Eugenio Ibarzabal

Disciplina, huelga y reconocimiento

Publicado por el 25 May 2009, en Sin categoría

Paso los viernes por la mañana en el Centro de Innovación Ilundain, en el Valle de Aranguren, cerca de Pamplona. Observo que voy a gusto y que aprendo mucho. Este artículo es un homenaje a los educadores que he conocido: Nono, María, Eduardo, Arantxa, Elena y Javier. Gente maravillosa. Escucho cómo trabajan y cómo ayudan a un menor que ha llegado en situaciones dramáticas a iniciar otra vida, descubriendo, aguantando y fortaleciendo. Día a día. Son gente muy joven en su mayoría, grandes profesionales, y han elegido este trabajo por vocación. ¡Luego hablamos de la comodidad de los jóvenes!…
¿Y qué dicen?… ¿Recuerdan el quehacer de los toreros: parar, templar y mandar?… Pues algo hay de esto a la hora de trabajar con una persona que se encuentra en una situación de exclusión. Me ha llamado la atención la importancia que ellos conceden al «parar», a la disciplina, al hacer cumplir las normas desde el primer momento, muy a pesar del carácter peyorativo que la cultura dominante ofrece de ella. Es curioso lo que ocurre: la disciplina ha tenido a lo largo de la historia una consideración positiva. Hasta ahora. A veces conviene recordar el auténtico sentido del lenguaje para no perder la perspectiva. De ahí hasta encontrar un buen motivo que les haga reaccionar; lo que hacen me recuerda mucho a las lecciones de Víctor Frankl.
Hace poco descubrí la importancia que Nelson Mandela concedía a la disciplina hasta en sus más pequeños detalles, como hacerse la cama todos los días. Hoy lo sigue haciendo. A mí mismo, preguntarme qué toca hacer y qué puedo poner en orden, suele ser normalmente una alternativa práctica cuando tengo un mal momento. ¿Por qué solo aprendemos con los golpes y con la edad?… Disciplina es lo que exigimos que hagan otros porque lo consideramos bueno e imprescindible para hacer las cosas bien y lo que evitamos cuando nos toca a nosotros practicarla, afirmando que es contraria a la libertad.
En todo caso, la disciplina es necesaria pero no suficiente. Hablaremos más otro día.
Mi afán es encontrar un hilo conductor en su trabajo, con la esperanza de que lo que es válido en situaciones extremas, pueda, con las adecuaciones pertinentes, ser también válido para otros escenarios y organizaciones.

La huelga ha sido noticia esta semana. Si algo tengo en contra de la actitud sindical actual, y sé que generalizo, son dos cosas:
– La referencia constante a la comparación con los demás. Compararse con lo que tienen los demás es, además de no entender nada, hacernos desgraciados. Creo que tanto malestar como hay, por ejemplo, entre los funcionarios de las administraciones, es debido precisamente a eso: en lugar de centrarse en lo que hay hacer, termino sufriendo por lo que tienen los demás. Y ya se sabe que siempre es más verde el jardín del vecino.
– Y el constante llamamiento a traspasar las responsabilidades a los demás. Dicen que ellos no son responsables de lo que pasa. ¿Y lo son acaso las empresas a las que, sin comerlo ni beberlo, se les ha caído la mitad de su facturación?… ¿Qué harían en su lugar?… ¿Y, en consecuencia: qué hay que hacer, con los recursos de los que se dispone?…
Lo que ahora sucede me recuerda al ejemplo de un padre de familia al que, de repente, no le llega a fin de mes y los hijos le dicen que no es responsabilidad de ellos y que, en consecuencia, no están dispuestos a abandonar el nivel de vida al que estaban anteriormente acostumbrados.
Como me decía un gran amigo: “pensar que los más felices con la huelga han sido los empresarios abrumados por la situación y que, gracias a las ausencias de algunos trabajadores, se ahorran un costo que no pueden pagar”… Pues eso.

Estoy llegando a la conclusión que otro motivo de sufrimiento actual es la necesidad de reconocimiento. Es como si solo vale lo que haces en la medida en que la sociedad lo valora y lo reconoce. Ahora creo dos cosas: que si enjuicias tu vida en función de los aplausos que te den, vas dado, y que, incluso en el caso de que haya reconocimiento, éste llega tarde o demasiado pronto, pero nunca en el momento en el que realmente lo merecías.
Vemos todos los días que el mundo es injusto, pero luego nos quejamos y nos amargamos porque no se comporta con nosotros de manera justa. ¿Y qué esperábamos?… Así todos los días. Que nos creemos muy listos, sí, pero que, a la postre, no entendemos nada de nada.

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