Eugenio Ibarzabal

Balance de un retiro

Publicado por el 21 Oct 2017

Llevo un tiempo retirado. Observo que mis expectativas de cuando comencé y la realidad de lo que ha sucedido no han coincidido del todo. Pero algo sí se ha cumplido: el teléfono ha dejado de sonar. Ha vuelto a suceder. Otra vez.

Antes se produjo con mi salida de la vida política, luego con el abandono de la consultoría. Uno sabe que va a suceder, y, sin embargo, el ego se resiente. Pero es solo el ego.

Se ha producido algo muy sencillo: lo que tú hacías antes, hoy lo puede hacer otro. Incluso mejor. En este sentido, no ha hecho sino funcionar la ley de la oferta y la demanda. Te han sustituido. Pero, en otro sentido, también es una llamada a darte más.

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El demonio existe.

Publicado por el 25 Jun 2017

Me confiesa que le duele mucho el pie y que tiene que dar el camino por terminado. Me sorprende la seguridad con la que lo dice. Le contesto que la puedo acompañar hasta un médico, que tal vez sea menos de lo que teme y que con un descanso de un par de días es posible que pueda reanudar la marcha. Se reafirma en que no.

Es alta y fuerte. Suiza. Genevieve. Me llama la atención su pelo alborotado, sin que uno sepa muy bien si es su pelo o más bien ella quien se resiste al peine. Tendrá unos cuarenta y tantos años.

Parece tenerlo todo arreglado. Marchará a Sevilla, lo que me sorprende, y cuando se recupere irá a León y desde allí terminará el camino. Me pide ayuda para encontrar la mejor combinación, pero para cuando empiezo a enterarme de algo observo que lo tiene todo ya organizado.

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Hoy me he emocionado.

Publicado por el 14 Jun 2017

Recibo como cada miércoles a los peregrinos que pasan por el pueblo y entran en la iglesia. Hace mucho calor y el paso de El Perdón, con esta temperatura, cansa a cualquiera.

Algunos se sientan en un banco con la mochila amarrada aún a su espalda. Vienen derrengados. Y empapados. Me acerco a ellos y les ayudo, si quieren, a desprenderse de su pesada mochila. Me miran sorprendidos, pero todos me lo agradecen. Advierto su sudor en mis manos. Pero no noto en mi rechazo alguno. El fresco y la penumbra hacen de la iglesia un lugar acogedor.

Se sientan, cierran los ojos y se quedan quietos, muy quietos. Sé que descansan. Me gusta verlos así, descansando. Hay también quien, de repente, dobla sus rodillas, hunde la cabeza entre sus manos y me parece que se dispone a rezar. ¿Qué pedirá? Observo sus caras. Son varios los que se levantan para encender alguna vela. ¿Cuál será su propósito?, ¿por quién la encenderán?, ¿alguien habrá encendido alguna vez, sin que yo lo sepa, una vela por mí?

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Idoia Estornes: «hay que rebotar, rebotar y volver a rebotar»

Publicado por el 29 May 2017

Es un ser especial, en el mejor sentido de la expresión. Creo que a Idoia le va perfectamente la expresión “ser una observadora comprometida”. Hay algo de vidas paralelas entre ella y yo. Nos hemos encontrado en muchos momentos, vivido con intensidad algunos acontecimientos, apreciado mutuamente y, curiosamente, hemos terminado uniendo nuestras vidas a dos súbditos de la Corona británica que nos han hecho la mar de felices. Con su libro sobre ELA: “Cuando Marx visitó Loyola”, la historiadora se sitúa en su vertiente más académica. Aprecio su sinceridad y desparpajo, poco habitual en este país tan “correcto”, aunque yo diría más bien temeroso de llamar la atención.

Le pregunto por ese acontecimiento que marcó su vida.

– Cuando me sacaron de Chile y me trajeron aquí. Un aprendizaje de doble identidad. Importantísimo para mí. Tenía 16 años. Encontrar lo que me encontré no resultó estimulante, pues venía de la democracia. Pero me hago de inmediato al lugar en donde estoy.

Esto es algo que me encanta de ti: tu capacidad para adecuarte a las nuevas situaciones. A los sesenta y pico años por ejemplo, tras una separación, rehaces tu vida.

– A los 63 saco el carnet de conducir. Es que hay que rebotar, rebotar y rebotar. La piedra de toque fue la cincuentena. Conocía muchas leyendas negras sobre menopausias y miserias, gente que se hunde, sobre todo mujeres. Tropecé con un libro, “Fear of fifty” (Miedo a los 50), de Erica Jong, divertido, amenísimo, en el que Jong cuenta todo lo que hizo a partir de esa edad. “Es mi Biblia”, pensé, “esto es lo que voy a hacer”, aunque luego no fuera del todo así. Tenía varios desafíos: el tramo final de la Enciclopedia, la familia -que empezaba a decaer-, un hijo adolescente -que buscaba trabajo-, la pareja –en plena despedida-. Me iba quedando sola. Pensé: esto no puede ser. Regalaba ese libro a mis amigas.

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Iñaki Aldekoa: «Me siento satisfecho, aunque el sufrimiento de este país podría haber sido mucho menor».

Publicado por el 05 May 2017

A Iñaki Aldekoa se le puede aplicar aquella máxima del poeta: “confieso que he vivido”. Ha estado en la lucha política desde el año 1958 hasta hace dos años, cuando dejó el grupo Aralar. Lo conocí a finales de los sesenta y tuvo un papel importante en mi desarrollo político. Más tarde nos separamos. Recuerdo una etapa de alejamiento ideológico total, disputas incluidas, que no impidieron que mantuviéramos el contacto personal. Pasados los años, nuestra relación se ha fortalecido. Hombre generoso, me ayudó mucho con sus recuerdos y correcciones a uno de los borradores de “Cincuenta semanas y media en Brighton”.

Es hombre de sistema, y consecuente a la hora de actuar con lo que en cada momento su racionalidad le exige. Sabe también lo que es sufrir, entre otras cosas, la tortura y la enfermedad. El tiempo ha hecho que sus sonrisas, esporádicas en otro tiempo, se hayan hecho ahora mucho más frecuentes.
Le pregunto por ese acontecimiento que cambió su vida.

– Tengo 19 años y voy a la cárcel, donde paso un año, como miembro de Eusko Gaztedi. Es un cambio de rumbo que va a suponer una mayor implicación política de la que yo había previsto inicialmente.

¿Qué aprende un joven de aquel tiempo en la cárcel?

– Supuso un proceso de maduración. Siempre he sido muy respetuoso para con los mayores. Hasta entonces, pensaba que, por principio, tenían razón. En la cárcel me doy cuenta de que no es así, que podían ser tan mezquinos e ignorantes como nosotros. También conozco a José Antonio Etxebarrieta, que junto a Gabi del Moral tuvieron mucha influencia en mí.

Esas fueron, pues, tus primeras influencias…

– No, la primera fue la de mi padre, trabajador en el molino de casa, carpintero autodidacta y chofer mecánico, que en aquella época significaba ser casi un especialista, que me daría un gran consejo. Siendo aún estudiante, sabiendo que yo estaba comprometido en política, me dijo: “no dejes nunca los estudios. Tienes que terminar la carrera. No dependas nunca económicamente de la política para vivir”. Ese consejo resultaría fundamental. Mi padre tenía también preocupaciones sociales, y leía toda la literatura socialista que caía en sus manos. “En el enfrentamiento, hay que primar siempre el trabajo sobre el capital”, decía. Ha sido importante para mi manera de entender el socialismo. Era cristiano, pero no de ir mucho a misa. Extremadamente crítico con la jerarquía eclesiástica. Supongo que era la consecuencia de lo que había visto en la guerra. Murió de repente, y al saberlo, sentí un mazazo en la cabeza; todo lo que había dentro de mi cuerpo se rompió en trozos, como si fuera de cristal.

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Arantzazu Amezaga: «Nunca he sido una niña»

Publicado por el 09 Abr 2017

La visito en Alzuza, a las afueras de Pamplona. La conocí hace cuarenta años y no nos habíamos visto ya más. Tiene, pues, sentido preguntar aquello de “qué fue de ti”, pero, de inmediato, me doy cuenta de que lo que aún pesa en esta mujer son sus primeros treinta años de vida en el exilio, que la marcan de manera definitiva, empezando por ese acento inconfundible, al que algunos califican de argentino. Le pregunto por un momento especial en su vida.

– Abril de1956, cuando mis padres me dijeron que dejábamos Montevideo. Mi familia pensó que podía regresar del exilio. Significaba dejar Uruguay. Yo me sentía americana, pero me di cuenta de que era vasca. De repente. Tan grande fue el dolor, que fui a la playa, me senté en un banco y me puse a llorar. Es la vez que más he llorado en mi vida. Tenía 13 años. Recuerdo la sensación de desgarro que gravitó sobre mí por primera vez. Yo me hubiera quedado allí, pues era feliz. Sentiré lo mismo luego, al dejar Venezuela: la sensación de estar dividida en dos y la inevitabilidad de romper con una de mis raíces. Porque no eres ni una cosa ni la otra, o eres más bien las dos.

¿Qué significa ese desgarro?

– Cuando salías de casa y marchabas a la calle hablabas y gesticulabas distinto. Te movías de una manera diferente a la de casa. Aprendes a sobrevivir, a adecuarte, a ser otra persona. Intentas hablar como ellos, los otros. Pero el desgarro interior permanece para siempre. Así fue mi infancia.

Muy a pesar de vivir en aquel tiempo en América en una situación muy diferente a la de los que llegan hoy aquí.

– Sin duda, pero mis padres vivían con la sensación de que estaban de paso. Aquello no era definitivo, y, en consecuencia, había un cierto mensaje que te recordaba cada día que “no te hagas del todo”. Las maletas estaban siempre listas para volver. “Esto es provisional”, te decían. No dejaban que te encariñaras demasiado con el país, por más que lo respetaran. Era un paréntesis. La verdadera vida empezaría en cualquier momento y en Euskadi, y había que estar preparada para ese cambio.

Una identidad clavada a fuego.

– Desde el primer momento. Mis padres marcharon al exilio americano, en 1941, en un barco, el “Alsina”, donde había tres componentes: vascos, españoles y judíos, y cada grupo ocupaba un determinado lugar en el barco y tenía un portavoz. Pertenecías a un grupo, no a otro. Lo evidente es que uno era vasco y punto.

Vivías formando parte de una red emocional, que significaba también protección.

– La buena imagen de los vascos en América viene de lejos, desde los exiliados de las guerras carlistas. Argentina es para mí agradecimiento. Recibía a los vascos sin necesidad de papeleo. Uruguay supone la enseñanza de la democracia y la escolarización. Un trato exquisito entre sus gentes. Los vascos no nos caracterizábamos por la amabilidad, al menos entre nosotros. Somos más bruscos. Eso también se aprende. Y luego Venezuela, el cielo azul, un sol esplendoroso; cuando llegué, en 1956, era el país de promisión, la verdadera tierra de gracia, descubierta la riqueza petrolera, y que accedía a la democracia. El dictador Pérez Jiménez cargó tantas cosas robadas en el avión en que huyó al ser derrocado, que tuvo dificultades para poder despegar.

Y en Venezuela, el encuentro con el amor.

– Sí, a los catorce años conocí a Pello Irujo, y desde entonces juntos hasta que murió. Más de cincuenta años. Fue simplemente vernos… y todo lo bueno empezó.…

Esa buena imagen de los vascos en América era, pues, cierta.

– Llevaban una fama impoluta. Cada vasco tomaba su propio camino, sin haber vasco preso o pasando necesidad, pues había solidaridad en cada comunidad, del norte al sur de América. A la semana de arribo conseguías o te conseguían trabajo. Había una autoridad moral, derivada de los Centros Vascos, “palabra de vasco”, decían en Uruguay y Argentina. No entraban en la política del país correspondiente. Hay quien piensa que eran más bien conservadores en lo político, pero se trataba de gente despojada en su pueblo de origen, que había trabajado mucho en su nueva vida, y no se dejaban arrebatar una vez más lo que consideraban suyo, porque lo habían conseguido de la nada.

Y un día de diciembre de1972 decidís que hay que volver.

– A la Nabarra de mi marido, la patria de los Irujos. No queríamos que nuestros hijos tuvieran esa condición doble que hace sufrir. No seguir siendo americano y vasco. Que sean vascos o venezolanos, pensábamos. Todo en el afán de evitarles ese sufrimiento. Que no estén divididos como habían estado sus padres. Hay una parte que se aferra a lo anterior. Pero resurge la actitud del refugiado, que implica saber adaptarse, no enfrentarse, evitar problemas. El refugiado de entonces partía de la convicción de que no tenía ningún derecho. Había que ganarlo. Con quien te aceptaba te relacionabas bien, y con quien no coincidías, tratabas de eludirlo. Los hijos del exilio lo hemos tenido siempre claro. Piensas que relacionarte con quien no te quiere es mucho lío; te das la vuelta y te vas. El espacio es enorme. Oteiza solía decir que es una actitud muy vasca.

El exilio supuso, pues, una carga.

– También sentí pena al observar que las gentes de aquí no habían vivido la democracia y la vida de libertad que yo gocé. Muchos de aquí que tanto se rebelaban, solo habían conocido amargura y destilaban parte de esa amargura. Habían sido derrotados, viviendo en su propio país. No habían conocido nada bueno como nosotros. La libertad es el aliento, un aliento amplio y generoso del que yo disfruté y otros no.

En América trabajas para la fundación Alianza para el Progreso de John Kennedy. Lo llegas a conocer.

– Una gloria de hombre, guapo, atractivo, sonriente. Hablaba de los temas políticos a ritmo de poesía. Siempre agradeceré haber sido elegida para aquel trabajo, como bibliotecaria, enseñando a leer y escribir a los campesinos, montando para ellos bibliotecas especializadas. Su lema era “un hombre, un libro”. También conocí a su mujer, Jacqueline, vestida de seda, pero de carácter de acero. Hablaba castellano. No me extrañó su entereza y su valor en los momentos inmediatos a la muerte de su marido.

Pero la América que tú conoces va a ser al poco tiempo lugar también de dictaduras e insurgencia.

– Recuerdo la entrada de Castro. Así como el lema de Kennedy fue “un hombre, un libro”, el de Castro fue “un hombre, un arma”. En lugar de convocar elecciones y ceder el poder, lo retuvo hasta el final. Castro ha sido una desgracia para su país y para América. Cuando escuchaba cómo le alababan aquí, pensaba: ¿cómo alguien puede estar aún en esa onda? Hizo una guerra durante dos años ayudado por los americanos, muriendo tantos jóvenes, para luego venderse a los soviéticos que pagaban más.

¿Qué echas en falta en tu vida?

– Nunca he sido niña. No he tenido momentos de inconsciencia. No he trepado a un árbol sin pensar en el vacío. Desde que tengo memoria me di cuenta de que estaba en el exilio, que es tierra de nadie. Aprendí a andar sabiendo que un resbalón era mortal. Recuerdo que un día, observando a mi ama, que tenía problemas de salud, pensé: “Si le pasa algo, voy al orfanato”. Porque en el exilio no hay otra familia que la parental. Los abuelos, los tíos, el complejo familiar, está lejos. De algún modo eso me ha marcado. Siempre vas caminando con temor. Se aprende a sobrevivir.

A la luz de hoy, ¿qué te ha ido bien en la vida?

– Soy optimista de naturaleza y he tenido suerte. He vivido momentos esplendorosos, pues viví el final del franquismo. Me tocó presenciar el festejo del arribo democrático cuando aquella avioneta nos trajo a Manuel Irujo a Noain. Había miles de personas. Fue un júbilo para Navarra, luego se torció. Pero hay que ver lo positivo. Cuando amanezco me digo: hoy me va a pasar una cosa buena y una mala. Y tengo que balancearlo. Porque no somos ni tan sortudos ni tan desgraciados. Eso me ha ayudado mucho. En casa fuimos perdedores, pero nunca tristes. Aita, que era un intelectual, era más un hombre de risas. Y a mí me gusta reír. Pello reía mucho. Hoy vivo con mucha ilusión la marcha del Gobierno de Uxue Barcos.

Y hablabas de que también has tenido suerte.

– Suerte en las cosas importantes, porque hay cosas importantes y cosas que no lo son. La salud, mis hijos me han dado satisfacciones sin fin, mi matrimonio fue excelente, mis padres extraordinarios. Son cosas importantes. Hoy pienso que incluso ha sido bueno haber vivido con una cierta apretura desde el punto de vista económico, sobre todo en mi etapa de juventud.

Estando en Alzuza, te tengo que preguntar por tu relación con Jorge Oteiza.

– Iziar y Jorge me adoptaron. Ella era maravillosa. Lo atemperaba, lo moderaba. Nos reíamos mucho en aquellas tertulias bajo el techo de esta casa y en el de la suya, donde está ahora el Museo. Nunca entendí sus líos con Chillida; ni cuando se pelearon ni cuando, un día, se amigaron. La esencia de nuestra relación era la charla amena, el buen humor y las risas. Hablábamos e incluso discutíamos de América, de arte, de filosofía, de poesía… de Euskadi, siempre, y por más grave que fuera el tema, terminábamos riendo.

Y ahora la vejez, que llega para quedarse.

– Es un tema complicado. Sentir que el cuerpo no responde como antes y asumir la soledad cuando se ha ido tu amado compañero. Tengo miedo sobre todo a convertirme en una carga. Eso también me ha dado el exilio: la voluntad de no ser carga para nadie. Hasta ahora lo he logrado.

Una vida.

– Un recuerdo infantil: dejando Montevideo rumbo a Caracas, cargando una mínima biblioteca personal.

– Estudios: Licenciada en Biblioteconomía y Técnica Superior en Archivos, Facultad de Humanidades y Educación, Caracas.

– Escritora: Diecinueve novelas históricas, biografías, entre ellas la de Manuel Irujo, entrevistas, colaboraciones en revistas y artículos de opinión en Grupo Noticias y otros.

– Premios: Sabino Arana (2014); Elgeta (2016); Premio Manuel Irujo (2016)

– Pasiones secretas: la natación. Casi diariamente. Le gusta elaborar abalorios. Y cuida sus rosales.

Sabino Padilla: «La visibilidad tumba hasta el más humilde»

Publicado por el 27 Mar 2017

Con Sabino me ha sucedido algo muy especial. He tenido relación con él desde antes de que nos conociéramos, hace relativamente poco. Me confundían con él en la calle, pues dicen que nos parecemos físicamente. Varias veces me han parado y preguntado por mi opinión del partido del domingo del Athletic. Alguna vez he seguido incluso la conversación como si se tratara de él. En realidad, no he hecho sino escuchar hablar al interlocutor, que para eso es por lo que quería saludar a Padilla, para decirle lo que el Athletic tenía que hacer, según él. Mientras tanto, yo respondía con monosílabos y me despedía amablemente, para no dejar en mal lugar a mi desconocido amigo.

Le llamo en uno de sus ir y venir de Canadá, su nuevo territorio de sueño. Le pregunto por ese antes y después.

– No tengo una fecha precisa, pero sí acontecimientos que sirven de transición hacia otros. Nacer en Otxandiano me ha condicionado, porque suponía que para ir a más tenías que emigrar, que salir, que marchar, pues en Otxandiano no había oportunidad de formación. Y esa idea me ha marcado, pues es lo que he hecho a lo largo de mi vida: ir de un lugar a otro.
Otxandiano, pues, para lo bueno y para lo malo.

Otxandiano marca carácter. Hay algo especial en sus personas: son sociales, interactivos y abiertas, junto a un cierto sentido optimista de la vida.

¿Tú eres así?

– No tanto. Eso es lo que me ha dado desde pequeño mi familia y ese ambiente. Gran parte de lo que hecho luego ha dependido de lo que mis padres hicieron conmigo. Han estado ahí por si acaso, pero nunca vigilándome. Lo mismo me sucedió en Eskoriaza. Son pueblos que forjan a uno. Se habla de los pueblos como lugares cerrados, pero en mi caso el recuerdo es de lugares abiertos, donde la relación es fácil. No he visto esa gente obcecada con lo suyo de la que a veces se habla, sino gente lista para salir, sabiendo desde siempre que el pueblo da lo que da.

Un buscador de conocimiento. Valladolid, Saint Etienne y luego Canadá. ¿Qué encontraste en Canada y en los Estados Unidos de América?…

– Personas, nuevas relaciones, laboratorios, como los que he conocido en Denver. Observar lo que hacen y cómo lo hacen. Se abren muchas posibilidades, que te permiten modificar lo que habías aprendido. Desaprender. El ochenta por ciento de lo que hoy sé, no se me dio en la Universidad. Sí que partía de conocimientos anteriores, de catedrales mentales necesarias, de conceptos que siguen siendo los mismos, pero la inmensa mayoría de mis catedrales actuales las he construido luego.

Hace poco hablaba con un amigo, buen conocedor de la obra de Picasso. Me decía que, al final, su proceso de innovación era siempre el mismo: construir, destruir, salvar lo fundamental y reconstruir.

– Me vale para lo que hago. Es así. Lo fundamental son las preguntas, que siguen estando presentes. Las respuestas cambian, en ocasiones en función de la tecnología, pero muchas de las preguntas continúan y reconstruimos respuestas.

¿Por qué tu elección por la medicina deportiva?…

– Debido a que era, y soy, muy deportista. Estimaba mucho a montañeros, como Martin Zabaleta o Angel Rosen. Los escuchaba por la radio y eran mis ídolos. Saint Etienne me permitió estudiar e investigar en medicina deportiva. Luego llegó el IVEF.

Pero en ese momento se presenta Chávarri y el Reynold (luego Banesto), y con ello el ciclismo y el rendimiento.

– Sí, lo que supone una aplicación práctica del investigador que ya era.

Para muchos de los que practican el deporte de élite, finalmente, ¿les merece semejante pena?

– A muchos les merece la pena y a otros no. Depende de los resultados, que son de diversos tipos. Hay quien descubre que ha perdido demasiado para lo que ha ganado. Hay una visualización social, que se centra más en unos que en otros, y que, llegado el momento, desaparece. He observado, sin embargo, que algunos lo aceptan muy bien, y que, a pesar de todo, no se arrepienten de nada. Tras haber estado arriba, hoy pueden ser conductores de coches en la carrera, trabajando en total anonimato, contentos, con normalidad. Continúan en el mundo al que pertenecían, la caravana de los ciclistas, y no se les cae anillo alguno. Pero no sucede con todos; hay quien sigue necesitando la visibilidad.

Hay, pues, gente con gran capacidad de adaptación.

– Mucha. Y con mucha humildad, porque el sacrificio y la recompensa pueden no estar muy acordes. El éxito depende también de las decisiones y circunstancia de otros. Dar tanto reconocimiento de éxito a una persona, cuando hay tantas que han contribuido a ese éxito no es lo más justo. Pero es así. Tienes que tener el potencial, sin duda, pero no es suficiente. Hay también un entorno, y las circunstancias.

¿De qué depende el éxito?…

– Primero del potencial, luego de la voluntad de sacrifico y la dedicación, luego los aspectos técnicos son importantes, y, finalmente, de las circunstancias.

Puntúalas.

– El potencial es imprescindible. Si no lo hay, más vale no seguir. Sé que voy a generalizar, pero el entrenamiento es el 50%, lo técnico es el 25% y otro 25% las circunstancias, el medio que te rodea, que es muy importante.

¿El éxito es siempre justo?

– Sí lo es, porque sacrifican mucho, hipotecan la vida de su entorno, con un costo personal muy alto. La familia vive más los fracasos que los éxitos. Los fracasos se viven en tercera persona. La familia sufre un montón. A veces no se le reconoce; es el hijo quien más disfruta del éxito. El hijo piensa: “sí, sí, habéis estado ahí, pero el que ha corrido soy yo”. En todo caso, las relaciones de familia y pareja entonces eran más estables que las de hoy.

De allí al Athletic, y, tras el futbol, tu decisión de abandonarl. Vives acontecimientos muy desagradables. Se produce un cambio de vida. Observas la necesidad de abandonar la exposición. Y hay un traje que te va a ir bien, el de investigador.

– Es el momento de mi separación, mi abandono del Athletic y el inicio en la dedicación total a la investigación, pero para ello tenía que aprender inglés. Y con ello, ese salto de siempre: más. Esos acontecimientos no me moldean como persona. Ya estaba formado, pues era un investigador antes de introducirme en el rendimiento.

Sin embargo, hasta ese momento has estado más volcado en el rendimiento que en la investigación.

– Sin el éxito de la etapa de rendimiento creo que me hubiera dedicado muchísimo antes a la investigación, aunque tengo que decir que la etapa de rendimiento es también una etapa de investigación, aunque distinta, sin laboratorios, y ligado a plazos, personas y circunstancias que no puedes controlar.

Tenías, pues, un Plan B.

– No orientado al rendimiento. Pero no me arrepiento, porque la exposición y el stress te hacen también saltar hacia adelante. Son otros los que me exponen en la época de triunfo, y la visibilidad tumba hasta el más humilde, que además no era mi caso. Es como la espuma de la cerveza: sube y te quedas sin espuma muy pronto. La exposición para mí se ha acabado.

¿Has cambiado mucho?

– No he cambiado. Rendimiento y exposición son inevitables. De la exposición mediática también he aprendido mucho. Es muy fácil poner el foco en alguien y destruirlo.

Has vuelto a nacer. Habrás tenido ofertas y tentaciones.

– Pero sé lo que me hubiera vuelto a pesar. Tienes que optar por lo personal, que valoro mucho más que lo económico. Surgió un tiempo sabático por mi cuenta; lo tenía que aprovechar y rehacerme como investigador.

¿Queda amargura?

– Sí, claro. Hay un momento en que todo el mundo cree que te conoce y puede hablar de ti. La visibilidad es como si te sentaras con todos a la hora de comer, eres uno más de ellos.

Y surge el chico que se fue a Eskoriaza, luego a Valladolid, a Saint Etienne, a Bilbao y a Vitoria. En busca de más.

– La pregunta no es de dónde eres, sino más bien quién eres.

Julio Caro Baroja solía decir que el País Vasco difícilmente puede dar respuesta a la fuerza del pueblo vasco, porque es mucho más que sus recursos.

– Todo está en el imaginario de un colectivo. Eso es lo que realmente funciona. Y en ese imaginario está el ser ambicioso, tener más familia, querer más. Siempre más. Y una vez que vives esa necesidad, eso no tiene fin, es para siempre.

Hay gente sin embargo que no quiere más. Se trata de escoger y elegir.

– Y la respeto. La felicidad es vivir y obtener de la vida acorde con tus expectativas, en conformidad con tu imaginario. En mi caso es responder a una infelicidad que viene de muy antes.

¿Has aprendido a convivir con la amargura?

– Hasta cierto punto. Es también en ocasiones rabia, una cicatriz que está ahí. Se reduce en tamaño, pero existe, y esa existencia es el origen de mucha energía. Desarrolla otros aspectos.

¿En ese proceso del científico se encuentra en algún momento con lo religioso?

– No soy religioso, soy más bien intimista, me gusta lo desconocido, darle respuesta. En esos momentos aparecen preguntas, pero me gusta dar respuesta con hechos, y la respuesta siempre es incompleta, y sigo buscando. No vivo con la catedral construida desde el principio.

¿Qué es lo que te hace levantarte de la cama cada mañana?

– Constatar que he vuelto a despertarme, sentirme bien, ir a correr, sin ninguna limitación que no sea mi intensidad, rememorizar lo vivido y recordar lo aprendido. Somos lo que recordamos, para volver a destruirlo otra vez.

¿Y mañana?

– No pienso en que me queda poco. No pienso en retirarme. Tengo planes. Vivo de esos planes. Crearlos es distinto que realizarlos, porque realizarlos implica una vuelta al rendimiento, a la exposición, y todo eso conlleva los problemas de los que ya hemos hablado antes.

Investigar y publicar lo investigado son dos caras de la misma moneda. ¿Hay juego limpio en las revistas científicas?

– Son buenos referentes. Sirven de árbitros. También aprendes de los porqués de sus rechazos.

Y de nuevo, empiezas a construir otra catedral.

– Me daría pena que porque se caiga una piedra me levantara sin ganas de construir otra catedral.

Al final, ¿qué es lo importante?

– Lo importante es la amistad, y esta es una palabra muy grande, atemporal y que no guarda relación con la cantidad de tiempo que le dedicas a él y a esa relación. Trasciende lo cuantitativo. Empatizas. Y te reflejas en esa persona amiga.

Una vida.

– Nacido en Otxandiano en 1958.

– Doctorado en Saint Etienne.

– Profesor de Anatomía y Fisiología en el IVEF.

– Ingreso en el equipo ciclista de Reynolds, más tarde Banesto.

– Director de los Servicios médicos del Athletic de Bilbao.

– 2008. Prime viaje y estancia en Vancouver. Investigación en Bilogía celular.

– 2013. Responsable de Investigación en ortopedia en BTI. Vitoria.

– Le sigue gustando el deporte e ir a los Pirineos con los hijos.

– Autor preferido: Jaret Diamond, un médico que ha sabido interpretar la historia de la humanidad de una manera única.

– Película: El Gran Dictador.

– Un paisaje: Lake Louis, en Canada.

Escriba su legado

Publicado por el 17 Mar 2017

En más de una ocasión he pensado: cómo me hubiera gustado recoger, junto al testamento de mi padre o de mi madre, un legado de unas cuantas páginas en el que quedara reflejada su vida, sus lecciones importantes, sus fechas claves, los acontecimientos que les marcaron, el recuerdo de sus padres, los libros y personas que les influyeron, algunos secretos, determinadas historias íntimas, aquello que más les hizo disfrutar o sufrir en la vida. Fue en parte por esa razón que escribí “Días de Ilusión y vértigo. 1977-1987”.

Me dije a mí mismo: que los que me sigan hagan luego lo que quieran con ello, pero tengo la obligación de escribir lo que me vino bien y lo que no, lo que me ayudó y lo que no, lo que mereció la pena y lo que no mereció pena alguna, digan otros luego lo que quieran decir.

Y que al menos por mí no quede.

Si a la persona que en este momento me está leyendo le hubiera gustado también disponer de ese legado, tal vez piense que los suyos también echen en falta algún día tener entre sus manos el suyo. Este puede ser un buen momento para escribirlo. Ahora tiene tiempo. Y aún recuerda lo fundamental. Tiene en la mente tres o cuatro acontecimientos que le gustaría transmitir. Podría escribir así, aunque breves, sus propias Memorias.

Es posible que considere que tiene algo pendiente por decir, tal vez porque hasta ahora no se ha atrevido a hacerlo, porque nunca fue el momento oportuno, porque no sabe bien cómo hacerlo.

Si ésta última es la verdadera razón, le puedo ayudar. Sé escuchar. Me gusta escuchar. Puedo preguntar, ordenar y escribir. Lo he hecho ya en muchas ocasiones.

Será algo entre Vd y yo. Podemos pactar el lugar, pero le recibiré muy a gusto en mi casa, en Obanos, Navarra, un lugar de silencio en el que se sentirá en paz.

A los días recibirá su legado, que será suyo y de nadie más. La confidencialidad por mi parte será absoluta. Luego decidirá qué hacer con él. Acompaño un video en el que se me ve impartiendo una charla sobre “El Arte de Escuchar”. Si le interesa, no dude en ponerse en contacto, pues también a mí me interesa su legado.

Inma Shara: «El éxito está en la firmeza interior. En caso contrario, ni vives ni dejas vivir»

Publicado por el 30 Ene 2017

La veo acercarse desde lejos, y la observo mientras ella trata de identificarme entre el grupo de gentes que se agolpan a la entrada del lugar en el que nos hemos citado para conversar. Parece tener frío y contemplo el beige, el color que ha elegido para su abrigo y sus zapatos, dotados de unos tacones que la alzan hasta obligarme a mirarla aún con más respeto. Tan solo el bolso rompe el color dominante, pero muy pronto me doy cuenta de que está también a juego. La imaginaba con el pelo más largo. Todo está en su sitio, pensado y bien administrado, hasta el tiempo que me va a dedicar antes de que marche a la siguiente cita de ese día: el apoyo a una ONG. Parece de porcelana, frágil y vulnerable, pero muy pronto advertiré que si algo la caracteriza es que resulta difícil romperla, pues dispone de una voluntad de acero.
Le pregunto por ese día especial en su vida.

– El 10 de diciembre del 2008, en el que estuve en el Vaticano dirigiendo la Orquesta alemana de Francfort. Un sueño hecho realidad. Una conquista. Había que haber abierto antes muchas puertas para lograr estar allí. Lo viví como un regalo sublime, porque no solo sonaba Mozart, sino que había también acordes de esperanza y de ilusión. Era el concierto de celebración del Sesenta Aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos.

Y más siendo creyente. ¿Qué significa lo religioso para ti?

– Es un pilar como lo es la música. Un código de circulación ético del que se desprende un camino, y que, en mi caso, concede la serenidad y la armonía. Como artista intentas ser grande en el escenario, pero como persona eres muy débil. Me da solidez para orientarme, al menos, sobre lo que no quiero. Me hace sentirme cómoda, éticamente hablando.

¿Has tenido crisis?…

– Siempre se tienen. Por ejemplo, de agotamiento, de ciertas dudas. Pero hay que aceptarlo como parte de la condición humana. Intento que no haya altibajos. Tomo una decisión y soy firme a la hora de llevarla a cabo. He sido educada en el valor del esfuerzo, del trabajo. Y no hay nada baladí. Al final, la música también es un ejercicio atlético donde los acordes principales son el esfuerzo, la capacidad de sacrificio. Es decir, que al músculo que prepara la música, que es el cerebro, hay que prepararlo y educarlo. No puedes memorizar una obra si no hay una preparación previa. No soy alguien que analice el esfuerzo que suponen las cosas. Si sé que algo no es bueno o que no se deprende el resultado que deseo, no me detengo a pensar en ello. Trabajo incansablemente para conseguir aquello que considero importante. Si luego hay cansancio detrás no me importa; considero que es necesario. No me pregunto por lo negativo de las cosas. Soy muy firme para decir: esto no.

A primera vista, pareces la chica que nunca ha dado disgustos a sus padres.

– Soy muy equilibrada. Si algo incomoda a alguien del entorno, busco caminos alternativos. Siempre he creído que se puede obtener el mismo resultado sin herir a las personas.

A veces en la vida hay que enfrentarse, pero algo me dice que odias la confrontación.

– No me siento nada cómoda en la confrontación. Para nada. Siempre hay que apelar al sentido común. Si no encontramos ese acorde que armoniza, pues ya está. Ni uno es mejor ni el otro peor. ¿Quién soy yo para juzgar?

No te rías por lo que te voy a decir, y menos tomarlo a mal, pero la impresión que me das es que eres una mujer fácil. No tiene que ser difícil convivir contigo.

– Intento entender todos los entornos, pero también soy muy firme en mis principios. Es muy difícil que a mí me cambien. Para bien o para mal, he bebido de unas fuentes, tengo una visión sobre la vida en general y sobre la música en particular, e intento ser coherente con ella. Pero también intento escuchar. No miro, observo.

¿Y esto se aplica también a tu trabajo con las orquestas?

– Llevo quince años trabajando con orquestas y no he tenido nunca una confrontación. Somos herramientas de la música, por y para la música, transmisores de sentimientos. Lo primero es la música, no nosotros ni nuestro egoísmo. A partir de ahí todo se hace más fácil, incluso para uno mismo. Con una concepción más amplia de la vida sufres menos.

Es decir, ese posible mal rato no te compensa.

– Tengo un camino, y ese camino lo tengo claro. Amo la música y estoy obsesionada por la música. Y voy a los escenarios porque adoro el contacto con el público. Pero aparte de eso, soy una persona que necesita bien poco para vivir. Soy social, pero introvertida. No comparto redes sociales. Estoy muy anclada a mi tierra. La necesito para alimentarme.

Deduzco que tienes una voluntad de hierro.

– En todo. Si algo es malo per se, no hay que preguntarse porqué. Es malo y ya está. No hay que perder el tiempo en debilidades humanas. Mañana otra cosa, y así todos los días. Es firmeza interior, y saberse una privilegiada. ¿Sabes por qué el ser humano es débil?… Porque siempre añoramos lo que no tenemos. Basta con poner en valor lo que tenemos, que es mucho. Solo quiero que la gente salga emocionada de mis conciertos. Porque la música es un sueño, un parón en la vida, que incluso en sus acordes más dolorosos nunca es un dolor real.

Trabajas en un mundo con gentes de un ego enorme. Hablas de la música como algo que hace bien, pero hay músicos que harán mucho bien pero no parece que la música les haya hecho mejores.

– Totalmente de acuerdo. El ego es primero una inmadurez, segundo una limitación, que la sufre el propio individuo, porque no le permite ver más allá. Supone una pelea interior que no estoy dispuesta a compartir, alimentar y mucho menos practicar. He aprendido a convivir con los egos de los demás, y además me hacen hasta gracia. Si eres firme, se destruyen muchos egos mirando a los ojos de las personas.

Antes he dicho que eres una mujer fácil. Ahora lo completo: eres también peligrosa. En especial para los soberbios.

– Saber lo que no quiero me da alas de libertad, de serenidad. No aspiro a grandes cosas. Me basta con que siga sonando el teléfono.

Y si algún día el teléfono dejara de sonar, ¿qué sucedería?…

– Tendría que aprender a convivir con ello. Disfruto y amo la vida y esto me ha dado herramientas, con las que, si eso llegara a producirse, creo que sería capaz de encontrar alternativas a ese silencio.

¿A qué le tienes miedo?

– Al futuro, a la enfermedad, a la falta de trabajo, a la inseguridad. Vivo concierto a concierto. Pero esto es también un reto. El concierto de hoy se acaba. Mañana es un nuevo público que hay que conquistar con la misma fuerza porque queremos que nos vuelvan a llamar. Es un agotamiento mental y físico, pero también es un reto apasionante. Lo importante es el reto. La magia de la música es que nunca la terminas de atrapar del todo. Siempre quieres más. Hasta que acaba el concierto no respiras y cuando acaba el concierto dices: por qué no habré respirado más.

Habrás tenido que desarrollar una enorme capacidad de visualización cuando preparas una partitura.

– Tengo una gran memoria óptica, una gran capacidad de concentración y de abstracción. Cuando convivo con una partitura empiezo de lo general a lo particular. Interpreto el concierto en mi mente miles de veces antes de llegar al momento de la verdad. Aunque sea a tres meses vista, celebro ese concierto todos los días previos. Son las herramientas para gestionar el directo. Has creado mentalmente una fantasía. Luego necesitas concretarla con la orquesta. Son dos piezas que tienen luego que encajar: lo que tienes en la cabeza y la realidad acústica de la orquesta que ha de llevarla a cabo. Hay que lograr una respiración común, una perfecta simbiosis.

¿Te arrepientes de algo?

– No. Si volviera a nacer la pluma trazaría las mismas tonalidades. A veces me gustaría ser más vital, aunque lo soy a mi manera. Vivo la vida desde la serenidad, la armonía, y observo a personas que son vitales con el día a día y con cosas que son tan insignificantes que no las compartiría, aunque respeto de verdad. A veces pienso que vivo en una cápsula, pero es que la autodisciplina me da seguridad y armonía. No tengo capacidad para ser irresponsable. Mi mente bloquea todo aquello que no controla y que piensa que me pueda incomodar. Y cuando más conoces las notas de la vida, todavía te hace ser más prudente. Tal vez sopeso demasiado las cosas. Pero lo mío es un sopesar amable. Dicho eso, me gustaría disponer más tiempo para los míos.

Y todo esto te ha ido bien. Ese es tu legado. Gracias a esa actitud has llegado hasta adonde has llegado.

– Pues sí, pero quiero también decir que el éxito no son los focos, no es la percepción de los demás. No es una crítica positiva ni negativa. El éxito no es una valoración exterior. Porque eso puede no ser algo objetivo. Vivimos en un mundo donde predomina el destruir por destruir. El éxito está en la firmeza interior de la persona. En caso contrario, ni vives ni dejas vivir. Y entender el fracaso como una debilidad humana que nos fortalece. No como un punto y aparte final.

Si para dirigir una orquesta, es necesaria la técnica, el movimiento del cuerpo y la capacidad para transmitir sentimientos, ¿qué porcentaje de importancia adjudicas a cada cuál?…

– La técnica y el movimiento son necesarios para la transmisión de los sentimientos por parte de un director, que al final es lo fundamental. En todo caso, a la técnica le daría un 20%, al movimiento corporal un 30% y a la capacidad de transmitir sentimientos un 50%.

Definitivamente, para mover hay que conmover.

Una vida.

– Directores: Leonard Bernstein, porque era pasión, y Sir Colin Davies, porque era un gentleman.

– Aficiones: la lectura (“La Rebelion de las masas”, de Ortega, o “El Sueño de Africa”, de Javier Reverte) y la naturaleza.

– Música: Además de lo clásico, las grandes voces: Barbara Streissand o Frank Sinatra.

– Personajes: Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, o su abuela materna, por razones diferentes.

– Un lugar: Amurrio, siempre Amurrio.

Reencuentro con Xabier Lete

Publicado por el 16 Ene 2017

Me ha ocurrido algo hermoso. Escribí en “Días de ilusión y vértigo” que me faltó despedirme de Xabier Lete, y mira por dónde un amigo me acerca ahora un libro que lleva por título “Xabier Lete. (Auto)biografia bat”. A través del libro he logrado mantener con Lete la conversación que nunca pude llevar a cabo en vida. He podido escuchar su pensamiento de los años previos a su muerte. Y me he mantenido en silencio, subrayando frases, observando el impacto que generaban en mí. Me ha parecido que, por mi parte, nada tenía ya que decir. De estar presente, hubiera asentido, pedido que repitiera alguna de esas frases, anotado mis sentimientos y preguntado para comprobar si le había entendido bien o no.

Simplemente eso.

Cuenta Xabier que, estando al borde de la muerte, un sacerdote amigo, Juan Mari Lekuona, sin ser él consciente del todo, a petición de Lourdes, su mujer, le dio la extramaunción. A los días, no se sabe bien cómo, pareció revivir. El sacerdote volvió luego para preguntarle si no había sido una intromisión en su vida. Lete le contestó que no solo no lo había sido, sino que le agradecía haberlo hecho. Ahora la cuestión era cómo seguir, qué hacer. Lourdes le preguntó si había rezado en aquellos momentos tan terribles; Xabier contesto que sí. Entonces ella le respondió algo definitivo: “si has rezado es señal de que crees. Yo también lo he hecho, y a partir de ahora no pienso quedarme muda”. Lete asintió. Acababa de descubrir algo que cambiaría su vida: el poder del sufrimiento. Luego ya no haría, a tenor de sus confesiones, más que seguir dicho camino hasta el momento final.

Confiesa también cómo, al hablar del sufrimiento y del cambio que había operado en su vida, tuvo que aguantar esas respuestas fáciles que hacen referencia al “masoquismo”, como si bastara no hablar del sufrimiento para poder evitarlo. Supongo que no tuvo ocasión de hablar con muchos de lo que de este modo estaba aprendiendo.

Felizmente Lourdes estaba allí, compartiendo esos momentos en los que el sufrimiento les enseñó a los dos la verdad de cómo realmente somos, la verdad de qué va todo esto. Porque de sus palabras no se desprende que su vuelta a la fe fuera consecuencia de una mera búsqueda de consuelo, sino más bien un descubrimiento de caminos de realización insospechados antes para ambos.

La palabra clave es descubrimiento.

Algo había estado cubierto hasta entonces y la enfermedad sirvió para desvelarlo, observar lo que allí había y aprender a vivir de otro modo. A la vista está que él hubiera dicho que aprendió a vivir mejor, es decir, más intensamente, más radicalmente, más humanamente de lo que había vivido hasta entonces. Y esto se plasma en la relación con Lourdes, que hasta ese momento había sido todo menos fácil. Al escucharle uno siente la atracción hacia alguien que está asentado, tocando con naturalidad lo que hemos estado buscando a lo largo de toda nuestra vida. Él lo había encontrado. Y lo que le faltó hasta ese momento, vino a dárselo el sufrimiento. De este modo, lo vivió todo.

Me ha venido al recuerdo otro poeta, Höderlin: “cuanto más sufre un hombre, tanto más profunda se hace su fuerza”. Creo que Xabier hubiera estado de acuerdo con Höderlin cuando éste decía: “solo reconozco lo que florece; lo meditado ya no lo reconozco”. Basta ya de reflexionar sobre el sentido de la vida, vivámosla, diría, tal y como ella se nos muestra a cada momento.

Es curioso: treinta años después Lete y yo nos volvemos a encontrar a través de un libro, que recoge sus pensamientos sobre un tema y otro, sin añadir nada. Tan solo una recopilación ordenada, dejando que el personaje hable por sí mismo, sin interrumpirle ni interpretarle, dejando al lector que dialogue consigo mismo a la luz del eco que generan sus palabras. Nada más.

El libro solo es accesible hoy para los lectores en lengua vasca. Merece una traducción. Serían muchos los que se aprovecharan de semejante experiencia vital, contada con una sinceridad aplastante. Al igual que con Lete, se podría hacer también con otros.

El libro contiene una sorpresa final. En este mundo de soberbios el autor del libro no ha creído oportuno mostrar su nombre en la portada. Como si no hubiera querido interrumpir el diálogo entre Lete y el posible lector. Hace y desaparece. Qué hermoso. Una lección de humildad poco habitual.

Pero yo lo voy a decir aquí. Se llama Inazio Mugika Iraola, y es también el amigo que, sabiendo mi historia, me regaló el libro que me ha permitido cerrar por fin una parte de mi vida que tenía pendiente.