Eugenio Ibarzabal

En Valencia

Publicado por el 23 Nov 2013

Vengo de Valencia, donde he trabajado con AVAPACE, la Asociación de Paralíticos Cerebrales. Tengo mucho cariño por Valencia. Voy con cualquier excusa. Si me preguntan por qué, la respuesta es que tengo buenos amigos allí. Los amigos, y con ello la experiencia, trastocan nuestra imagen de una ciudad. Para bien o para mal. Me gusta el barrio de El Carmen. No saldría de allí.

En este último trabajo se ha producido una novedad: en la reunión han formado parte tres personas con parálisis cerebral. Una, Rosa, no podía hablar y lo hacía a través de ordenador. Otro, Josep, a través de una cuidadora. La tercera, Amaya, la persona en la recepción, tiene dificultades para moverse. Me observé a mí al comienzo de la reunión; no veía en ellos sino una dificultad más en la reunión. Pero su participación fue la de uno más: brillante a veces, normal en otras. Bastaba con aceptar y actuar en consonancia; el que tenía que cambiar era yo.

Hablé con Amaya. Cuando hablaba, sistemáticamente sonreía. No era un tic, era así. Observé su inteligencia, su madurez, su manera de hablar de la vida, su capacidad para superarlo casi todo. Cuando lo vuelvo a revivir, me vuelvo a emocionar. Me observé al comienzo hablándola como si fuera una niña, cuando al final de las conversaciones tuve la impresión de que, ante ella, el verdadero niño era yo.¡Qué no hubiera logrado Amaya de no ser por su dificultad!…

Hablé con gente en Valencia. Más de una vez había escuchado aquello de “a pesar de todo, nada va a cambiar”. Pero esta vez observé un cambio, ya que alguno había estado en la manifestación con motivo del conflicto en la radiotelevisión valenciana. En un marco de impotencia, eso sí, pero se había dicho a sí mismo aquello de “que por mí no quede”.

Me hizo pensar la actitud de los periodistas de Canal Nou, prestos ahora a soltar todo aquello que antes decían no poder hacer. ¿Y por qué no dimitieron?… ¿Por qué aguantar años así?… ¿Es eso vida?… Uno de los momentos de los que más orgulloso me siento es cuando, hace muchos, dimití. Me quedé, eso sí, con el cielo arriba, la tierra abajo y tres hijos. Solo. Hoy pienso que fue una de las decisiones más acertadas de mi vida. Una de las razones por las que estoy con Sarah es porque en aquel momento de dudas me dijo:

– Haz lo que creas que tienes que hacer.

Por cierto, si alguien desea visitar Valencia, aquí tiene esta reseña en “The Guardian”. Es estupenda, lo digo por experiencia. Y además es verdad.

De la paz y de los transgénicos.

Publicado por el 16 Nov 2013

Me dicen que, durante años, el padre de Yoyes y el padre de Kubati han estando dándose la paz en la iglesia, con motivo de la misa del domingo en la que se encontraban, efectuando incluso el esfuerzo de ir el uno hasta el otro allí donde estuvieran para poder hacerlo. Si esto es verdad, creo que está todo dicho, y es una historia verdaderamente maravillosa en un mundo que no nos ofrece sino noticias de odio, deseo de no olvidar  y voluntad de no perdonar, por muy comprensible que éstas sean. Sólo digo que en este mundo existe una cosa y la otra.

Es hermoso dar la paz, llevar la paz, mantener la paz. Creo que ser una persona de paz  es una de las mejores cosas que puede decirse de alguien en este momento y en esta sociedad. Me dio paz la entrevista en “El País” con el salesiano cuñado de Ortega Lara, Isaac Díez. Entiendo a todos, pero me quedo con gente como Isaac Díez. Creo que dejan las cosas un poco mejor de lo que estaban antes.

No sabía y sigo sin saber nada de transgénicos, pero leo un artículo en Critical Reviews in Biotechnology, que muestra unestudio que mostraba que   una revisión de 1.783 estudios efectuados en los últimos diez años avalaba la seguridad de los transgénicos, tanto desde el punto de vista medio ambiental, como sobre los animales y las personas. Con toda mi ingenuidad dije en una tertulia en ETB1, que había que leer ese documento y que, de ser ciertas las conclusiones, la llamada agricultura ecológica se estaba metiendo en un callejón sin salida. Debate diferente es la política de algunas multinacionales. Pero ese es otro tema. Si lo dije ya lo dije, porque me encontré con una contestación brutal.

Días más tarde, picado por la curiosidad, fui a una charla de alguien contraria a los transgénicos. Me encontré con una historia de buenos y malos, cosa que a mi edad me provoca recelo, y como uno de los argumentos adujo el famoso artículo de Séralini sobre el maíz y los tumores, que yo había leído que estaba totalmente desacreditado en el mundo científico. Pues bien, una persona del público se lo hizo saber, pero fue exactamente igual: el discurso continuaba como si el estudio fuera cierto y nadie lo hubiera desacreditado. ¿Se trata de saber la verdad o hacer triunfar mi verdad?… ¿También aquí?…

Viene mi hijo tras año y medio por tierras muy lejanas. Una experiencia muy dura. Lo cuento a algunas personas, y te sorprendes al escuchar lo que algunas de ellas te dicen: que está muy bien, que qué suerte, que qué envidia, que ya lo haría yo si fuera joven y cosas de esas. Y tú ves que se trata de gente que tiene a los hijos aún en casa, que ha sido joven, que no salido jamás, ni muestra en sus conversaciones interés alguno en lo que pasa fuera. Llego a una conclusión: todo lo bueno que consiguen otros es fácil, es suerte o tiene una explicación aún peor; lo que no he hecho yo, por el contrario, está perfectamente justificado. Cosas. Últimamente, cada día hablo menos.

Tercera edición de “La Trampa”. Esta vez digital

Publicado por el 04 Nov 2013

Estaba totalmente inmerso escribiendo mi segunda novela, cuando, de repente, me paré. Algo empezó a funcionar en mí. Necesité volver atrás para coger fuerza. Volví a releer “La Trampa”, mi primera novela, y como si de una preparación o entrenamiento se tratara, me dediqué a quitar de ella lo que sobraba: como si limpiara el polvo de un objeto muy querido, para observarlo luego, despacio, una vez descubierto.

Y pasó algo: el libro me volvió a hacer revivir las mismas preguntas, las mismas reflexiones, los mismos sentimientos de entonces. Y pensé que era recuperable, que “La Trampa” merecía otra oportunidad. Se la di a leer a unos amigos y luego, finalmente, a Sarah. Su acogida me animó.¡

En “La Trampa” todo es ficción, obviamente. Pero algunas de las reflexiones de los protagonistas sí son reflexiones propias. Más de una de las situaciones con las que se enfrentan los personajes han sido vividas más de una vez en mi imaginación y, además, descubro con sorpresa que el debate final del libro es de completa actualidad. ¡Cosas de la vida!…

Puede haber varias razones para leer este libro, o varias lecturas, como dirían algunos. Una puede ser el mero entretenimiento, ya que se van a encontrar con un libro de intriga que no se resuelve hasta el final. Y como me gusta leer libros de esos que te atrapan desde la primera página hasta la última, eso es exactamente lo que he intentado hacer: escribir el libro que me gustaría leer.

Si me preguntaran cuándo tuve ganas por primera vez de ser escritor, diré que fue al leer “El espía que surgió del frío”. Había escrito el primer borrador de la entrevista con Koldo Mitxelena e iba a presentárselo, lleno de miedo por mi parte. ¡Menudo era Koldo!… Empecé a leer el libro de John Le Carrécuando me senté en el tren en la estación de San Sebastián y no lo terminé hasta momentos antes de llegar a Salamanca. Era 1977. Me dije: algo de esto tengo que hacer algún día. La oportunidad vino diez años después. Acababa de dejar “Ajuria Enea”, sabiendo ya que mi compromiso con la política había terminado para siempre. Me encerré en un barco y a los pocos meses terminé “La Trampa”.

El libro salió a la calle por primera vez hace ya veinticinco años. Lo presentaron Goiburu Mendizabal, Perez de Calleja y Juaristi. Se publicaron dos ediciones en quince días, recibí comentarios del tipo de “pues para ser una primera novela no está nada mal” y cosas parecidas por parte de críticos sesudos, se vendieron diez mil libros – que yo sepa -, el editor se escapó, la editorial se hundió, no recibí un céntimo y me quedé sin dinero, sin libro y sin posibilidades de rehacerlo, porque yo tenía entonces una imperiosa necesidad de hacer otras cosas para vivir. Una auténtica aventura. Pero recuerdo haber sido muy feliz. Tuve sensaciones muy especiales creando a mis personajes: Patrik, Teresa, Elías Anton, Vidarte, Natalia o Zumalde. Ahora, al reescribirlo a lo largo de este verano, he vuelto a ser feliz. Y si yo era feliz, he pensado que tal vez los lectores que se acerquen al libro podrían también serlo. Ese es, pues, mi deseo.

Pero hay algo más: una pequeña venganza contra el editor que me dejó entonces con el cielo arriba y la tierra abajo (es el señor grueso de la fotografía, con barba blanca y con aspecto bonachón, lo que obviamente no era). Me dije también entonces aquello de: “nunca más”. Es por eso que me apetecía introducirme directamente en el mundo digital, de manera independiente, porque ser independiente es uno de los valores más importantes de mi vida. De ahí nace Line Books. Se puede vivir dependiente en un país independiente, así como se puede ser independiente en un país que no lo sea. Eso es al menos lo que yo creo. En todo caso, ser independiente tiene, como todo, ventajas e inconvenientes. Las asumí hace ya mucho tiempo.

La nueva versión se puede descargar tecleando “LaTrampa. Eugenio Ibarzabal”, en Amazon Kindle. Y si no tienes un Kindle, pincha en Aplicaciones de lectura gratuitas de Kindle. Y luego ve a Descarga ya. Fácil.

Ah, y de paso, podéis echar un vistazo a la nueva página web. Es la demostración de que, una vez más, volvemos a empezar de nuevo. Y van…

De vuelta

Publicado por el 19 Sep 2013

Sí, ya sé que llevo tiempo sin escribir, pero estoy seguro de que mientras tanto habréis tenido la oportunidad de leer cosas estupendas y hacer otras mejores. Por lo tanto, tranquilidad. Esto del blog, como lo de estar presente en las redes sociales, puede convertirse en una obsesión, en una obligación. Y de obligaciones uno ya ha tenido demasiadas. Esta no puede ser una más. No hay necesidad alguna de ser demasiado visible. Ser invisible también tiene sus ventajas.

Ha sido una etapa de reordenar, y es que ordenar y reordenar – sin pasarse- es algo que da mucha paz. Al menos a mí me da paz. Yo diría que a veces basta con arreglar el cuarto, la cama, la mesa del despacho, limpiar los platos del día anterior, organizar un armario, tirar cosas, lo que sea. Hay un montón de posibilidades. Luego, uno se sienta a trabajar o hacer lo que sea, mejor.

La etapa de consultor se acaba y me abro a dos campos nuevos: escritor y conferenciante, aunque he de reconocer que cada día me apatece más escuchar a otros que hablar a los demás . En el plazo de un mes habrá una nueva página web con todos los cambios, que son muchos. Mientras tanto he escrito y reescrito mucho, he trabajado todo lo que hace referencia a la presencia digital, me he hecho con un pequeño equipo de asesores, y creo que para finales de año saldrá la primera obra de ficción a la calle: “La Trampa”. Ya lo avisaré. En todo caso, ahí va la portada.

He descubierto un autor, Pablo D´Ors. Sí, ya sé que algunos le conocéis. Una gran amiga, Euxebi Zubillaga, me dio hace tiempo un libro suyo: “El amigo del desierto”. Me gustó a medias. Y luego otro amigo me recomendó dos: “La Biografía del silencio” y “Sandino muere”. Sencillamente excelentes. Pablo sabe de lo que habla. Se nota de inmediato. “La Biografía del silencio” puede ser para alguno una estupenda introducción a la meditación. Alguien me escribió hace un tiempo diciendo que no se sentía muy seguro con algunos grupos y técnicas de meditación. Lo entiendo. Pero este libro sí que puede ser “de confianza”. Y como la gente que sabe es porque practica, y como practica y sabe, todo lo que cuenta es muy sencillo.


 
Y mira por donde, me ha tocado últimamente acompañar a algunos amigos enfermos. Pero enfermos de verdad. Es curioso, no había quejas. En este mundo en el que no hacemos sino quejarnos, ¿vamos a tener que ir donde los enfermos para aprender a avergonzarnos de nuestras miserables quejas?…

Estando así, me han pasado dos cosas: que no sabía bien ni qué decir ni cómo ayudar, pero que, al marchar, he tenido la sensación de que yo estaba mejor y que los que me habían ayudado eran ellos a mí. Curioso. Alguien me dijo: “en el fondo, vivir es tan sencillo”

En el cementerio con Ander Lizarraga

Publicado por el 27 Jun 2013

El pasado día 24 de Junio, un mes exactamente después de que Ander Lizarraga muriera, compañeros de trabajo prepararon un pequeño homenaje en el cementerio de Astigarraga, lugar en el que Ander nació y vivió. Me había enterado del homenaje por pura casualidad, a través de uno de los comentarios que habían escrito en el blog, y con tiempo suficiente por si no encontraba lugar para aparcar, me presenté en la puerta del cementerio. Allí estuvimos en silencio unos diez minutos, cada cual supongo que pensando en alguna historia o reflexión a propósito de Ander. Me fijé en los nombres de la lápida y tropecé con el de su madre.

Alguien de los allí presentes  me identificó como la persona que había escrito el blog, me pidió hablar, e improvisé unas palabras allí mismo. Luego se fueron haciendo grupos, a mí me tocó formar parte de uno, donde conocí a algunos compañeros de Ander, al principio más bien callados pero que luego, con el tiempo, fueron desahogándose más y más. Yo mismo intervine varias veces en la conversación, que duró algo más de una hora. De lo que dije en la charla y de lo que hablamos después, resumo algunas ideas por si pueden ser de interés.

  1. Al presentarme ante todos dije que el número de entradas en el blog en una semana y media habían sido del orden de cinco mil. Ahora estamos ya en casi ocho mil. Lo hice para remarcar que no estábamos solos, y al tiempo para agradecer algunos comentarios que había recibido. Pocas veces he tenido una impresión más clara de que lo que había escrito había servido para ayudar a otros. Lo había hecho de un modo un poco temeroso, como haciendo un esfuerzo para romper mi timidez y salir de mí. Pero ahora sabía que el esfuerzo había merecido la pena
  2. Conté el número de personas allí presentes, que no llegaban a cincuenta. Supuse que habría algunos que habrían deseado venir y no pudieron, pero también habría quienes no habrían estado dispuestos a hacer un esfuerzo adicional. Por lo que sea. No se me ocurre hacer crítica alguna, quién soy yo para ello. Pero ese número, y la proporción que suponía entre los que habían conocido a Ander, me hicieron pensar en el reconocimiento que hacemos a los demás. Hay que reconocer a los demás, sin duda alguna, pero no hay que hacer lo que hay que hacer en función de que luego otros nos lo reconozcan. Se hace, y punto. Lo contrario, a la vista está, es un camino de frustración asegurada.
  3. Cuando supe de la muerte de Ander, y aunque yo tenía una imagen excelente de él, tengo que reconocer que, por un momento, dudé: “¿sería como yo lo había imaginado, fruto del trato que yo había mantenido con él?…, ¿no sería uno en el día a día, y otro diferente los fines de semana o en los talleres que él y yo compartimos?… ¿No habría también en él algún lado oscuro a descubrir?”…Pero ya en el funeral, posteriormente recibiendo comentarios y allí mismo en el cementerio hablando con todos, me di cuenta de que no. El Ander consecuente hasta el final que yo tenía en mente, era el mismo que reflejaban los que allí estaban. Era alguien de una pieza, no de dos. La amplitud por la tragedia que este hombre había vivido se hizo así aún más grande.

  4. Supuse que los que me escuchaban habían vivido, al igual que yo, el mismo doble sentimiento: por una parte, admiración ante sus virtudes, al tiempo que rabia ante la actitud de quienes hubieran podido aprovecharse de un hombre como aquel, haciéndole sufrir como sin duda sufrió con anterioridad a la decisión que acabaría con su vida.

    Pero también pensé que sólo lo bueno importa, y que es con eso con lo que nos deberíamos quedar, porque así como esto nos haría sin duda bien, lo único que lo otro podría hacernos es, finalmente, mal. Siempre he pensado que lo peor de la violencia es que no solo mata, sino que además transmite en ocasiones el odio de los propios violentos a las personas que tanto quisieron a la víctima. En ocasiones, es como si mataran dos veces.

  5. Dije algo de lo que estoy completamente seguro, y que el silencio del cementerio no me hizo sino confirmar. Ander nos estaría diciendo: “estad tranquilos, que estoy bien”… Me lo había imaginado de nuevo con su madre, a la que tanto amaba, como ese buen hijo que siempre fue, y con la suerte de tener una madre adorable como seguramente ella habría sido mientras vivió. Sonriente, en paz, descansando, por fin, para siempre. Pedí que lo aceptáramos y que nos fuéramos en paz. En ese momento pude ver que algunas personas estaban llorando. Tuve graves problemas para contenerme. Tal vez fuera ese el momento más difícil de mi breve intervención.
  6. También pensé en algo que muchos hemos achacado a Ander: “por qué no nos lo dijiste?… ¿porqué no te dejaste ayudar?”… El se ha llevado la respuesta, pero creo que dentro de las personas, de la vida, del universo en general, existe el misterio, y que siempre lo habrá. Aceptar el misterio implica aceptar nuestras limitaciones de todo tipo para entender y ver lo que tenemos delante. Y eso significa descubrir la humildad, que lejos de empequeñecernos, nos hace más grandes.
  7. Pero si somos consecuentes con la queja que le hemos hecho a Ander, esto supone aceptar también que somos vulnerables y que también nosotros debemos saber pedir ayuda. No se trata de ser solo lógicos y racionales con el comportamiento de los demás; se trata de hacer lo mismo con nosotros mismos. Una buena lección del pasado lunes podría ser: “pase lo que pase, entre los que estamos aquí, prometemos pedirnos ayuda y nos obligamos a darla, de verdad, en el momento en que alguien nos la pida”.
  8. Entre tantas cosas interesantes que escuché, alguien dijo una: las leyes de la física nos dicen que hasta el material más duro tiene un punto de fractura. Y de la misma manera que si Ander, que era duro, se quebró, tal vez con más razón tenemos que dejarnos de tonterías y asumir que también nosotros podemos, llegado el momento, rompernos. Y junto a la ruptura, asumir la limitación, la compasión, la ternura y el perdón. Para nosotros mismos y para los demás: es imprescindible para poder sobrevivir. Tengo que reconocer que a mí me cuesta mucho, especialmente lo último.

  9. También hubo quien dijo que Ander nos había querido enviar un mensaje, y alguien añadió que cada cual tenía que interpretar ese mensaje para sí, de manera personal. Finalmente hubo quien manifestó que, en lo tocante a ella, lo tenía ya muy claro.
  10. Hubo un tiempo en el que a los que morían como Ander les llamaban cobardes; hay también ahora quienes los denominan valientes. Es como si hubiéramos pasado de un extremo a otro, pero tocando siempre el mismo instrumento. Cambiemos de instrumento. Ese criterio no nos ayuda a entender nada y nos deriva a debates estériles. Porque, en el fondo, ¿quién lo sabe?…

Nos fuimos despidiendo y desperdigando poco a poco, algunas personas secándose las lágrimas, otras tratando de contenerlas. Pero estoy seguro de que todos salimos mucho mejor de lo que entramos al homenaje: más humanos, más cercanos los unos de los otros, más compresivos, mejores, en paz.

La vuelta a Vitoria se me hizo la mar de agradable y rápida.

Ander Lizarraga. "In memorian".

Publicado por el 06 Jun 2013

El 27 de Mayo, lunes, alguien me llamó para decirme que mi gran amigo, mi buen amigo, mi queridísimo amigo Ander Lizarraga había muerto, y que además había fallecido de una muerte brutal. Fui al funeral ese mismo lunes a su pueblo de Astigarraga, hablé con algún pariente y un amigo que se me acercó. Todos me dijeron lo mismo: una sorpresa enorme, nadie podía esperar de él algo así, la presión del trabajo al parecer era muy grande. He tardado en escribir este artículo porque aún sigo sin reponerme y porque todavía sigo pensando que Ander me va a contestar al último correo que le envié, el viernes 24 por la noche, y que, sorprendentemente para mí, quedó sin responder. Y es que Ander respondía siempre. El tiempo que se tarda en contestar, y sobre todo si se contesta o no, dicen mucho de las personas. Al menos para mí. Qué raro, pensé. Después de llorar mucho, una falsa calma se ha apoderado de mí. He confundido luego tres citas que tenía a lo largo de la semana. Lo mismo me ocurrió cuando mataron a Jose Mari Korta.

Ander trabajaba en Telefónica y tenía una responsabilidad importante como Director de Ventas de Euskadi y Cantabria. He esperado unos días por si me llegaba algo que pudiera ayudarme a entender. Dejadme decir algo de Ander. Uno ha conocido a muchas buenas personas; pues bien, Ander ha sido una de de esas dos o tres mejores personas que he conocido en mi vida. Honesto, entregado, generoso, libre para los amigos y para su familia, comprometido como pocos con el desarrollo personal, animoso para todos, pendiente de los problemas de los demás, dispuesto siempre a ayudar, amante de su familia y dispuesto a sacrificarse económicamente por ella. Un tipo fino, un auténtico señor.

Y como no podía ser menos, esto se trasladaba a su faceta profesional. Un hombre para el que Telefónica era su segunda casa. Lealtad total. Llevaría seguramente más de veinte años en esa organización. La quería. Hablaba siempre bien de la empresa. Recuerdo haber escuchado consideraciones positivas de muchos de sus jefes, por ejemplo, de Alierta. Soltero, era capaz de aprovechar vacaciones para irse a un curso en el extranjero, pagarse su propia formación, estar constantemente estudiando. Y todo de su propio bolsillo.

Pero hay más. Había sido aupado al cargo de Director de Ventas. Conozco bien cómo tomó esta decisión cuando se lo ofrecieron, y sobre todo conozco cómo se entregó y cómo sufrió en ese cargo en los últimos tiempos. Naturalmente, el secreto final del porqué se lo ha llevado él. ¡Mira que habíamos hablado veces sobre los momentos en los que no había que tomar decisiones!… Algo debió de pasar esa semana final, y tal vez ese mismo viernes.

No quiero juzgar, no quiero culpar, no quiero aventurar, entre otras razones porque la decisión que tomó fue suya y él fue el responsable de lo que hizo. Y sin embargo, el primero que ha recibido un mazazo que me ha hecho reflexionar sobre mi propia responsabilidad he sido yo. Se supone que era su amigo, se supone que le conocía bien -cuantas veces hemos hablado sobre el enegrama, del que era un convencido- , y sin embargo, no se me pasó por la imaginación que pudiera acabar así. ¿Podría haberle ayudado?…

Pero sí diré algo que sé: en los últimos tiempos me repitió y repitió lo de la presión que estaba teniendo en la organización para alcanzar resultados. No sé lo que sucede en Telefónica y por tanto no puedo juzgar. No soy quien para decir nada. Pero lo que sí sé es que en muchas organizaciones, empresariales o no, hay quien piensa que basta con exigir para lograr lo que se pretende, como si tan solo se tratara de poner un objetivo alto. Conocemos el viejo argumento: “más vale poner 8 porque así nos quedaremos en el 7, y si ponemos 7 nos quedaríamos en el 6”. Entonces, ¿de qué se trata?… De alzar los objetivos, de alzar la presión, y supongo también que de alzar la voz, en el afán de que, en cadena, uno a otro se dediquen a su vez a alzar el objetivo, la presión y para ello la voz. En definitiva, “quedar bien con la exigencia del de arriba a costa del de abajo, sobrevivir gracias al trabajo de los demás, practicar  el sálvese el que pueda”… Y el que esté debajo de mí que arree. Suele pasar, y no sé si fue esto lo que le pasó a él o no. Simplemente, no lo sé. Pero lo que si sé es que alguien dijo que hemos venido para servir y no para ser servidos. Y esto es aún más verdad cuanto más alto se esté en el escalafón. Yo también sufrí esa plaga, por eso empecé a trabajar por libre. Y lo sufrí no precisamente en el mundo económico, sino en el político. Cuando escribí  el blog “El Arte de Salir”, estaba pensando precisamente en él y en mí. Porque si algo podía doler a Ander era precisamente eso: sentirse abandonado precisamente por aquellos a los que se había entregado. Sé muy bien de lo que hablo.

Ander también era jefe, pero no era así. Pondría objetivos, pero ayudaría a conseguirlos, se pondría en el lugar de la otra persona, era consciente de sus dificultades, amaba trabajar en equipo, creía que entre todos se podía lograr lo que uno sólo, en su soledad, no lo puede conseguir. Estaba para servir. Y tal vez se encontró solo, y tal vez su autoexigencia se quebró, o algo o alguien le hicieron daño donde más le podía doler. Y se rompió. Tal vez. No lo sé.

Maldita sea, Ander. No sé qué demonios te pasó, te llevaste el secreto y la razón, pero cuando pienso lo que tuviste que sufrir en los momentos previos, todavía sigo poniéndome a llorar.  ¡Cómo tenías que estar!… ¿Por qué tenía que haberte pasado a ti?… Si alguien no lo merecía eras precisamente tú. La vida es así, vale, pero no es justo, es profundamente injusto.

Que sepas que nos has dejado tocados. Va a haber un antes y un después en mi vida y en la de otros. Un antes y un después de ese lunes de Mayo en el que nos enteramos de lo que había sucedido. Buscaste la paz; estoy seguro de que ya la has encontrado, porque hay alguien que sobre todas las cosas es justo y misericordioso. Ese sí, nosotros no. Hace tan solo unos días han asesinado a una pobre chica nigeriana de 29 años, Ander, seguro que te habrás enterado. Tal vez teníais los dos algo en común. Tal vez no erais de este mundo y el mundo se vengó de vosotros. El mundo es así. Somos así.

Supongo que ya lo sabes, pero todo el mundo que te conoce te llora, te recuerda y te sigue queriendo, aunque sea en silencio. Yo sólo puedo decir, en lo que a mí toca, que no me hiciste más que bien. ¿Hay algo mejor que se pueda decir de alguien?… He pensado en los grandes momentos juntos, en Loyola y en tantos otros sitios, siempre me animaste, me hacías creerme especial. Y si lo hacías conmigo, sé que lo harías con todos los demás. Eras de esos de los que uno pensaba: a éste no le puedo defraudar.

Si tu muerte sirviera de algo… Quizá naciste para eso, quizá esa fue tu auténtica misión en la vida: llamarnos la atención y decirnos a todos que hay cosas que no podemos hacer, que por eso nos pasa lo que nos pasa, y que así no vamos a ninguna otra parte que no sea, finalmente, un verdadero desastre. Que no era eso, que no hemos venido para eso, que no nos conviene nada de eso, que no se lo merece ni tú ni nadie; que hemos venido para agradecer, disfrutar y ayudar a los demás, es decir, que hemos venido a vivir como es debido.

¿Aprenderá alguien la lección?…

Goian bego, Ander, goian bego. Zaindu, faborez.

Idoia Estornés

Publicado por el 27 May 2013

He leído el libro de memorias de Idoia Estornés, “Cómo pudo pasarnos esto”,  editado por Erein. A pesar de su extensión, cayó completamente entre la ida y la vuelta en el tren a París para visitar a nuestros grandes amigos Franklin Shargell y su esposa Sandy, de viaje por Europa.

Primero, una explicación de la autora y del contenido del libro. Idoia Estornés Zubizarreta, escritora e historiadora, es un ser especial, en el mejor sentido de la expresión. Su vida ha estado muy unida durante un larguísimo tiempo a ese proyecto tan importante que ha sido y es la Enciclopedia Auñamendi, de la que tantas familias han sido suscriptoras, hoy responsabilidad de la Sociedad de Estudios Vascos. Creo que a Idoia le va perfectamente esa expresión que Raymond Aron utilizaba para sí mismo: “una observadora comprometida”. El libro trata precisamente de eso: de cómo ha visto, vivido y explicado los últimos sesenta años de la historia del País Vasco, desde que siendo una niña llegó a Donostia procedente de Santiago de Chile, donde vivió sus primeros años en el seno de una familia de exiliados.

Hay algo de vidas paralelas entre ella y yo. Nos hemos encontrado en muchos momentos, hemos vivido con intensidad algunos acontecimientos, nos hemos apreciado mutuamente y, curiosamente, hemos terminado uniendo nuestras vidas a dos súbditos de la Corona británica que nos han hecho la mar de felices.

Es el primer libro de memorias de tal amplitud y precisión que yo leo a propósito de la reciente historia vasca. En este sentido, estoy seguro de que se va a convertir en un libro imprescindible para el futuro. Es evidente que Idoia disponía de notas, diarios y artículos que le han permitido efectuar el trabajo que ha hecho, porque con la memoria solo es realmente imposible hacerlo. Sé de lo que hablo.

Es un libro de una sinceridad aplastante. Idoia se dedica a describir la evolución ideológica, argumental y vital de quien se define “como una chica de los sesenta”. Tan solo por eso el libro es ya una pequeña joya. Han sido seis años de trabajo que le habrán ayudado mucho a ella, pero también a los que lo vayan a  leer; o al menos, me ha ayudado a mí a repensar mi propia vida, aunque ella hable con una perspectiva de una persona diez años mayor de edad que yo.

Y ahora viene lo bueno: cuando leo sus andanzas ideológicas, que son también las andanzas de muchas personas de aquella época, y en parte las mías, me he preguntado: ¿mereció la pena todo aquello, no lo podíamos haber hecho un poco más fácil, si la situación era ya difícil no la complicamos todavía más?… Respondiendo directamente a esta última pregunta, diré que sí. Franco campando libremente, el mundo occidental dejándole hacer, con una sociedad civil casi inexistente, una economía pobre, a pesar de lo cual parte de la sociedad vasca, nacionalista o no, se lanza en un proceso de radicalización ideológica que no tenía nada que ver con la realidad, ni aquí ni en Europa, y que hoy resulta, al menos para mí, incomprensible. Como oposición, fue un auténtico desastre; no es casualidad que la sociedad vasca se volviera, llegadas las elecciones, hacia los partidos políticos tradicionales.

Evidentemente hay quien se radicalizó más y quien se radicalizó menos, pero lo que Idoia cuenta en el libro es, visto desde hoy, una auténtica historia de locos. Era como si la única manera de responder al franquismo y vencerlo era radicalizarse ideológicamente más y más, lo que llevaba, inevitablemente, a impedir una salida razonable.

Se podían haber elegido en aquel tiempo unos modelos u otros para seguir, pero se eligieron, a mi juicio, los peores. Se podía haber elegido la India de Gandhi, pero se eligió Argelia, Cuba o la izquierda internacional más violenta. Se podía haber elegido la social democracia, pero se eligió el marxismo leninismo. Podríamos habernos fijado en modelos económicos como los nórdicos, pero no, se prefirió mirar a Latinoamérica. Salvo excepciones que no tuvieron impacto alguno, cada escisión era más izquierdista que la anterior, y los culpables eran poco menos que los compañeros con los que se había trabajado un poco de tiempo atrás. ¿Pero qué nos pasó, qué venada nos entró?…

Una sociedad que lo que trataba por todos los medios, decía, era de conservar su identidad, da un vuelco de ciento ochenta grados y destroza todas sus referencias anteriores.  En lugar de mejorarlas, adecuarlas e integrarlas en unas coordenadas europeas,  rompe con lo que tenía – por muy discutible que fuera, sin duda alguna-, las sustituye por el izquierdismo más radical de Europa, y finalmente, tras el propio fracaso, se queda sin nada, que es en buena parte lo que estamos sufriendo hoy.

En el libro de Idoia se observa muy bien esa tendencia suicida a la escisión, a la división, al ataque de los que más cerca se tiene, en lugar de unirse, tolerarse y trabajar juntos a partir de lo que nos pueda unir, en nuestro propio beneficio. A mí, personalmente, imbuido de toda esa locura, me salvó una experiencia vital: a los veinticuatro años comencé a visitar, conocer y escuchar la experiencia, las opiniones y las referencias históricas de los “viejos” de la generación anterior. Aquellos sí eran auténticos demócratas, cosa que muchos de nosotros, aunque dijéramos luchar por la democracia, no lo éramos. Las consecuencias han llegado hasta nuestros días.

Cambiando de tema, no estoy de acuerdo con Idoia en todas las críticas que hace a la Iglesia vasca, a la que descalifica totalmente. A estas alturas de la historia es imposible negar sus imposiciones, excesos, aprovechamientos e incoherencias. De acuerdo. Pero tampoco se puede negar que, llegado el momento de la toma de decisiones, la sociedad vasca ha sentido a un sector clave de su iglesia comprometida, cercana y sacrificada. Y eso también es verdad, al menos para mí.

Pero es que hay algo más. La propia trayectoria que Idoia Estornés cuenta en el libro demuestra que era perfectamente posible decidir, optar y hacer una vida propia. Cuando algunos insisten tanto en el contexto, en ocasiones es para justificar que no se puede o no se quiere hacer nada –no es el caso de Idoia. El contexto, y ésta es mi experiencia tras haber trabajado con tantas organizaciones y personas, es un estupendo pretexto para no comprometerse, culpar a los demás y seguir como antes.

También diré algo muy personal. Hay momentos en mi vida en que he tomado decisiones personales muy difíciles. No diré que he recibido el aplauso y la aprobación de parte de algunas autoridades eclesiales, pero sí he recibido y percibido mucho respeto y cercanía por parte de personas a las que no olvidaré nunca. Esa es mi experiencia y la tengo que decir aquí. Y es que, al final, existe algo que se llama conciencia personal, y con ello la libertad de conciencia, y con la libertad de conciencia  la necesidad de optar, y con la necesidad de optar la responsabilidad personal de las opciones que uno tome. Soy yo el responsable de lo que hago, no los demás. Para lo bueno y para lo malo. Y si algo es lo bueno y la raíz de la cultura de Europa Occidental es precisamente eso: libertad personal y responsabilidad. Y hoy seguimos con los pretextos aprovechando los actuales contextos.

Pero hay más, mi experiencia personal me indica que lo religioso puede ser, para algunas personas autoritarias, egoístas y falsas, una estupenda excusa y justificación para hacer lo que tenían pensado ya hacer antes  y por razones que nada tienen que ver con el hecho religioso. Lo he sufrido. Hay miserables de comunión diaria, lo mismo que hay miserables en todas y cada una de las facciones del ámbito ideológico.Pero el problema no es el cristianismo, ni el socialismo, ni el liberalismo, ni el feminismo, sino lo que las personas hacemos con ello. Hace unas semanas comíamos mi mujer y yo con una gran pareja de amigos, que nos contaron su historia. En los setenta decidieron casarse solo por lo civil, con el consiguiente rechazo de los padres, por razones de entonces fáciles de imaginar. Pues bien, llegado el día, y a pesar de haber discutido la víspera anterior, la madre se acercó amablemente y participó en la boda civil. El padre se quedó en su casa. En apariencia, las razones que una y otro aducían eran las mismas, pero una hizo una cosa y el otro otra completamente diferente. Y con ello creo que está dicho todo.

Termino comentando algo que me ha emocionado en el libro de Idoia: la trayectoria vital con sus padres, el final de la historia con su padre y con su madre. Sus conversaciones, cuidados, determinadas frases, así como el modo tan delicado en el que relata su relación con José Antonio Ayestarán.  Hay algo ejemplar en todo ello. Nunca se rompe definitivamente nada, hay un profundo respeto, y la etapa final es verdaderamente hermosa. Y es que hay amor, mucho amor entre ellos, y el amor es también fuente de conocimiento de la verdad, de manera de ver lo que tienes delante y pauta de actuación con los demás.

En algún momento he pensado: ¿qué pensaran nuestros hijos de las andanzas de sus padres?… Mejor no saberlo. El libro de Idoia derrocha sentido del humor, cosa que no podía ser de otro modo porque es una de sus grandes virtudes, y la narración, fundamentalmente centrada en Gipuzkoa y Navarra, que es lo que ella mejor conoce, está escrita con pasión. Es, además, divertido y te hace pensar. Nos ayuda a entender lo que tenemos hoy. ¿Qué más se puede pedir?… Gracias, Idoia.

El arte de salir

Publicado por el 18 Mar 2013

Sé que no hay nada más antiperiodístico que hablar de la renuncia del papa cuando la noticia es que tenemos uno nuevo, pero Benedicto tomó una decisión nada habitual: dejarlo y marchar, y como la decisión de marchar es una decisión que he tomado no una ni dos sino varias veces en mi vida, me ha hecho pensar en ello.

 

Vivimos una cultura en que lo importante es entrar, estar, llegar. “Si no lo vendes, es como si no existes”, se viene a decir. Pero hay momentos en la vida en que también es importante saberlo dejar, salir y hacerse invisible. Sobre cómo llegar se ha escrito ya casi todo y poco tengo en este momento que decir, pero sobre salir es algo de lo que se habla menos, tal vez porque no hay mucha experiencia sobre ello. Este blog va sobre mi experiencia después de salir. Y con ello, vamos al grano.

Recuerdo una conversación hace ya muchos años con un político catalán muy conocido, y que en un momento de confidencia me dijo lo siguiente:

“Mire Vd., lo mejor de Companys fue su muerte. Como político fue un auténtico desastre, pero su muerte nos hizo olvidarlo todo y le convirtió en un ejemplo para todos nosotros”…

En definitiva, que salir y el modo en que se sale puede cambiar por completo la imagen anterior, para lo bueno y para lo malo. Esto le pasó a Companys, tal y como hemos dicho, pero también en cierto modo a Ratzinger y a Monti. En el primer caso para mejor y en el segundo para menos bien.

También es importante el momento de salir, de la misma manera que es clave saber terminar una conferencia. Sarah, que interpretó a Chavez en Londres, siempre repite que su problema era que le sobró media hora de intervención.
  
Salir es algo que puede generar problemas insospechados para la persona que lo hace. Puede creer que es una decisión que le compete a él y sólo a él, y que con salir se acaba todo. Pero no es verdad. A veces todo empieza al dejarlo y salir. Algo fundamental es tener en cuenta que a la gente no nos gusta ser abandonados, o mejor,  no nos gusta que otra persona con la que hemos compartido lo que sea, decida dejarnos. Con frecuencia, convertimos esa decisión en un agravio. No es que lo deje, sino que nos deja.

Tal vez estábamos deseando hasta hace muy poco tiempo cortar con esa otra persona, por lo que sea, pero en el momento en que se nos adelanta y se marcha parece que nos insulta, que se coloca por encima de nosotros y que nos viene a decir que no necesita de nosotros para continuar. Todo hubiera estado bien si fuéramos nosotros los que le hubiéramos dicho que se marchara, pero ha sido ella la que nos dice que lo deja y esto cambia por completo nuestra visión de la relación entre los dos.

Yo he salido y dejado compañías, situaciones y proyectos varias veces a lo largo de mi vida, y he sufrido mucho como consecuencia de ello. La reacción ha sido varia, pero pocas veces buena. Recuerdo la vez que dejé un cargo. Cuando mostré mi voluntad de marchar se me dijo que eso era imposible, que yo era imprescindible. Sufrí una presión enorme. Bastó con que yo encontrara una persona que me pudiera sustituir para que de imprescindible pasara a ser totalmente prescindible en el larguísimo plazo de un día. Del total reconocimiento se pasó a la mayor ignorancia. Les había resuelto el problema, y yo sobraba. La cura de vanidad fue definitiva para un ingenuo como era yo entonces.

En otros casos la reacción ha sido también la misma: la ignorancia más tupida, pero por razones diferentes. Trataban de demostrarme que si había estado allí era gracias a ellos y que sin ellos no hubiera sido ni alcanzado nada. Era como si dijeran: “verás como volverás”. Y para demostrarlo, practicaron la política de hacer que dejes de existir. Pero no volví. Por cierto, salir a la intemperie es una experiencia inolvidable: te conoces mil veces mejor. Hay algunos que salen, pero con algo seguro. Eso no es salir. Eso es volver a entrar en lo mismo. Hay también quien sale pero pudiendo siempre volver. Más de lo mismo. Ninguno  de ellos va a descubrir todo lo que estalla en uno gracias a la supervivencia, al romper esa puerta de cristal y saltar al abismo.

Vivimos en una sociedad en la que la familia, la cuadrilla, la empresa, la profesión, en otros tiempos el partido político, una ideología o la comunidad eran, y son, las referencias claves, y uno se define en primer lugar como alguien que forma parte de algo y ese algo era lo primero que se venía a responder cuando se le preguntaba: “¿y Vd qué es?”…  Y en ese contexto, uno puede decidir dejarlo, que en la práctica significa dejarles. El grupo preguntará entonces casi de inmediato: “¿pero por qué te vas?.., ¿qué vas a hacer solo?.., ¿qué te hemos hecho?”…. Para terminar al muy poco tiempo por decir: “¿quién se habrá creído que es?”…”Verás el tortazo que se va a dar”…Y es verdad que muchas veces hay tortazo, y no uno sino dos, pero el orgullo sano -que lo hay-, el instinto de supervivencia y lo que uno ha aprendido en el camino empiezan a funcionar. ¿Y saben lo que les digo?…, que esta experiencia es incluso más apasionante que el éxito posterior, porque de inmediato uno puede decir lo mismo que el poeta: confieso que he vivido y que me quiten lo bailado.

Al leer estas líneas alguien pueda estar pensando en que estoy haciendo una loa de la vida profesional independiente, pero no es del todo cierto. Se puede haber dejado también algo cuando se asume una responsabilidad en la propia organización y que nadie quiere asumir. Se puede estar muy solo estando arriba o en otro lado. También lo sé. Es más, una de las experiencias con la que frecuentemente me encuentro es la de la terrible soledad de algunos dirigentes, que necesitan ser unos auténticos atletas mentales, que no tienen nada que envidiar a un deportista de élite para poder sobrevivir. Esto vale perfectamente para un periodista o un intelectual: ¿saben lo que uno se juega hoy cuando decide pensar, y sobre todo escribir, por su cuenta?…

En otros casos  la reacción al dejar ha sido un odio atroz y, en consecuencia, tener que sufrir la venganza más refinada. Si se supone que me querían y me estimaban, ¿por qué, de repente, se comportaron de este modo?… Porque no me querían, es obvio. Este fue otro de los descubrimientos.  Yo no termino de creer eso de que el odio y el amor son intercambiables, y que se puede pasar del amor al odio con tanta rapidez. Creo que no. O se ama o se odia. Si hay amor de verdad hacia otra persona, no se puede llegar a odiarle.

Me ha llamado la atención cómo, al cabo del tiempo, se han alterado las historias de mis salidas casi por completo. No me reconozco. Lo cierto es que uno se ha dado una explicación del porqué se va y la da a otros. Pero luego hay una interpretación de esa explicación hecha por los que has dejado. Cómo me han sorprendido las explicaciones que se han dado a una decisión que, en principio, era sólo mía. Por cierto, todas esas interpretaciones iban siempre en mi contra. Venían a decir que, en el fondo, la verdadera razón no es la que yo di, versión que ya ni recuerdan, sino que fue esta otra. Y va la suya. En muchos casos, finalmente, parecía que la decisión había sido tomada por ellos. Y hay que recordar que, una vez que has salido, ya no te puedes defender contra el grupo. Te barren. Entonces sólo cabe confiar en ti.

Hay amigos que trabajan en organizaciones y que me miran con envidia -sana envidia, en su caso- porque soy una persona independiente. Es verdad que lo soy y éste ha sido para mí un valor clave en mi vida. Para lo bueno y para lo malo. Finalmente me ha ido muy bien.  Esto de marcharse, de dejarlo, de salir, y en definitiva, de decidir vivir, es duro, de verdad. Si lo sabré yo… No sé si esto pasa en otros lugares exactamente de la misma forma, pero aquí hay que pensárselo un par de veces antes de hacerlo. Pero también diré con la mayor honestidad que no me arrepiento, que es verdad que hubo mucha pena pero que ha merecido la pena, que lo bueno de esta vida es la posibilidad de vivir varias, y que si se lo está pensando aquí tiene un amigo que está dispuesto a ayudarle por el único afán de ayudar. Es curioso el juego que la salida de Ratzinger puede dar… ¿A qué no se lo esperaban?…Tampoco yo. Ya sólo me cabe recordar algo más: que hemos nacido para, llegado un día, dejarlo y marchar, y para que no sea tan duro luego podemos empezar por practicarlo ahora. Incluso podemos coger el hábito. Un hábito sano, de verdad.

Tan sólo un blog de vez en cuando

Publicado por el 10 Feb 2013

Vuelta a casa. Llevo ya dos meses desde la salida de Brighton y la llegada a Vitoria. Al principio estaba observando mis reacciones, temiendo lo peor. Pero ahora me encuentro muy bien. Me vinieron muy bien las Navidades, porque llegó mi familia inglesa y con ellos la oportunidad de enseñar el país. Y como el tiempo fue excelente, se convirtió en un redescubrimiento. Tengo ya un circuito para extranjeros. Guggenheim, Parte Vieja de Vitoria, Laguardia y Donostia, sin olvidar si se puede Hondarribi. Triunfo asegurado. El país es, sin duda, precioso. Otra cosa somos los habitantes, y más ahora. En un tiempo se solía decir aquello de que lo mejor del país era nuestra gente. Hace ya mucho tiempo que no he escuchado decir la misma expresión. Son tantos los que parecen enfadados…; son tan pocos los que me han preguntado: “¿qué tal por allí?”… He aprendido mucho en estos primeros días.

Una cosa que hago, y lo recomiendo, es apuntar en el diario con mucha fuerza: “hoy estoy muy bien”… Y lo hago para dos cosas: primero disfrutar y luego recordar en su momento, cuando estoy mal, que ha habido muchos momentos en los que he estado muy bien, y que, en consecuencia, volveré a estar bien. ¡Cómo recomiendo hacer diarios!… Es una manera de revivir constantemente, y en consecuencia de vivir más y más. No es tan solo un instrumento para desarrollar disciplina y recobrar la perspectiva, sino también una ventana abierta a la propia vida. Vivimos como si condujéramos un coche, de tal modo que no recordamos luego nada del viaje, y el diario es una manera de parar el coche y ver el paisaje, entre otras cosas.

Al tiempo, cuanto más repasa uno su vida más sentido le encuentra a aquello del Eclesiastés –qué gran libro, qué sabio quien lo escribió. Dice así en uno de sus párrafos más conocidos: “vanidad de vanidades, todo vanidad y atrapar vientos… Una generación va, otra generación viene, pero la tierra para siempre permanece… Sale el sol y el sol se pone…Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará; nada nuevo hay bajo el sol”…

Y esto no hace abandonar sino hacer lo que toca, ponerse en el lugar que nos corresponde y confiar, porque hay muchos momentos en los que lo que ha sucedido nada tenía que ver con lo esperado o planificado. Esto viene a cuento a propósito de lo que me ha sucedido en cuanto he vuelto al trabajo, con motivo de unos Talleres de Comunicación Interna, en Adegi. Han resultado ser una experiencia estupenda. No voy a ocultar que me ha resultado un auténtico salto pasar de la paz de Brighton a la bronca guipuzcoana. Encontrarme con la insolidaridad, el matonismo y la huida de responsabilidades a tantos niveles es llamativo, y todo ello envuelto en “moralina”. Es como si ya supiéramos que hacemos y actuamos mal, pero lo hacemos tan sólo, decimos, en razón del bien. Venga ya…

Pero también me ha ocurrido algo más: he conocido a gente estupenda estas semanas, lo mismo en Donostia como en Pamplona y en Tudela, donde también he tenido la oportunidad de trabajar. Y solo por eso merece la pena seguir. Los buenos nos hacen continuar. A veces me suelo decir: si echo una mano a alguno de todos los que están aquí, está justificado el cansancio, el viaje y el día. Si alguien te escribe diciendo que le has dado ganas de seguir adelante, eso ya es más que suficiente para mí. Y te lo dice el que menos esperabas. Cuantas veces me equivoco al ver caras. Me hago al principio una idea de ellas y luego la realidad es otra muy diferente. Es por eso que suelo ser muy prudente con esa primera impresión. Me he equivocado tantas veces… Otra experiencia es que te escriba luego alguien del que no recuerdas su cara, fruto de alguna conferencia. Es como si te dijeran: “tú no te fijaste, estuviste a punto de abandonar, pero mereció la pena continuar, me ayudaste, gracias”…

En definitiva, que lejos de abandonar, me ha dado ganas de seguir. Es por eso que me siento muy afortunado. Me ha tocado escuchar de todo: desde lo de Bárcenas, como todos, hasta un antiguo escolta que me ha contado barbaridades de algunos escoltas y protegidos, así como el descubrimiento de un mendigo en la calle al que las ganas de ayudar me llevaron a descubrir su mentira. Somos como los chimpancés subidos a lo alto de los árboles: cuanto más alto es el chimpancé mejor ven los de abajo lo feo que es su culo. El problema es que es muy difícil ver el nuestro, que es muchas veces igual de feo o más. Me han venido muy bien algunas frases como “no juzgues y no serás juzgado”…, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”… o “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro”… Con tratar de sacar mi viga, ya tengo más que suficiente, de verdad.

Recomiendo vivamente leer la Biblia o los Evangelios como si de un libro de autoayuda se tratara. Puedes ser creyente o no. Léelo -y espero que se me entienda-, como si de un no creyente se tratara. Y observar qué puedes obtener para tu día a día. En mi caso, mucho. La crisis ha sacado lo peor de nosotros; pero este tipo de lectura saca lo bueno. Y es bueno observar que muchas de nuestras denuncias son pura autojustificación personal. Hacer que se hace. ¿Está Vd. seguro de que no haría lo que otros hacen si estuviera en posición de hacerlo y tuviera la absoluta seguridad de que no se va a enterar luego nadie?… Para contestar de verdad a esa pregunta es preciso haber vivido esa situación. Y haber sido capaz de no hacerlo. Lo demás son pájaros y flores.

Renuncio ya a hablar de política como no tenga la impresión de que va a servir para algo. He cometido muchas equivocaciones al respecto. Y me hace mal. Estás en política o no estás. Lo que dices sirve para cambiar algo o te callas. El resto es vanidad y atrapar vientos. Con un margen de maniobra tan escaso como el actual, ser político hoy es algo muy poco atractivo, incluso en el caso de que su intención sea sana. Creo que hay que practicar la distancia con respecto a lo que sucede, y cultivar tu jardín particular. El problema es muchas veces que no tenemos otra cosa que no sea criticar lo mal que lo hacen los demás; nos falta un jardín en el que entretenernos. Entiendo la pasión de los ingleses por el jardín; y recuerdo cuántos de ellos me han dicho que es una excelente terapia, especialmente contra los momentos bajos. En definitiva, necesitamos un entretenimiento sano. En ocasiones desdeñamos los entretenimientos de algunas personas, por considerarlos no demasiado trascendentales, y les acusamos de perderse no sé qué. Pero los que nos equivocamos y los que estamos perdiendo cosas importantes somos, en ocasiones, los demás, especialmente cuando observamos que esa otra persona es feliz y por el contrario el malhumorado y tenso soy yo. Hay que encontrar un refugio, que no tiene porqué ser una casa en el campo, donde poder vivir un exilio interior. Lo otro no es más que sufrir para nada.

Y en este contexto, el encuentro con los amigos puede ser uno de sus refugios. Me considero muy afortunado por tener los amigos que tengo. Ellos sí que preguntan, a ellos sí les intereso, nunca me hacen daño. Podrán ayudar o no; si pueden lo hacen, pero nunca harán daño. Reírse y comer juntos. Poder decir bobadas. Pero también he aprendido que si se quiere tener amistades hay que cultivarlas; no basta con esperar a que te llamen.

He disfrutado leyendo “Rosa Cándida”, con un personaje que a pesar de ser hombre era muy femenino; no es casualidad que la autora, en la fotografía, sea un mujer. He vuelto a releer “Crimen y Castigo”, y me he quedado emocionado leyendo el prólogo final, cuando se demuestra que el amor de ella le salva, y he entendido aquello de que el amor es entrega, gratuidad y acción sin esperar respuesta. Y, a la vez, tal vez sea  la cosa más práctica que se pueda hacer en este mundo.

No puedo terminar sin hablar del número de “The Economist” dedicado a los países nórdicos. Lo recomiendo vivamente. He sentido una gran envidia por una parte, pero también una llamada de esperanza. Otros lo han hecho, también nosotros por tanto, si queremos, lo podemos hacer. Siempre me ha llamado la atención el respeto con que los pocos nórdicos que he conocido hablaban de sus respectivos gobiernos. Es fácil de entender. Lo que nosotros estamos haciendo ahora, tarde y mal, ellos comenzaron a hacerlo hace veinte años. Supongo que no habrá sido fácil, pero hoy están con las tareas cumplidas y con una situación envidiable en todos los sentidos. Pero si algo me llama la atención es cómo han sabido tratar lo público, dándole la importancia que tiene y, precisamente por eso, haciéndolo más y más eficaz. Más con menos era posible. Ellos lo han hecho.

Ese reportaje es posiblemente un antes y un después. Les animo a que lo lean, lo traduzcan y lo distribuyan. Son datos. Pocos podrán acusar a su sistema de liberal a ultranza y de fomentar las desigualdades. Y lo han hecho introduciendo lo mejor del liberalismo, lejos de ese estéril debate que sobre lo público tenemos aquí. Lo público es, muchas veces, mero interés privado; y al tiempo lo privado tiene un enorme interés público. Recuerdo una experiencia estando en la administración y cuando el responsable de cultura me pidió un criterio a la hora de elaborar el presupuesto anual. Le dije que podíamos consultar a los hombres y mujeres de la cultura. Así lo hizo. Pero lo que ocurrió es que los pintores dijeron que lo más importante era la pintura, los escritores la promoción de los libros, los escultores la escultura y, salvando honrosas excepciones, así sucedió con casi todos. Supongo que de ser yo consultado años después hubiera contestado que lo más importante era la mejora, la calidad y la innovación personal. No me considero ejemplo alguno. Somos así.

Las personas cambiamos por convicción o por obligación. En el norte de Europa cambiaron en su tiempo tal vez por convicción; aquí lo haremos por obligación, insultando, quejándonos y maltratando al que tenemos enfrente. Pero se hará. Y de la misma manera que lo hecho no ha tenido vuelta atrás por los partidos de la oposición al llegar luego al poder, aquí sucederá lo mismo. Mientras tanto, ¿qué podemos hacer Vd y yo?… O dicho de otra manera, ¿cuál es el jardín a cultivar?… En mi caso, escribo un blog de vez en cuando. Y aprovecho mi experiencia vital como material para conferencias, talleres y apoyo a los demás. Por si puede ser de interés para alguien. Y es que uno da lo que da.

Un año que se cierra y otro que se abre

Publicado por el 16 Dic 2012

Se acaba la estancia en Brighton, un año sabático altamente recomendable, y volvemos a Vitoria. Una etapa nueva comienza. Alguien me pregunta por las diferencias más importantes que he encontrado en este año en Inglaterra. Sabiendo que estoy generalizando y, por tanto, que lo que voy a decir no son más que impresiones personales totalmente discutibles, diría lo siguiente:

  • Lo primero que advierto es una actitud completamente diferente con respecto a la iniciativa privada. En España, y en el País Vasco, lo privado es en principio algo sospechoso y que debe ser examinado previamente, porque en el fondo lo bueno es lo público, que es como “deberían ser las cosas”.Aquí no. Lo privado es, para lo bueno y para lo malo, el origen natural de lo que sucede, especialmente en materia económica y voluntariado social, y en consecuencia lo privado es en principio algo digno de mimar, desarrollar y admirar. Ya llegará en su caso el momento del control. Y si alguien es descubierto haciendo algo grave, lo va sin duda a pagar. Pero los sospechosos por principio son más bien los que viven de la administración.
  • Me ha llamado la atención la enorme importancia que aquí tiene lo científico, lo tecnológico y, en general, lo inmediatamente práctico, y la enorme dedicación a ello de tantas personas a lo largo de la historia. Es más, lo político, lo religioso, lo ideológico es más y más algo que concierne a lo personal, y por tanto es digno de respeto y no debe ser discutido. Es algo así como decir, “todo eso está muy bien, ¿pero qué propone Vd hacer, aquí y ahora, para arreglar el problemón que tenemos?”…

  • Es difícil encontrar a alguien, sea cual la edad que tenga, que no haya tenido relación con el exterior. Familia, viajes, trabajo, ocio, historia generacional, lo que sea. Gran parte de ellos han estado, vivido o viajado en una parte o en otra del mundo por razones familiares o de trabajo, aunque, eso sí, en su inmensa mayoría en países de habla inglesa. Me llama la atención, comparativamente hablando, la vinculación con África.
  • La ausencia de “moralina”. Llamo “moralina” a esa costumbre de basarse en supuestos criterios morales para defender intereses personales. En España todo el mundo habla de moral para defender lo suyo, y lo hacen curiosamente los unos y los otros para defender lo contrario sobre el mismo tema a debate. Es evidente que, en el fondo, no se trata sino de justificar los intereses o ideologías personales de cada cual. En un tiempo en el que a lo religioso se le viene a decir “ya está bien de dar sermones, cállate, quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer”, lo que ha ocurrido es que ahora todo el mundo da sermones y dice a los demás lo que tiene que hacer: la derecha y la izquierda, los empresarios y los trabajadores, las asociaciones empresariales y los sindicatos, los catedráticos, los escritores, los jueces, los directores de cine y, en general, todo aquel al que se le acerca un micrófono y tiene la oportunidad de hacerlo. ¿Qué intelectual que se precie en España no opina sobre lo que se le pregunte, por alejado que sea de su conocimiento, y aduciendo más y más criterios morales cuanto menos sepa del tema?… Para eso, pensamos, es un intelectual. Para opinar sobre lo divino y lo humano, literalmente. ¿Recuerdan de alguien que dijera, “yo de eso no puedo opinar porque no sé”?…. “Lo que ocurre es que vd. no quiere comprometerse”, se le contestaría. Aquí no.

No quiero comparar, porque además la comparación no tiene sentido alguno y es perder el tiempo. Nacer aquí o allá, ser alto o bajo, hermoso o feo, inteligente o no, estar más o menos dotado, no tiene mérito alguno. La cuestión es qué hacemos con lo recibido. Cómo lo cogimos y cómo lo dejamos. Cuando uno lee periódicos, siempre cabe preguntarse después de leer algún comentario: y después de decir eso, ¿ha dejado vd. la cosa mejor de lo que estaba o todavía peor?… Creo que es la pregunta fundamental. Y si no se puede dejar mejor, creo que es mejor callarse, aunque te tomen por tonto o por pasota.

Hay una pregunta que me hacen los de aquí y los de allí: ¿y qué haces?…. Es otro modo de decir: y si no trabajas, ¿en qué ocupas el tiempo?… No suelo responder más que vaguedades, aunque a veces contesto “simplemente vivir”. Pero lo cierto es que por primera vez en mi vida, me he preguntado, ¿y hoy qué hago?… Y la respuesta ha sido: reír con mi mujer, soñar, dormir bien, sanar mi espalda, estudiar inglés, leer, escuchar música, hablar con todo el que he podido, visitar a los amigos, pasear por Brighton y por la campiña, solo o en compañía, disfrutar del paisaje, gozar de la vista del puerto y de los barcos desde el balcón de casa, soltar ideas a todos aquellos que me las han solicitado, cocinar, asistir a cursos de fotografía, visitar Londres, descubrir algún restaurante o comida nuevos, ver exposiciones, acudir a algún espectáculo y escribir. No he efectuado ni un solo contacto interesado en todo este tiempo. ¿Le parece poco?… Vivir.

Y he descubierto, una vez más, que existe un cauce en la vida:

  • Hay un cauce en el que estamos bien, y lo natural es estar bien.
  • Pero es también natural que nos vengan pensamientos negativos, fruto de emociones y situaciones. Y esto se produce aún estando bien.
  • Y no sabiendo muy bien por qué, nos enredan y nos hacen salirdel cauce.
  • De repente, nos encontramos sufriendo, que es lo que nos sucede cuando salimos del cauce.
  • Cuanto más nos dejamos llevar peor, porque nos encontramos más y más enredados.
  • Sabemos que estamos mal, pero no sabemos cómo salir. Sensación de estar dominados.
  • Hay un momento, sin embargo, en el que tomamos conciencia del sufrimiento y de que así no podemos seguir. Es el comienzo de la vuelta al cauce.
  • Nos agarramos a cosas buenas, normalmente qué toca hacer, aquí y ahora, y al tiempo volvemos al cauce, desde el cual nos preguntamos cómo alguna vez fuimos tan tontos para salir de él.
  • Incluso nos preguntamos qué fue exactamente lo que nos hizo mal, y ya ni nos acordamos.
  • Y así todos los días. Es como círculo, porque la vida es como un círculo, que siempre vuelve a empezar.

Ha sido un mes de despedidas, que ha servido para darnos cuenta de que dejamos buenos amigos. Me ha llamado la atención algunos detalles en las despedidas. Mucha formalidad, pero al mismo tiempo pequeños detalles que lo dicen todo. Los detalles son importantes en la vida.Por ejemplo, responder con rapidez a nuestros mensajes. He preguntado a más de una persona que he encontrado feliz, la misma cuestión: ¿cuál es su secreto?… Y siempre me han comentado más o menos lo mismo: agradecer, disfrutar, trabajar, desarrollar al máximo lo que se tiene y servir a los demás. Y procurar no salir de ese círculo. Agradecer es lo primero y en realidad implica todo lo demás. Otra vez la teoría de los círculos, que contrastan con las líneas que van hacia la izquierda (pasado) o hacia la derecha (futuro) con las que, con frecuencia, los que no somos zurdos representamos la vida.

Hemos aprovechado para ver espectáculos en Londres. Me ha sorprendido “Les Miserables”. Una historia tan larga y compleja, narrada de una manera tan sencilla. Es en esos momentos cuando te das cuenta de que hay gente que tiene talento. O hemos visto y escuchado a Andrea Bocelli en el Millenium generar emociones entre la gente. Y para terminar nuestra estancia, mira por donde, nos encontramos en Cambridge con la familia real. No podía haber un final de una estancia en Inglaterra como es debido sin encontrarse con ellos. Pues sí. Tuvimos la oportunidad de encontrar a los Duques de Cambridge en una visita a dicha ciudad. Nos llamó la atención que a pesar del frío la gente se agolpó en la calle, la ciudad se paralizó por un momento, y fueron muchos los que se dedicaron a ensimismarse al ver cerca de ellos a William y a Kate, bien altos por cierto, aunque bien es verdad que últimamente a mí altos me parecen la inmensa mayoría de la personas.

Os deseo lo mejor. ¡Qué sentido tiene aquello de paz a la gente de buena voluntad!… 

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.