Eugenio Ibarzabal

Tras los resultado de PISA.

Publicado por el 05 Dic 2013, en Sin categoría

Hemos asistido a los resultados de PISA. Una vez más. Unos parecen felices porque están en la media, otros afirman que no hay recursos y muchos, casi todos, achacan la culpa de todo a la administración de turno. He pensado que también yo podría decir por qué creo que pasa lo que pasa. Sé que voy a generalizar, pero en un país que no hace sino generalizar es normal que yo caiga en el mismo defecto. He aquí, pues, sin el menor afán de tratar de agotar el debate, algunos de mis porqués. Ruego a los que no piensan como yo, a los que respeto profundamente, se fijen en lo que digo, no en lo que no digo, en lo que falta o en lo que, sin duda, habría que añadir. También deseo decir que me gustaría estar equivocado, descubrir que solo es un problema de dinero y que todo cambiará cuando el otro partido político, el que sea, llegue al poder. He tenido en un tiempo una relación muy estrecha con educación. Me encantaría también saber que lo que voy a decir permanece al pasado y que ahora todo es diferente. De verdad. Pero escribo de lo que he visto.

  1. En educación todo el mundo habla de derechos. Las obligaciones repelen. Los derechos se reivindican constantemente. Las obligaciones no se recuerdan, ni se exigen. Hablar de derechos es progresista; hablar de obligaciones una provocación agresiva. El debate es siempre ideológico,  irreal, que guarda muy poco que ver con lo que todos los días sucede en el interior de las aulas. La controversia entre público y concertado está pervertida: ¿por qué se ha convertido en irreconciliable una relación que nació para colaborar en la educación de las personas?…
  2. Si hablamos de Educación, lo fundamental parecería centrarse en el tandem profesor y alumno en clase: cómo enseñar lo que tienen que aprender, cómo aprender lo que se enseña. Pero este debate es excepcional. Son pocos los profesores que aprenden y aplican las enseñanzas de otros, los buenos, que los hay, y muchos. Es frecuente escuchar desvalorizar lo que hacen los demás, justificar las carencias propias y manifestar que nadie tiene porqué imponerles nada. No tienen obligación de hacer lo que otros hacen, muy a pesar de que se haya demostrado que funciona y lo de ellos no. Por el contrario, cada profesor puede inventarse y continuar con su propio método, aunque sea malo. Se considera un derecho más.
  3. Un profesor cierra la puerta del aula y, a no ser que cometa algo manifiestamente ilegal, puede hacer lo que le venga en gana, digan lo que digan los demás. Los profesores malos tienen bula. Y los buenos terminan deshaciendo, como pueden, los entuertos de los demás, con la frustración y la falta de reconocimiento correspondiente. Los buenos terminan cargando con todo.
  4. Muchos colegios no tienen, en principio, objetivos a conseguir diferentes a los que han logrado en años anteriores. Dicho de otra manera: no tienen objetivos más allá de hacer lo mismo que hicieron el año anterior. Las direcciones, especialmente en los colegios públicos, muchas veces carecen de margen de maniobra para dirigir. En buena parte de la pública, hasta que el último profesor no diga que sí, es difícil que la cosa empiece a marchar, si es que algo que signifique cambio consigue finalmente ponerse en marcha.
  5. Un buen profesor, un buen colegio, se debe caracterizar, en lo fundamental, por sacar adelante a los alumnos que tienen dificultades. En ocasiones, constituyen tan sólo una pequeña parte de la clase, y en ellos debería centrarse el máximo esfuerzo, porque el resto de alumnos, muchas veces, caminan prácticamente solos. Sin embargo, los alumnos con dificultades, en lugar de ser el verdadero y apasionante reto, en ocasiones, repelen, son culpabilizados y marginados. La vida académica de un niño depende en gran parte del profesor o tutor que le toque. En muchas ocasiones es cuestión de suerte. Muchos padres, que tienen mucha responsabilidad en ellos, para lo bueno y para lo malo, se encuentran con que tienen muy poca influencia real a la hora de cambiar todo esto.
  6. Los sindicatos tienen un papel excesivo en la interlocución con la administración. Sobrepasan con mucho el ámbito de las relaciones laborales, que es lo suyo, y convierten cualquier tema educativo en un tema estricto de reivindicación laboral. Parece que la calidad es directamente proporcional a las condiciones laborales del profesorado. Pues no.
  7. No se le da la suficiente importancia a la Primaria. Progresa adecuadamente casi todo el mundo sin saber cómo progresa, ni en función de qué criterios y sin relación, en ocasiones, con lo que se le va a exigir después. Es fácil observar cómo los problemas aparecen en la secundaria sin haber sido detectados en Infantil y Primaria, que es donde se juega casi todo.
  8. Hay un rechazo generalizado a la evaluación externa; no se le concede autoridad alguna a nadie para dar una opinión sobre lo que un profesor o un colegio hace, logra o pueda conseguir. La cerrazón, en ocasiones, es casi total. Cuando hablan de tener en cuenta el contexto que rodea a la escuela, hay que echarse a temblar: se puede tener la seguridad de que se trata de un pretexto para seguir haciendo lo mismo y no cambiar absolutamente nada.
  9. Hay que perseguir hasta las últimas consecuencias a los que no previenen, luchan de una manera activa y aplican consecuencias a propósito del acoso en clase, del bullying. En los colegios no se debería permitir que algunos alumnos sean torturados, digo bien, torturados, y que los torturadores y los profesores que no luchen contra la tortura salgan de rositas.
  10. La selección del profesorado es una asignatura manifiestamente mejorable. Y la invitación a reconducir la vida laboral de algunos, una exigencia pública.

Finalmente me gustaría homenajear a tantos buenos profesores – he conocido a muchos  – que continúan luchando, a pesar de todo. A todos ellos mi respeto, agradecimiento y amistad. Gracias por todo lo que he aprendido de vosotros. Y cuando tanto se habla hoy de patriotismo/abertzalismo, unos y otros podrían considerar que el de la educación podría ser un buen campo donde demostrarlo en la práctica, más allá de los gritos, reivindicaciones y eslóganes.

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