La política joven de una veterana
Publicado por Eugenio Ibarzabal el 18 Mar 2022, en Sin categoría
Si algo me gusta de Manuela Carmena, con la que estuve el pasado fin de semana en Madrid, es verla fresca, sin que el cinismo imperante haya podido con ella, muy a pesar del trato que recibió por parte de la derecha: “vieja, vieja; roja, roja”, le gritaban algunos jóvenes energúmenos. Ha demostrado saber aguantar, sobrevivir y seguir. Admirable. Aprovecho el viaje para leer su libro, “La política joven”.
¿Se puede reformar la política? Esa es su preocupación y la de muchos. Manuela nos da alternativas, a propósito de las cuales soy más entusiasta en algunos casos que en otros. Ella cree en hablar y en escuchar, en decir la verdad y sancionar al que miente sabiendo que miente; también entiende que los partidos deben cambiar de funcionamiento interno; propugna una comunicación más directa entre elegidos y electores; aboga por abrir la elaboración de presupuestos a la participación popular (tal vez la propuesta ante la que soy más escéptico); y sobre todo, cree en debatir teniendo como base datos, evaluar luego siempre y en algo muy querido para ella: humanizar la justicia (así la conocí, y me consta que ella no solo lo propone sino que lo practica).
Sabiendo que uno participa de la misma preocupación, ¿Qué propondría yo, si es que alguien me lo preguntara? ¿Qué hacer, pero en concreto?
Coincido en gran parte con lo que dice Manuela, pero insistiría en el trabajo callado, en lograr complicidades personales, en no “hacer que se hace”, algo que odio. Creo también en las reglas de juego compartidas, pero elaboradas al principio, no al final, cuando no se saben bien si te pueden favorecer o perjudicar. Me gusta, hablando de comunicación, la que los miembros del Parlamento británico mantienen con sus electores, sean de su partido o no.
Hay cosas que están ya inventadas.
Pero también creo que, si se quiere avanzar, si se quiere hacer algo práctico y no tan solo hablar, por difícil que sea, hay que hacerlo desde dentro de los partidos. Desde fuera se puede hacer muy poco. Para cambiar la política, hay que estar en política. Y estar en política significa, se quiera o no, estar dentro de un partido, de una manera u otra. Guste o no.
Es por eso que, si algo puede ser efectivo es revitalizar la vida de los comités locales de los partidos, que están muy tristes, por no decir muertos, según me dicen. Se habla de que las iglesias están vacías, lo que no es tan cierto, pero si algo está “parado” es la vida local de las organizaciones políticas. Y si los militantes “pasan”, ¡cómo no van a “pasar” de la política los que se encuentran al margen!
Esos Comités, Juntas, o como cada cual les llame, constituyen todavía un lugar de encuentro en una sociedad cada vez más individualizada.
No termino de entender, por ejemplo, por qué el apoyo a la gente que sufrió COVID y que estaba sola a la hora de recoger su comida diaria, o ahora la recogida de dinero, medicinas y recursos para Ucrania, no forman parte del quehacer actual de las bases de los partidos políticos en torno a sus sedes. En un momento en que cada día sale una nueva ONG (lo que demuestra que hay vida), los partidos locales podrían ser los mejores colaboradores de la administración, precisamente porque mantienen una buena comunicación, son leales y saben que las cosas son de todo menos fáciles.
Se puede revitalizar la vida local de los partidos: los movimientos políticos emergentes (evangelistas, musulmanes, ecologistas) han partido de una vinculación con las gentes de su alrededor; en eso radica su fuerza actual. Además de foco de voluntariado, podrían convertirse así en una fuente de información, contraste y mayor integración en la sociedad de los partidos políticos. Incluso, por qué no, en un recurso de formación, ocio cultural y viajes, con la consiguiente fuente de financiación.
Y, además, mantener una buena política de comunicación interna, al menos serviría para evitar el inmenso número de agraviados que hay en la política, de tantas personas que se consideran válidas y que piensan que nadie les llama ni juzga de interés su opinión. Podrían organizarse encuestas cualitativas de manera sistemática.
La gente, ya se sabe, debe estar “sanamente entretenida”.
Comprendo que un plan general puede parecer una tarea inmensa, pero bien podrían iniciarse experiencias piloto, que, una vez conseguido el primer éxito, sirvieran de acicate para los demás. Nuestra primera reacción ante la novedad suele ser de rechazo: “no tengo obligación de hacer eso”, pero si sale bien, decimos: “yo también tengo derecho a eso”.
Por eso el libro de Manuela es interesante: porque, coincidamos o no con ella, está viva, a pesar de todo. Es un buen ejemplo.
No todo el mundo puede decir lo mismo.