Me llama la atención el afán de algunos por fomentar la abstención ante la próxima investidura, una opción que, para mi sorpresa, vuelve a tener una consideración positiva. No me gustan ni unos ni otros, dicen, y en consecuencia me abstengo. Observo con más detenimiento sus razones y, con el debido respeto, atisbo dos cosas en algunos de los que proponen la abstención: pureza ideológica y pretendida superioridad moral, consideraciones ambas muy peligrosas. Ellos son los ideológicamente puros, el resto de opciones les han decepcionado, y no están dispuestos, nos dicen, a optar entre lo que ellos definirían como lo malo y lo peor. Es más, escuchando a algunos, incluso parecería que, con abstenerse, estaríamos optando por lo bueno, y, en consecuencia, todo, absolutamente todo, quedaría automáticamente arreglado.
Ha coincidido esta impresión con la investigación que, para un próximo libro, casualmente, estoy realizando, volcado como estoy en el XVIII y comienzos del XIX español y vasco, observando con sorpresa que también a aquellos liberales fueristas les tocó toparse con la elección entre lo malo y lo peor.
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