Eugenio Ibarzabal

La Gran Belleza

Publicado por el 29 Dic 2013, en Sin categoría

Una gran amiga cinéfila me recomienda ir a ver “La gran belleza”, y, naturalmente, voy. Salgo preguntándome qué es lo que realmente le ha podido gustar de la película para recomendármela tan vivamente, pero, a la espera de lo que me diga, aquí van mis sentimientos a propósito de ella.

Pocas veces he visto una película visualmente más bella. Mi amiga me dijo que había salido con ganas de volver a Roma en primavera. Y la verdad es que se me ocurre que es difícil hacer un documento más hermoso sobre la ciudad. La trama, si es que existe, es lo de menos. Cada momento es una excusa para rodar en un escenario bello. Allí está lo mejor de la ciudad. Un verdadero placer visual. Una baraja de los rincones más bellos de la ciudad.

Pero creo que también está lo peor. Un cínico se adueña de la historia y nos repite, una y otra vez, con una excusa u otra, que la vida no es nada, que nuestras vidas no son más que “películas” creadas por nosotros mismos para llenar esa nada. Para ello es capaz de una crueldad mental que, en ocasiones, llega a dar lugar a escenas poco agradables de contemplar. Y para curarse en salud, para que nadie le pregunte ¿y tú qué?,  el cínico es el primero en vaciar de contenido lo poco que al parecer ha hecho. Eso sí, con una enorme sonrisa, la sonrisa del cínico. Bien podría haber sido el título de la película.
Hay un afán de destrozarlo todo; es evidente que hay, en determinados momentos, una crítica contra lo religioso. Pero si trata de descalificar a Teresa de Calcuta, a mí así me lo pareció, hay un momento en que también llegó a mí la idea de que “lo siento, tú serás así, pero no todos son así”.

Es como si para justificar nuestras vergüenzas pensamos que no hay más que sinvergüenzas y que todo el mundo carece de vergüenza. Pero no es así. No se sabe muy bien porqué, pero lo que de verdad podemos constatar es que, ante lo mismo, unos reaccionan de una manera y otros de otra. Nos gustará o no, pero es así. Y a mí me interesan más preguntar cómo lo hicieron a los que sobreviven que unirme al coro de justificaciones de los que se hundieron.
Se me ocurrió también exclamar: ¡no hay derecho a ser infeliz en un lugar de tan gran belleza!… Y por último, pensé al salir: yo no quiero acabar así.

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