Vengo de un seminario de fin de semana sobre una de mis escritoras favoritas, un seminario en el que, como tantos otras veces, uno acude más por conocer a gentes interesantes e interesadas por lo que a uno más le apasiona, que por las propias ponencias y ponentes. En definitiva, lo que a mí más me atrae es la vida que pueda surgir de un encuentro, una conversación y una sobremesa. Y a partir de ahí, lo que sea.

Pero lo que me he encontrado esta vez, y ya van varias cuando uno viaja a Madrid, es una crispación política que me revuelve y hace mal.

Estamos en una agradable sobremesa, conociéndonos y preguntándonos mutuamente por nuestras vidas y trayectorias, cuando hete aquí que, sin esperarlo, de sopetón, la persona en apariencia más amable de todas, y de quien menos te lo esperas, va y te suelta una andanada contra Sánchez. Le respondes con el silencio, obviamente. Pero ella insiste, y ahora dice que la nueva ley de reducción de la jornada de trabajo pactada por el gobierno es la antesala de lo que luego ocurrió en Venezuela, por lo que nos adelanta que, en poco tiempo, nos conducirán al bolivarianismo. Adviertes que no sabe de lo que está hablando; que no sabe que no sabe, vamos. Pero da igual.

Vuelta a callar otra vez. Pero notas que si bien tú callas, la otra persona sigue. Ahora incluso parece interpelarte; te mira fijamente a los ojos y da la impresión de que tienes que dar tu opinión sobre Sánchez, la ley sobre la jornada laboral y sobre Venezuela. Pero, ¿Quién se habrá creído? ¿A qué hemos venido? ¿Por qué he de entrar en un tema que nada tiene que ver con el del seminario que nos ha reunido?

Lo dicho, da igual. Madrid se está poniendo imposible, porque no es la primera vez. A mí me enseñaron que hablar de política, de dinero y de religión sin más ni más, sin conocer a los demás y sin respetar el derecho de los demás a no manifestar su opinión, es de mala educación. Pues ya no. Y no era precisamente una jovencita la que hablaba.

Supongo que la izquierda hará lo mismo, pero en Madrid, tal vez sea por los ambientes que frecuento, confieso que tengo que soportar una derecha alterada, maleducada e insoportable. Y no retiro ninguno de los tres objetivos.

¿Es a mí solo o también les pasa a los demás?

Ya me veo en el futuro cada vez que voy a Madrid visitando una vez más El Prado, mi museo favorito, para, de inmediato, mirando a un lado a otro por si alguien me persigue y trata de soltarme un mitin, tomar el tren y, corriendo, volver a casa.

¡Y después hablan del País Vasco!…