Eugenio Ibarzabal

Exposición de Lucien Freud en Londres

Publicado por el 18 Mar 2012, en Sin categoría

He visitado la exhibición de retratos de Lucien Freud, que se celebra en la National Portrait Gallery de Londres, situada a la derecha y en la esquina de la National Gallery. La National Portrait Gallery es una galería no muy frecuentada por los visitantes, pero que sin embargo tiene un enorme interés para conocer retazos de la vida inglesa a partir de los retratos de muchos de sus personajes. Conviene visitarla. El día que visite la exposición de Freud puede también visitar la otra. Por cierto, el restaurante situado en el piso superior es estupendo y no es demasiado caro; pocas veces he comido un salmón mejor.

Pero vamos a lo nuestro, la exposición de Lucien Freud. Situada en unas salas un tanto asfixiantes, claustrofóbicas, todo ello aún más inevitable dado el gran número de visitantes que acuden a la exposición. La persona que lo visita se encontrará pidiendo paso constantemente y disculpándose con frecuencia por haber dado algún involuntario empujón. Y allí dentro, siete décadas de retratos de este neofigurativista que al retratar a otros se retrata seguramente a él de manera definitiva. Pocas veces se advierte más claro que ves a los demás y a la vida, como tú eres, tal vez no como la vida es ni como los personajes son, aunque hay momentos en que uno duda también de esto.

Nacido en Berlin, hijo del segundo hijo de Sigmund Freud, escapa a los once años tras la detención, y desaparición, de un familiar. Ante la sorpresa y el miedo, huyen a Londres, donde se educa como un upper-class británico. Más tarde le seguiría a Inglaterra buena parte de la familia, aunque otros no lo consiguieran y murieran en los campos exterminio nazis. Preferido de su madre, que desde el primer momento ve en él su extraordinario talento. La exposición se inicia con un autorretrato efectuado a los dieciocho años, en el que cualquiera puede ver de inmediato que tras esa mirada se esconde un auténtico genio.

A partir de ahí su vida, que la aprovecha a fondo para plasmar lo que le interesa: esposas, amantes, hijas, amigos, amantes de amigos, personajes que atraen su interés sin que quede muy claro exactamente porqué, familiares … y su madre.

Sus descripciones de los personajes son efectuadas con lentitud, a menudo hablando con ellos, como la que hizo con David Hocney. Cuenta este gran pintor que posó para Freud un total de 130 horas. Hocney aceptó la invitación para ver cómo Freud pintaba. Cuando, a su vez, le rogó a Freud que posara para él, éste no lo hizo más allá de dos horas y media. A mí me parece definitivo.

Y es que si algo se plasma en esta exposición es la soledad, la mirada perdida, la tristeza y en ocasiones la angustia de los personajes retratados. Me llamó la atención que tan solo en un caso el personaje sonriera; creo que se trataba de una mujer. El resto, en cierto modo, parecen muchas veces ausentes. ¿Retrato de los que posan o proyección del que retrata?… Llama la atención el número de historias de suicidios de los personajes allí expuestos. Conté al menos tres. Sin llegar al enloquecimiento de las pinturas de su gran amigo Francis Bacon, la obra de Freud deja en quien visita la exposición un halo de enorme tristeza. Las bocas son todas iguales, cerradas, como si se negaran a hablar, como si se hubieran rendido hace ya mucho tiempo.

Y sin embargo, con qué poco se puede decir tanto… Me llamaron la atención las manos, los cuerpos retorcidos, la originalidad de las posiciones desde las que retrata, la desproporción de los miembros, que sin embargo ayudan a situar todavía mejor a los personajes retratados.

Me quedé con los distintos retratos de su primera mujer, Kitty Garman, y la evolución hacia la nada que parece plasmarse en ella de un cuadro a otro, la pintura en el hotel donde se muestra de manera magistral la distancia creada y la separación con su segunda mujer, Carolina Blackwood, que tanto le ayudó y que le abandonó, causándole un dolor del que dicen que nunca se repuso. Y sobre todo los retratos de su madre, ya viuda, que a pesar de que había consagrado su vida a apoyar el arte de su hijo, tras la muerte del padre, un arquitecto importante del que todavía queda obra en Alemania, parece ausente, distante, muy lejos de él. Es en esos cuadros en los únicos en los que aparece la ternura.

Una exposición que si se puede merece visitar, que al menos va a llevar una hora y que podrían ser más si el agobio de tanta gente no le diera a uno finalmente ganas de marchar, y que es preciso reservar con tiempo.

La sensación que a mí me quedó es doble, por una parte, pensé, me gustaría pintar como él, pero por la otra no me gustaría ser una persona que viera la vida de ese modo.

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