigo del Galerna. Apenas se le puede conocer; la sangre le ciega y no puede verme, gime débilmente y anda a duras penas. Se me contraen las mandíbulas, imposible; no hay voz que salga de mi garganta, y un guardián me empuja”.

A la mañana siguiente, el 17 de octubre de 1936, Aitzol es fusilado en el cementerio de Hernani, sentado en una silla porque no puede tenerse en pie.

Montoya, un hombre que rondaba los setenta años cuando me lo contó, incontenible, se puso en ese momento a llorar.

Al que detuvo a Aitzol le honraron con un cargo; de los que le torturaron y mataron nunca se supo nada.

Nadie pidió nunca perdón.

Aitzol es una de las personas que el 31 de octubre recibió, por primera vez, el reconocimiento oficial por parte del Gobierno de España como víctima de la violencia franquista.

86 años más tarde.

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