Lo que he aprendido de Juan Ajuriagerra, el Hermano Mayor
Publicado por Eugenio Ibarzabal el 30 Ago 2018, en Sin categoría
Se cumplen cuarenta años de la muerte de Juan Ajuriagerra. Comencé hace un año a investigar. Había mantenido una entrevista con él, tres meses antes de su muerte. Me dejó, literalmente, con las ganas. Constaté luego la importancia que su entrega a las autoridades franquistas tuvo entre los suyos. Entonces me entraron aún más ganas de aprender.
Constaté que apenas sabía nada, más allá del respeto compartido por casi todas las personas que lo conocieron, que coincidían también en resaltar su carácter seco y autoritario. Escuché también muchas barbaridades contra él. En lo fundamental, le tildaban de hombre de partido, en la peor acepción del término.
He aquí algunas de las lecciones que he aprendido.
1.- Su capacidad para identificar bien lo que la mayoría piensa, por más que una minoría pueda hacer ruido y aparentar que representa y tiene más poder que los demás. Confía en el sentido común de la gente, aunque, en principio, ésta no se manifieste y más bien calle. Una cosa es la clandestinidad, otra la opinión de la gente; lo que, traducido a un mundo actual, significa: una cosa son las quejas, los discursos públicos y la crispación, y otra la respuesta final, pues el centro de gravedad social puede estar en otra parte. Ver lo que no se ve.
Hay en él una visión optimista de las personas, lo que, teniendo en cuenta las penalidades que sufrió, da mucho que pensar.
2.- Lo anterior se concreta en una verdadera obsesión por mantenerse bien informado. Pero de una manera metódica. Es un hombre que escucha mucho, lo dice todo el mundo. Pregunta e indaga. Constantemente. Pero observo también que a los suyos les dice con frecuencia: quiero tus datos, no tus opiniones. Por tanto, escucha a quien, por lo que sea, sabe de lo que habla y tiene algo que decir.
Hay quien tiene opinión, hay quien dispone de información y datos, y hay quien de esa opinión y de esos datos se hace su propia opinión.
Y, eso sí, llegado el momento, decide y no hay ya más que hablar. Si algo le saca de quicio es escuchar a los de “sí, pero”, “no, pero” y “antes hay que tener en cuenta”.
3.- Qué fácil es, ochenta años más tarde, decir a otros lo que había que haber hecho y lo que no. Si algo caracteriza a los primeros días de la sublevación franquista y al trabajo político en clandestinidad posterior es la confusión, la carencia de información contrastada, el griterío de los extremistas y la irrupción agotadora de los sentimientos, intereses personales y familiares. Algunos luego no solo lo observan desde un cómodo despacho, sin peligro alguno, sino que se creen capaces de juzgar porque conocen el final. Eso es trampa.
Siempre recuerdo en mi tiempo a uno que solía decir: “yo ya lo dije”, cuando lo cierto es que nadie se acordaba de que, en su momento, hubiera dicho absolutamente nada. Cuando se toman decisiones en política, no se dominan todas las variables. Se actúa sobre las que se puede, que, en ocasiones, son pocas.
Lo importante es trabajar sobre el margen de maniobra que uno tiene, y no distraerse a propósito de lo que no se puede. Hacer solo lo que se puede, pero, eso sí, todo lo que se puede.
4.- Ajuriagerra fue un perdedor, una y otra vez, a lo largo de más de cuarenta años, y, sin embargo, tenemos la impresión de que terminó ganando. Eso me hace pensar: ¿cuándo es el momento de efectuar los balances? ¿Tras la guerra, en 1951, en 1958, con la llegada de la democracia, a su muerte, diez, cuarenta años después?
Constantemente me surgía la pregunta: ¿qué hubiera hecho yo en su lugar? Tengo que reconocer que ha sido para mí una lección de humildad, pero también de constatación de la época privilegiada que me ha tocado vivir. ¿Qué sentido tienen muchas de nuestras quejas actuales, si se comparan con la tragedia que otros tuvieron que sufrir? De verdad, me da un poco de vergüenza y unas enormes ganas de callar. ¿Hubo un tiempo de mayor precariedad?
También he aprendido que hay muchos modos de liderar personas. Dicen que Agirre se hacía querer, y que Ajuriagerra se hacía obedecer. Pero hay más. Pocas veces se advierte tan claro que la autoridad moral, al final, pese a todo, funciona. Y más aún en las circunstancias en las que le tocó trabajar. Una cosa es tener autoridad y otra ser autoridad. A lo largo de la mayor parte de su vida, Ajuriagerra es autoridad, y no tiene más instrumentos de mando que la capacidad de escucha, de análisis y su ejemplo. Poco más. Con esos pocos mimbres resiste las peores tormentas y construye las alternativas que han regido hasta ahora.
Porque el líder es alguien al que los demás siguen. Por lo que sea.
6.- Ajuriagerra está tomando decisiones en caliente en 1936, al final de la guerra en 1937, en la cárcel hasta 1943, en clandestinidad hasta 1951, en el exilio hasta 1953, de nuevo trabajando en el interior en los cincuenta, frente al enfrentamiento con EKIN en 1958, tratando de reorganizar lo poco que hay bajo el imperio de un franquismo triunfante en los sesenta, evitando más violencia y sufrimiento en los setenta, construyendo alternativas políticas al final del franquismo, e intentando llegar a acuerdos con la llegada de la democracia en España. Son 43 años de presencia activa en política, tomando decisiones, en situaciones siempre críticas. Solo por eso ya es alguien que no tiene, que yo sepa, parangón.
Él me decía aquel día: habremos cometido errores, pero nunca con mala fe. Cuando se repasa su historia, ¿dónde están, en su caso, los errores que puedan ser calificados de verdaderamente graves? Y, al tiempo, ¿de qué ha de habría de arrepentirse? Puestos a juzgar, ¿de quién se puede decir lo mismo?
En ocasiones observamos los logros de algunos, pero no tenemos en cuenta los sufrimientos que, debido a errores o faltas, esos mismos han podido provocar. Me llama la atención en Ajuriagerra que siempre trató de evitar más sufrimiento. Es una persona radicalmente moderada.
7.- Observo sus declaraciones a lo largo de los años. No hay gritos, frases necias, barbaridades. Piensa antes de hablar. Actúa en consecuencia. Pensar, hablar y hacer. En su caso, hay una coherencia entre las tres cosas. Y vuelta a empezar. Ese, y no otro, es el verdadero círculo de la excelencia.
Julio Caro Baroja me decía en cierta ocasión que, en la España del 36, había muy pocos demócratas. Ajuriagerra era uno de sus pocos. Los líderes de la izquierda española de aquel tiempo se han arrepentido luego de muchas de las acciones que protagonizaron. La derecha está aún por hacerlo.
Por eso, en aquel caos, luchadores como Ajuriagerra son doblemente ejemplares, por ser verdaderos demócratas y por ser minoritarios. Su trabajo ha servido para ensamblar, acordar y servir de puente y ejemplo. Sea cual sea el cristal con el que se mire, hay quien aguanta y quién no. Ajuriagerra es uno de los que aguantan.
8.- He tratado de estudiar día a día algunos de los avatares más difíciles, como el de la capitulación de Santoña, y he llegado a la conclusión de que, si fracasa es, en parte, por el afán de Ajuriagerra de no dejar en tierra a miles de evacuados y heridos, presa de exaltados que bien podrían haber cometido barbaridades en Santander.
Hay algo en su actuación que parece proclamar: vamos a intentar salvamos todos, no uno a uno, porque lo que es bueno para todos también ha de serlo para uno. Si cada uno piensa en sí mismo, nos ahogaremos todos. Y tengo la impresión de que, mirado así, si bien no logró lo que pretendía, consiguió, una vez más, evitar aún más sufrimiento. Había que elegir, como tantas veces en la vida, por el sufrimiento menor.
9.- Me he preguntado varias veces a lo largo de la investigación: ¿qué hubiera sucedido si Ajuriagerra decide no volver, no ya en 1937, sino en 1953? Sinceramente, creo que el PNV habría perdido su liderazgo, la experiencia anterior habría sido olvidada y marginada, y los nuevos resistentes habrían comenzado de cero. Un verdadero desastre.
En esa línea, creo que queda mucho más clarificado el nacimiento de ETA, que, al final, no es tanto una lucha ideológica y generacional, sino de motivación personal y de poder.
10.- Me llama la atención su austeridad. Monta empresas para no vivir a costa de su partido y gasta lo menos posible del dinero de los demás. Me he reído con una anécdota de Txiki Benegas, que cuenta cómo no pudo conseguir que los dos fueran en coche-cama hasta París, camino de Estrasburgo, en una reunión del Parlamento europeo, durmiendo, finalmente, en sendas literas.
Pero todavía hay algo más; Benegas se sorprende al comprobar que Ajuriagerra llega al tren con un par de bocadillos, uno para Benegas y otro para él, en lugar de tener que gastar dinero en una cena. Los bocadillos, dice, eran, además, bien sabrosos.
Sí, de verdad, eran otros tiempos, aunque solo sea por una razón: porque se trataba de otro tipo de personas.
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La guerra agranda las virtudes y defectos de Ajuriagerra. Le marca definitivamente. Se convierte en un hombre cada vez más resolutivo, con más capacidad de escucha, más austero y sacrificado, más activo y aún más vital.
Al tiempo, es también más hosco, más seco y, como él mismo diría, aún más cacique. Pero los que tienen la suerte de tratarle en más de una ocasión, descubren también en él una ternura especial. Lo recuerdo bien a lo largo de aquellas dos horas que me dedicó. Creo que, si ibas con buena intención, lo palpaba de inmediato, y, de este modo, lo tenías ganado. Pero eso significa que, en el fondo, no había en él más que un profundo mar de buena intención.
Koldo Mitxelena se refería a él como el Hermano mayor. Me ha gustado la expresión. Muy a pesar de que el tiempo termine por igualar a todos, dice Mitxelena, los suyos terminaron colocando a Ajuriagerra un poco más arriba que los demás, como el mejor de todos, como el Hermano mayor.