Eugenio Ibarzabal

Cediendo el testigo

Publicado por el 01 Jun 2009, en Sin categoría

La semana pasada hablábamos de agradecer, disfrutar y ayudar. Daría un paso más: creo que también estamos para dar paso a otros. Y considero que es algo de lo mejor que le puede suceder a uno: aprender a desaparecer.

El ego se resiste de manera brutal, pero es algo que conviene, a la persona y a las organizaciones. En cuantas organizaciones vemos una resistencia atroz a ceder responsabilidades, de que sin ella…, al tiempo que esa misma persona se queja constantemente de que no puede más. ¿Puedes o no puedes?… ¿Quieres descansar o no?… Espero ser lo suficientemente sensato para irme antes de que mis compañeros consideren que sobro.

Contaré un cuento de los que más me han impactado en mi vida. La leí en “Martes con mi viejo profesor”. Se trata de una ola que va saltando por el mar y lo pasa muy bien. Disfruta del viento y del aire libre, hasta que ve que las demás olas que tiene delante rompen contra la costa.
– Esto es terrible, dice la ola. ¡Mira lo que me va a pasar!..
– Entonces llega otra ola. Ve a la primera ola, que parece afligida, y le dice: ¿por qué estás tan triste?…
– La primera le dice: ¿Es que no entiendes?… Todas vamos a rompernos. Todas las olas vamos a deshacernos. ¿No es terrible?…
– La segunda ola dice: No, eres tú la que no entiende. Tú no eres una ola; formas parte del mar

Pienso en mi hijo en que tal vez haga algún día cosas que yo no he podido hacer. De hecho, ya lo ha hecho, y disfruto de ello.

Hacer y desaparecer. Ceder el testigo a otro. Cumplir y ser olvidado; solo queda lo que hiciste, si es que de verdad hiciste algo que sea digno de ser recordado.

Recuerdo como tragedia la vida de algunas personas que han manipulado su vida en el afán de dejar una determinada imagen para la posterioridad, por ejemplo trabajando sus memorias. ¡Qué auténtica pérdida de tiempo!…

Acaba de morir la última superviviente del “Titanic”.

Venimos de pasar un maravilloso fin de semana en Zamora con nuestros buenos amigos Juan Liedo y Clara Echeberria, y además de ver un románico maravilloso, me he topado con gente sana y humilde, o al menos así me lo ha parecido. Disculpen mi atrevimiento, pero me ha hecho pensar si conforme la renta per cápita crece no se incrementa también la infelicidad, la soberbia, la envidia y el desasosiego. ¿No habrá un punto de equilibrio también en esto?…

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