LA DEPENDENCIA DEL AMOR
Publicado por Eugenio Ibarzabal el 17 May 2022, en Sin categoría
Vengo de visitar a mi nieta de siete meses, que por desgracia vive lejos, y al mismo tiempo me llegan malas noticias de salud de una octogenaria a la que quiero mucho, que también reside fuera de aquí. ¿Qué tienen las dos en común?: que una y otra son dependientes, o mejor, totalmente dependientes.
En el caso de mi nieta, su vida depende por completo del cuidado y la atención de sus padres. En el caso de la octogenaria, que vive sola, en cama tras una operación, de la ayuda de los más cercanos.
Nacemos dependientes y, al acercarnos al final, nos convertimos de nuevo en dependientes. Eso es la vida: un eterno volver a empezar.
Tomamos como obvio que esas dos fases de la vida conllevan inevitablemente la dependencia, y damos por supuesto que entre una fase y otra no debemos serlo: es más, ansiamos y consideramos como vital depender tan solo de nosotros mismos. La independencia personal sería señal de éxito; la dependencia, por el contrario, un mal obligado.
Pero, ¿no se explica mejor la vida si decimos que somos dependientes de los demás al nacer y al morir, pero que también lo somos en ese largo tiempo que va de un punto a otro?
Observo a mi nieta y advierto que cuando está despierta lo que quiere es que le hagamos caso. Esa mujer mayor ansía, por encima de todo, las visitas de los que quiere. ¿Pero no es también cierto que lo que más ansiamos los que somos independientes, es que a lo largo de la vida nos hagan caso?
Queremos que nos llamen, que nos escuchen, que nos reconozcan, que piensen alguna vez en nosotros, que no nos olviden, que nos recuerden en cumpleaños y en Navidades, que sientan lo mismo que nosotros cuando perdemos algo íntimo o sufrimos una desgracia, que levanten su mirada y que nos saluden cariñosamente al pasar.
Por el contrario, consideramos la indiferencia como el peor de los castigos que podemos sufrir.
Tal vez la dependencia tendría mejor acogida y comprensión si asumiéramos que, en realidad, somos dependientes a lo largo de toda nuestra vida, en unos momentos de una cosa y en otros de otra.
¿No será que la dependencia es la norma general de nuestra vida y la independencia tan solo la excepción? ¿Se imaginan un mundo de gente que actuara siempre de manera independiente? ¿Se figuran otro de personas dependientes las unas de las otras?
¿Cuál de las dos posibilidades representaría un mundo más humano? ¿En cuál preferiríamos vivir?
Lo tengo muy claro: es el mundo poblado por seres independientes el que me daría más miedo y me parecería realmente inhumano.
Quizá la dependencia es algo que debiéramos practicar antes incluso de convertirnos en personas dependientes. Por ejemplo, queriendo y dejándonos querer más.
Aunque solo sea por nuestro propio bien.
Leí en cierta ocasión que alguien había dicho: “el amor es el único acto racional”.
Pero lo mejor llega ahora. Coincidimos en el tren con una familia ucraniana que venía de Kharkiv. Habían llegado a Amsterdam y de allí marchaban a Dusseldorf, en Alemania. Lo habían perdido todo. No es necesario repetir la conversación, fácil de imaginar. Pero entonces sucedió algo inolvidable. Iris, nuestra nieta, sentada sobre las piernas de Sarah, empezó a sonreír a la familia ucraniana. Y la familia, a su vez, a sonreírle a ella. La escena cambió por completo. Parecían deseosos de jugar con ella y ella a su vez con los ucranianos. Por un momento, solo por un momento, una luz se había encendido y lo había iluminado todo.
Todavía me emociono al recordarlo.
Creo que fue el poeta W.H. Auden el que dijo aquello de “amaos los unos a los otros o pereceréis”.