Eugenio Ibarzabal

No juzgues y no serás juzgado

Publicado por el 06 Feb 2014, en Sin categoría

Me dicen que fue Azaña el que dijo aquello de que “si cada español hablara de lo que sabe y sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar para estudiar”. No sé si la autoría es cierta o no, pero lo que sí creo es que si aplicáramos de manera sistemática ese “no juzgues y no serás juzgado”, la primera impresión que me llega es la del silencio que se generaría. A lo que sigue que los juicios de unos sobre otros no serían respondidos, a su vez, por los juicios de los otros sobre los unos. Si no hubiera juicios sobre los demás desaparecerían también los ataques, y sin ataques tampoco habría defensas encendidas, y sin la necesidad de defendernos de lo que hacemos tendríamos cada cual más tiempo para juzgar, en este caso sí, que nuestra actitud y nuestra actuación merecen tal ver ser mejoradas.

Salgo a la calle y escucho conversaciones: la inmensa mayoría son algo así como “pero cómo es la gente, o cómo son los demás, o cómo es fulanita”. A lo que sigue una larga sarta de acusaciones que tratan de corroborar lo anteriormente dicho. La gente es tratada como “tercera persona del singular”, que nada tiene que ver conmigo, porque yo no soy gente. La gente y yo somos entes diferentes.

Es por eso que, al margen de lo que hagan los demás, hoy me he dedicado a ponerlo en práctica y a no juzgar. He observado que juzgo de tres maneras: por escrito, verbal y mentalmente. Repaso mis blogs y me doy cuenta de que si hubiera decidido no juzgar desde hacía ya muchos años, buena parte de los blogs no se hubieran escrito. ¿Quién me creí para juzgar a los demás?… Me viene que en algún momento me he considerado a mí mismo superior a los demás y con derecho a juzgar. Ahora que lo veo con más detenimiento, cualquiera de las dos ideas me parecen hoy si no completamente falsas, sí al menos ridículas. En todo caso, ¿ha servido para cambiar en algo la marcha de los acontecimientos que yo denunciaba en el blog?… Por el contrario, creo que en mi actitud había más bien algo así como de “hacer que hago”.

También constato que cuando me dirijo verbalmente a otros, incluso a los que más quiero, con frecuencia, introduzco consideraciones morales, dando a entender, aunque a veces sin decirlo de manera explícita, lo que otros deben hacer y no hacen. Es verdad que a veces lo hago con la voluntad de ayudar y de evitar males, pero hay también –y no son pocas- las que tienen como objetivo la de reafirmarme: otra vez me viene la voz de creerme superior a los demás. ¿Por qué?… ¿No me conozco lo suficientemente bien para saber que tengo de todo menos de ejemplar?…

Y por último, advierto que juzgo mentalmente. Lo diga o no, me paso el tiempo juzgando a otros y respondiendo enfadado a juicios que otros han podido hacer sobre mí. Todo ello, en muchas ocasiones, para colmo, sin constancia alguna de que existan tales juicios previos. Al tiempo, observo que me caliento y que me hacen mal. Esos juicios son siempre sobre lo que me ha pasado y sobre lo creo que me puede pasar.

¿Y si dejara de juzgar?… Al imaginarlo, me viene inmediatamente un sentimiento de lograr un enorme descanso así como de disponer de mucho más tiempo para hacer frente a lo que la vida me está ofreciendo en ese momento. Cuando observo, por el contrario, la acción de juzgar me vienen los sentimientos de estar generando, como consecuencia, una respuesta hiriente -con el daño correspondiente-, esterilidad -porque a la postre no sirve para nada-, e inconsecuencia -porque soy el primero que hago lo que estoy denunciando.

Quien dijo aquello de “no juzgues y no serás juzgado” sabía de lo que hablaba. Para ser un hombre tan joven, demostró disponer de una madurez y una sabiduría muy especial.

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