Eugenio Ibarzabal

En el cementerio con Ander Lizarraga

Publicado por el 27 Jun 2013, en Sin categoría

El pasado día 24 de Junio, un mes exactamente después de que Ander Lizarraga muriera, compañeros de trabajo prepararon un pequeño homenaje en el cementerio de Astigarraga, lugar en el que Ander nació y vivió. Me había enterado del homenaje por pura casualidad, a través de uno de los comentarios que habían escrito en el blog, y con tiempo suficiente por si no encontraba lugar para aparcar, me presenté en la puerta del cementerio. Allí estuvimos en silencio unos diez minutos, cada cual supongo que pensando en alguna historia o reflexión a propósito de Ander. Me fijé en los nombres de la lápida y tropecé con el de su madre.

Alguien de los allí presentes  me identificó como la persona que había escrito el blog, me pidió hablar, e improvisé unas palabras allí mismo. Luego se fueron haciendo grupos, a mí me tocó formar parte de uno, donde conocí a algunos compañeros de Ander, al principio más bien callados pero que luego, con el tiempo, fueron desahogándose más y más. Yo mismo intervine varias veces en la conversación, que duró algo más de una hora. De lo que dije en la charla y de lo que hablamos después, resumo algunas ideas por si pueden ser de interés.

  1. Al presentarme ante todos dije que el número de entradas en el blog en una semana y media habían sido del orden de cinco mil. Ahora estamos ya en casi ocho mil. Lo hice para remarcar que no estábamos solos, y al tiempo para agradecer algunos comentarios que había recibido. Pocas veces he tenido una impresión más clara de que lo que había escrito había servido para ayudar a otros. Lo había hecho de un modo un poco temeroso, como haciendo un esfuerzo para romper mi timidez y salir de mí. Pero ahora sabía que el esfuerzo había merecido la pena
  2. Conté el número de personas allí presentes, que no llegaban a cincuenta. Supuse que habría algunos que habrían deseado venir y no pudieron, pero también habría quienes no habrían estado dispuestos a hacer un esfuerzo adicional. Por lo que sea. No se me ocurre hacer crítica alguna, quién soy yo para ello. Pero ese número, y la proporción que suponía entre los que habían conocido a Ander, me hicieron pensar en el reconocimiento que hacemos a los demás. Hay que reconocer a los demás, sin duda alguna, pero no hay que hacer lo que hay que hacer en función de que luego otros nos lo reconozcan. Se hace, y punto. Lo contrario, a la vista está, es un camino de frustración asegurada.
  3. Cuando supe de la muerte de Ander, y aunque yo tenía una imagen excelente de él, tengo que reconocer que, por un momento, dudé: “¿sería como yo lo había imaginado, fruto del trato que yo había mantenido con él?…, ¿no sería uno en el día a día, y otro diferente los fines de semana o en los talleres que él y yo compartimos?… ¿No habría también en él algún lado oscuro a descubrir?”…Pero ya en el funeral, posteriormente recibiendo comentarios y allí mismo en el cementerio hablando con todos, me di cuenta de que no. El Ander consecuente hasta el final que yo tenía en mente, era el mismo que reflejaban los que allí estaban. Era alguien de una pieza, no de dos. La amplitud por la tragedia que este hombre había vivido se hizo así aún más grande.

  4. Supuse que los que me escuchaban habían vivido, al igual que yo, el mismo doble sentimiento: por una parte, admiración ante sus virtudes, al tiempo que rabia ante la actitud de quienes hubieran podido aprovecharse de un hombre como aquel, haciéndole sufrir como sin duda sufrió con anterioridad a la decisión que acabaría con su vida.

    Pero también pensé que sólo lo bueno importa, y que es con eso con lo que nos deberíamos quedar, porque así como esto nos haría sin duda bien, lo único que lo otro podría hacernos es, finalmente, mal. Siempre he pensado que lo peor de la violencia es que no solo mata, sino que además transmite en ocasiones el odio de los propios violentos a las personas que tanto quisieron a la víctima. En ocasiones, es como si mataran dos veces.

  5. Dije algo de lo que estoy completamente seguro, y que el silencio del cementerio no me hizo sino confirmar. Ander nos estaría diciendo: “estad tranquilos, que estoy bien”… Me lo había imaginado de nuevo con su madre, a la que tanto amaba, como ese buen hijo que siempre fue, y con la suerte de tener una madre adorable como seguramente ella habría sido mientras vivió. Sonriente, en paz, descansando, por fin, para siempre. Pedí que lo aceptáramos y que nos fuéramos en paz. En ese momento pude ver que algunas personas estaban llorando. Tuve graves problemas para contenerme. Tal vez fuera ese el momento más difícil de mi breve intervención.
  6. También pensé en algo que muchos hemos achacado a Ander: “por qué no nos lo dijiste?… ¿porqué no te dejaste ayudar?”… El se ha llevado la respuesta, pero creo que dentro de las personas, de la vida, del universo en general, existe el misterio, y que siempre lo habrá. Aceptar el misterio implica aceptar nuestras limitaciones de todo tipo para entender y ver lo que tenemos delante. Y eso significa descubrir la humildad, que lejos de empequeñecernos, nos hace más grandes.
  7. Pero si somos consecuentes con la queja que le hemos hecho a Ander, esto supone aceptar también que somos vulnerables y que también nosotros debemos saber pedir ayuda. No se trata de ser solo lógicos y racionales con el comportamiento de los demás; se trata de hacer lo mismo con nosotros mismos. Una buena lección del pasado lunes podría ser: “pase lo que pase, entre los que estamos aquí, prometemos pedirnos ayuda y nos obligamos a darla, de verdad, en el momento en que alguien nos la pida”.
  8. Entre tantas cosas interesantes que escuché, alguien dijo una: las leyes de la física nos dicen que hasta el material más duro tiene un punto de fractura. Y de la misma manera que si Ander, que era duro, se quebró, tal vez con más razón tenemos que dejarnos de tonterías y asumir que también nosotros podemos, llegado el momento, rompernos. Y junto a la ruptura, asumir la limitación, la compasión, la ternura y el perdón. Para nosotros mismos y para los demás: es imprescindible para poder sobrevivir. Tengo que reconocer que a mí me cuesta mucho, especialmente lo último.

  9. También hubo quien dijo que Ander nos había querido enviar un mensaje, y alguien añadió que cada cual tenía que interpretar ese mensaje para sí, de manera personal. Finalmente hubo quien manifestó que, en lo tocante a ella, lo tenía ya muy claro.
  10. Hubo un tiempo en el que a los que morían como Ander les llamaban cobardes; hay también ahora quienes los denominan valientes. Es como si hubiéramos pasado de un extremo a otro, pero tocando siempre el mismo instrumento. Cambiemos de instrumento. Ese criterio no nos ayuda a entender nada y nos deriva a debates estériles. Porque, en el fondo, ¿quién lo sabe?…

Nos fuimos despidiendo y desperdigando poco a poco, algunas personas secándose las lágrimas, otras tratando de contenerlas. Pero estoy seguro de que todos salimos mucho mejor de lo que entramos al homenaje: más humanos, más cercanos los unos de los otros, más compresivos, mejores, en paz.

La vuelta a Vitoria se me hizo la mar de agradable y rápida.

Comentarios

  • Yo también tuve esa sensación de quedarme en paz, mas tranquilo, fue un pequeño homenaje improvisado, pero creo que todos los que estuvimos allí de alguna manera salimos reconfortados.
    Como te dije el otro día, el tiempo que estuvimos en silencio en le cementerio fue un momento extraño, estábamos todos tan bien que no queríamos romper el silencio, al final después de repasar mentalmente todos los momentos que había estado con Andres, ironías de la vida, me vino a la cabeza la película del Angel exterminador de Luis Buñuel, donde unos amigos se encierran en un salón y aunque la puerta esta abierta no son capaces de salir , de repente solté un “ya está” que me sorprendio a mi mismo.

    Hemos podido cerrar esta herida de una forma más sana.

    Tengo la teoría de que Andres tomo en un momento dado un camino erróneo, la empresa, el marketing, el coaching y bla bla no eran de verdad parte de su esencia, fueron sublimaciones de que se yo,
    No hay peor engaño que el que nos hacemos nosotros mismos, yo le conocí cuando era el tipo amable, un poco de pueblo, cabezota, y noble como el solo, poco a poco se fue alejando de esa esencia de ese verdadero yo, y eso pasa factura, quizás un hecho puntual hizo estallar el coctel explosivo, pero la mezcla estaba preparada para estallar .


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