Desaparecer
Publicado por Eugenio Ibarzabal el 20 May 2025, en Sin categoría
Aparecen más y más libros sobre la última etapa de Biden, y ese hombre que fue un titán de la política, un dirigente consagrado a unos principios, gran recaudador de fondos y orador brillante, se nos derrumba. Tenía que haberse marchado y no se marchó; al parecer, caminaba huido en los últimos tiempos, necesitaba ayuda para dirigirse al helicóptero, era incapaz de dirigirse al público sin leer sus palabras en telepromter, cenaba pronto y se iba a dormir y, lo que es peor, no escuchaba.
Los suyos no se atrevían a decirle nada; el afán por ser reelegido (la prueba definitiva del éxito en los EE.UU.) fue más fuerte. Hubo de estrellarse en un debate contra Trump para que la realidad estallase incontenible.
Nos cuesta desaparecer. Todos somos testigos de casos cercanos, pero basta con observarnos a nosotros mismos y comprobar cómo el ego se agita cuando constatamos que vamos a dejar de ser algo y que otros nos van a sustituir. Y lo que es peor: además, no pasa luego absolutamente nada. El teléfono deja de sonar y comienza a sonar insistentemente en otro lado.
Desaparecer. Nuestra vida está unida a ser algo y, de repente, ese algo se acaba. Sentimos terror. Y ahora qué. Además, el terror se une al qué dirán: la sensación de ser humillados. Luego viene la rebelión y, en ocasiones, el final degradante.
Cuando eso pasa en otros, lo vemos de inmediato: no ha entendido nada, decimos, y asistimos asombrados a la panoplia de excusas que utilizan para oponerse a la retirada. Es el ridículo.
¿No habrá llegado la hora de retirarse? Se advierte que hay ya muchos dispuestos a hacerse con tu puesto. Una cosa es abandonar, eso nunca, y otra retirarse, algo que hay que saber hacer. ¿Cuándo es el momento de decir “hasta aquí hemos llegado, ya está” e irse?
Desaparecer. Qué descanso. Aparecer y desaparecer. El día y la noche. Sembrar y recoger. Luchar y ceder. Ayudar y ser ayudado. Simplemente, vida.
Fácil de ver y entender. Pero tan solo cuando lo aconsejamos a los demás.
Gregorio Monreal
Hermoso texto, Eugenio. Para escribirlo es necesario haber vivido mucho.
NEKANE
ME ENCANTO,CIERTO.UN CURSO DE MILAGROS DESCRIBE BIEN ESTO.
Luis Mendizabal
Pues sí, algo parecido a todo eso sucede con la jubilación.
Cuesta reconocer que tu tiempo ya pasó, que se acabó, aunque no haya «razones objetivas». La vida, la sociedad- ésta sociedad tan poco del agrado para muchos de nuestra generación- siguen adelante y uno no pinta nada mas allá de su muy estrecho círculo íntimo.
Pero no se puede vivir sin una motivación, sin un objetivo. Y éste debe ser asequible si no queremos seguir alimentando nuestra frustración.
Ya no podemos cambiar el mundo. Ni tu empresa. Ni tu vida, pues ya está en su fase final. En mi caso personal ya me conformo con ganar el partido de golf a mis amigos. Y con tener salud para seguir haciéndolo. Objetivo cumplido si lo consigo.
«Bizitza honetan egin beharrekoak egin ditugu», es mi máxima que me ayuda a relajarme y convencerme de que tus áreas de influencia son ya muy limitadas y que más vale acabar sin molestar a más gente.
Solamente nos falta poder decidir cuándo y cómo decir agur.
Eugenio Ibarzabal
Es llamativo que su cabezonería le hizo daño al partido, a las ideas y al proyecto que decía defender y por el que decía luchar. Es por eso que es bueno que haya control externo, aunque esto implique lentitud, choques internos y generación de agravios.
Los agravios generados son inevitables, pero constituyen un mal menor, aunque no hay nada más triste y aburrido que ver a alguien que no ha querido marchar a tiempo, lleno de agravios, enfadado porque luego no le reconocen ni llaman. Y los hay a montones, destilando odio y haciendo daño a sus propias ideas y organización.