DEPENDE, TODO DEPENDE.
Publicado por Eugenio Ibarzabal el 24 Nov 2025, en Sin categoría
Acababa de volver de los EE,UU, donde había estudiado mejora y equipos de mejora con quien fuera mi maestro, Franklin Schargel. Fue él quien me habló por primera vez del bullying, descubriéndome que la infancia y la adolescencia podían constituir una de las peores épocas de la vida. Al volver, lo conté a las direcciones de las redes de equipos de dirección con las que trabajaba. Escuché por primera vez aquello de: “cosas de niños, ya sabes”.
El 21 de setiembre de ese mismo año, Jokin Zeberio, de quince años, se suicidó en Hondarribi. El velo se rasgó. Mi sorpresa se hizo mayor cuando supe que hubo profesorado cuya reacción fue la de exigir su defensa a la Delegación de Educación contra las acusaciones que, según ellos, se estaban vertiendo contra el colectivo.
Luego creamos un Centro de Innovación, donde, conscientes de la importancia de la pronta detección del caso, un grupo de profesionales diseñó una herramienta para hacerlo. Consta su éxito.
Veinte años más tarde, trabajo con la Fundación Fidias, en el barrio de Lamiako, en Leioa, una Comunidad amable que cuida jóvenes en situaciones vulnerables, en su mayoría inmigrantes, a las que ofrecemos apoyo escolar y psicológico a través de más de doscientas personas, en su inmensa mayoría estudiantes; cuando algunos hablan de ”¡cómo está la juventud!”, les diría: la que conozco y trato “es, sencillamente, maravillosa”.
Y me vuelvo a encontrar de nuevo con el bullying. Otra vez ayudando a detectar y acompañar. Observo que ahora la conciencia del problema es muy superior, y que desde la administración y el profesorado se ha trabajado mucho, pero también descubro nuevamente que su resolución depende de quién sea el profesor, la profesora, el tutor o la tutora de turno. En definitiva, que todavía depende.
El problema es complejo y desagradable. Aprovechar para cargar contra administración o profesorado, concertada o pública, familias o colectivos, o cultivar el amarillismo en medios puede “quedar” muy bien, pero las víctimas, desgraciadamente, siguen sufriendo igual. No basta con identificar al culpable para encontrar la solución.
De la misma manera que es inaguantable el maltrato a una mujer ‒¿se imaginan escuchar que “ha ocurrido desde siempre y ocurrirá”?‒, es igualmente inaguantable que en un centro se torture a un niño, a una niña. Sí, que se torture, con esas palabras. Pero la solución pasa por un trabajo de enorme delicadeza y compromiso; hablando de bullying, hay también profesorado que es maltratado por niños.
En una clase hay los mismos seis tipos de personas que en la sociedad. No es más que su reflejo: quien es maltratado; quien maltrata; quien maltrata y, a su vez, es maltratado; quien se coloca con los matones; quien se solidariza con las víctimas; y, finalmente, quien “pasa” absolutamente de todo. Al igual que en la sociedad. Y así, de generación en generación.
Sé que existen protocolos bien elaborados y no pretendo hacer creer que podemos rebajar los casos a cero, pero sí que podemos detectarlos antes, poner los protocolos en marcha a tiempo, acompañar mejor y, en consecuencia, rebajar el sufrimiento, porque ¿qué importa que el protocolo sea bueno si no hay garantía de que se aplique?
Una clave está en que no todo dependa de “quién te toque en clase”. Y esto lo sabe bien la Comunidad educativa. No puede pasar que pase, y que luego no pase nada; a veces porque no se quiere, pero también porque hay quien se abruma y no sabe cómo gestionar el problema. Porque hay quien se preocupa, escucha, atiende y acompaña, y hay también quien simplemente dice que no tiene tiempo, ni recursos, ni considera que es su problema. A estos últimos les diría: ¿y si esta tragedia la sufriera uno de los tuyos?
En estos momentos en que la queja por la inseguridad se incrementa, ¿cómo podemos “zigzaguear” ante la inseguridad en algunos centros?
Se pueden implementar sistemas de aseguramiento: no solo decir lo que hay que hacer, sino hacer que se cumpla lo que se ha dicho que había que hacer. No se cumplirán al cien por cien, pero cada implantación efectiva supone rebajar el sufrimiento.
Otra clave es sistematizar buenas prácticas de acompañamiento por parte de profesionales que lo hayan hecho bien. Pero no teóricas, si no obtenidas de la experiencia del día a día. De teorías, estamos todos un poco hartos. Mejorar y garantizar, pues, la detección, identificar y sistematizar buenas prácticas, desplegarlas en los centros tras experiencias piloto iniciales y, sobre todo, asegurar su aplicación.
Los chavales que han gritado al aire en las recientes manifestaciones contra el bullying podrían hacer también algo más práctico: identificar a las víctimas, solidarizarse con ellas, ayudarlas y denunciar en sus centros lo que está ocurriendo en sus clases. Desgraciadamente, han seguido la rutina fácil de sus mayores: “hacer que se hace”.
Así nos va, así les irá y así continuará el sufrimiento.
Porque lo que sucede en torno al “bullying” no es más que un reflejo de lo que hoy ocurre en este país.
Mercedes
Efectivamente, Eugenio. Así están las cosas. Yo creo que con docentes vocacionados podría evitarse gran parte del sufrimiento que silenciosamente circula por las aulas. Un abrazo