Eugenio Ibarzabal

El arte de salir

Publicado por el 18 Mar 2013, en Sin categoría

Sé que no hay nada más antiperiodístico que hablar de la renuncia del papa cuando la noticia es que tenemos uno nuevo, pero Benedicto tomó una decisión nada habitual: dejarlo y marchar, y como la decisión de marchar es una decisión que he tomado no una ni dos sino varias veces en mi vida, me ha hecho pensar en ello.

 

Vivimos una cultura en que lo importante es entrar, estar, llegar. “Si no lo vendes, es como si no existes”, se viene a decir. Pero hay momentos en la vida en que también es importante saberlo dejar, salir y hacerse invisible. Sobre cómo llegar se ha escrito ya casi todo y poco tengo en este momento que decir, pero sobre salir es algo de lo que se habla menos, tal vez porque no hay mucha experiencia sobre ello. Este blog va sobre mi experiencia después de salir. Y con ello, vamos al grano.

Recuerdo una conversación hace ya muchos años con un político catalán muy conocido, y que en un momento de confidencia me dijo lo siguiente:

“Mire Vd., lo mejor de Companys fue su muerte. Como político fue un auténtico desastre, pero su muerte nos hizo olvidarlo todo y le convirtió en un ejemplo para todos nosotros”…

En definitiva, que salir y el modo en que se sale puede cambiar por completo la imagen anterior, para lo bueno y para lo malo. Esto le pasó a Companys, tal y como hemos dicho, pero también en cierto modo a Ratzinger y a Monti. En el primer caso para mejor y en el segundo para menos bien.

También es importante el momento de salir, de la misma manera que es clave saber terminar una conferencia. Sarah, que interpretó a Chavez en Londres, siempre repite que su problema era que le sobró media hora de intervención.
  
Salir es algo que puede generar problemas insospechados para la persona que lo hace. Puede creer que es una decisión que le compete a él y sólo a él, y que con salir se acaba todo. Pero no es verdad. A veces todo empieza al dejarlo y salir. Algo fundamental es tener en cuenta que a la gente no nos gusta ser abandonados, o mejor,  no nos gusta que otra persona con la que hemos compartido lo que sea, decida dejarnos. Con frecuencia, convertimos esa decisión en un agravio. No es que lo deje, sino que nos deja.

Tal vez estábamos deseando hasta hace muy poco tiempo cortar con esa otra persona, por lo que sea, pero en el momento en que se nos adelanta y se marcha parece que nos insulta, que se coloca por encima de nosotros y que nos viene a decir que no necesita de nosotros para continuar. Todo hubiera estado bien si fuéramos nosotros los que le hubiéramos dicho que se marchara, pero ha sido ella la que nos dice que lo deja y esto cambia por completo nuestra visión de la relación entre los dos.

Yo he salido y dejado compañías, situaciones y proyectos varias veces a lo largo de mi vida, y he sufrido mucho como consecuencia de ello. La reacción ha sido varia, pero pocas veces buena. Recuerdo la vez que dejé un cargo. Cuando mostré mi voluntad de marchar se me dijo que eso era imposible, que yo era imprescindible. Sufrí una presión enorme. Bastó con que yo encontrara una persona que me pudiera sustituir para que de imprescindible pasara a ser totalmente prescindible en el larguísimo plazo de un día. Del total reconocimiento se pasó a la mayor ignorancia. Les había resuelto el problema, y yo sobraba. La cura de vanidad fue definitiva para un ingenuo como era yo entonces.

En otros casos la reacción ha sido también la misma: la ignorancia más tupida, pero por razones diferentes. Trataban de demostrarme que si había estado allí era gracias a ellos y que sin ellos no hubiera sido ni alcanzado nada. Era como si dijeran: “verás como volverás”. Y para demostrarlo, practicaron la política de hacer que dejes de existir. Pero no volví. Por cierto, salir a la intemperie es una experiencia inolvidable: te conoces mil veces mejor. Hay algunos que salen, pero con algo seguro. Eso no es salir. Eso es volver a entrar en lo mismo. Hay también quien sale pero pudiendo siempre volver. Más de lo mismo. Ninguno  de ellos va a descubrir todo lo que estalla en uno gracias a la supervivencia, al romper esa puerta de cristal y saltar al abismo.

Vivimos en una sociedad en la que la familia, la cuadrilla, la empresa, la profesión, en otros tiempos el partido político, una ideología o la comunidad eran, y son, las referencias claves, y uno se define en primer lugar como alguien que forma parte de algo y ese algo era lo primero que se venía a responder cuando se le preguntaba: “¿y Vd qué es?”…  Y en ese contexto, uno puede decidir dejarlo, que en la práctica significa dejarles. El grupo preguntará entonces casi de inmediato: “¿pero por qué te vas?.., ¿qué vas a hacer solo?.., ¿qué te hemos hecho?”…. Para terminar al muy poco tiempo por decir: “¿quién se habrá creído que es?”…”Verás el tortazo que se va a dar”…Y es verdad que muchas veces hay tortazo, y no uno sino dos, pero el orgullo sano -que lo hay-, el instinto de supervivencia y lo que uno ha aprendido en el camino empiezan a funcionar. ¿Y saben lo que les digo?…, que esta experiencia es incluso más apasionante que el éxito posterior, porque de inmediato uno puede decir lo mismo que el poeta: confieso que he vivido y que me quiten lo bailado.

Al leer estas líneas alguien pueda estar pensando en que estoy haciendo una loa de la vida profesional independiente, pero no es del todo cierto. Se puede haber dejado también algo cuando se asume una responsabilidad en la propia organización y que nadie quiere asumir. Se puede estar muy solo estando arriba o en otro lado. También lo sé. Es más, una de las experiencias con la que frecuentemente me encuentro es la de la terrible soledad de algunos dirigentes, que necesitan ser unos auténticos atletas mentales, que no tienen nada que envidiar a un deportista de élite para poder sobrevivir. Esto vale perfectamente para un periodista o un intelectual: ¿saben lo que uno se juega hoy cuando decide pensar, y sobre todo escribir, por su cuenta?…

En otros casos  la reacción al dejar ha sido un odio atroz y, en consecuencia, tener que sufrir la venganza más refinada. Si se supone que me querían y me estimaban, ¿por qué, de repente, se comportaron de este modo?… Porque no me querían, es obvio. Este fue otro de los descubrimientos.  Yo no termino de creer eso de que el odio y el amor son intercambiables, y que se puede pasar del amor al odio con tanta rapidez. Creo que no. O se ama o se odia. Si hay amor de verdad hacia otra persona, no se puede llegar a odiarle.

Me ha llamado la atención cómo, al cabo del tiempo, se han alterado las historias de mis salidas casi por completo. No me reconozco. Lo cierto es que uno se ha dado una explicación del porqué se va y la da a otros. Pero luego hay una interpretación de esa explicación hecha por los que has dejado. Cómo me han sorprendido las explicaciones que se han dado a una decisión que, en principio, era sólo mía. Por cierto, todas esas interpretaciones iban siempre en mi contra. Venían a decir que, en el fondo, la verdadera razón no es la que yo di, versión que ya ni recuerdan, sino que fue esta otra. Y va la suya. En muchos casos, finalmente, parecía que la decisión había sido tomada por ellos. Y hay que recordar que, una vez que has salido, ya no te puedes defender contra el grupo. Te barren. Entonces sólo cabe confiar en ti.

Hay amigos que trabajan en organizaciones y que me miran con envidia -sana envidia, en su caso- porque soy una persona independiente. Es verdad que lo soy y éste ha sido para mí un valor clave en mi vida. Para lo bueno y para lo malo. Finalmente me ha ido muy bien.  Esto de marcharse, de dejarlo, de salir, y en definitiva, de decidir vivir, es duro, de verdad. Si lo sabré yo… No sé si esto pasa en otros lugares exactamente de la misma forma, pero aquí hay que pensárselo un par de veces antes de hacerlo. Pero también diré con la mayor honestidad que no me arrepiento, que es verdad que hubo mucha pena pero que ha merecido la pena, que lo bueno de esta vida es la posibilidad de vivir varias, y que si se lo está pensando aquí tiene un amigo que está dispuesto a ayudarle por el único afán de ayudar. Es curioso el juego que la salida de Ratzinger puede dar… ¿A qué no se lo esperaban?…Tampoco yo. Ya sólo me cabe recordar algo más: que hemos nacido para, llegado un día, dejarlo y marchar, y para que no sea tan duro luego podemos empezar por practicarlo ahora. Incluso podemos coger el hábito. Un hábito sano, de verdad.

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