Eugenio Ibarzabal

ESTO VA EN SERIO.

Publicado por el 17 Oct 2022, en Sin categoría

Trato de explicar mi posición sobre Ucrania a una amiga, pero por toda respuesta recibo un “yo estoy por la paz, no por la guerra”. Le pido que me lo explique, pero me encuentro de inmediato con que “unos y otros son culpables, no me fío de nadie, hay intereses ocultos, no tengo arte ni parte en sus causas, tengo derecho a pensar en mí, hay que apoyar la diplomacia y la negociación”. La conversación se acaba ahí. Ella se proclama pacifista y me tilda sin ambages de belicista.
Recientemente he leído proclamas de algunos que postulan “Parar la guerra”. Suena bien. Ojalá, me digo. La pregunta es cómo. Cuando lo exponen la respuesta parece simple: no intervenir en Ucrania. Es decir, mejor dejar tranquilo a Putin, al igual que hizo Obama en Siria tras los ataques químicos, y no apoyar militarmente al Gobierno ucraniano tras los ataques rusos. Es la No Intervención.
Y en ese momento me llegan viejos recuerdos.
Los demócratas y antifascistas de la generación anterior a la mía tenían clavado a fuego el papel del Comité de No Intervención de británicos y franceses durante la guerra española, que negaron las armas a los republicanos, al mismo tiempo que alemanes e italianos apoyaban sin reparos a los franquistas. También recuerdo muy bien como muchos de ellos soñaron hasta el último momento con que los norteamericanos nos les abandonarían tras el final de la guerra, incluso que intervendrían, con el desengaño correspondiente.
También eso es perder Memoria histórica.

A la No Intervención añaden la teoría de la conspiración. ¿Quién se beneficia de la guerra?, se preguntan, y se responden apuntando a las empresas que están obteniendo beneficios. “Cherchez la femme”, que se diría en otro tiempo. Si los negacionistas del COVID apuntaban a Gates y Soros, hoy son determinadas empresas energéticas. ¿Alguien puede creer que Noruega es culpable del mantenimiento de la guerra por su enriquecimiento repentino gracias a los precios del gas?
A uno le viene a la memoria lo que tuvo que aguantar Sota Llano del ministro de Hacienda español de la época, Santiago Alba, por haber obtenido beneficios al poner sus barcos a comerciar con los aliados en la primera Guerra Mundial; tampoco Sota tuvo responsabilidad alguna, ni en el origen ni en el mantenimiento de aquella guerra.
Aún recuerdo, con motivo de la guerra de los Balcanes, cómo se acusaba a las autoridades occidentales de dejar que se mataran unos con otros, sin hacer absolutamente nada, es decir, sin intervenir. Recientemente hemos visto cómo se pedía continuar militarmente en Afganistán ante la llegada de los talibanes y en defensa de los derechos de la mujer afgana. Para algunos los “culpables” siempre son los mismos: si hacen porque hacen, y si no hacen porque no lo hacen.
En el fondo, de manera más elaborada, su opinión es la de mi amiga: dejémoslo correr, nosotros a lo nuestro, como si esta guerra nos fuera ajena. Ya estamos viendo las primeras consecuencias.
Al margen de que un país ha invadido a otro y con la crueldad que estamos descubriendo, hay un hecho relevante: los países que se alían con Putin tienen un perfil claramente autoritario y han mostrado una voluntad anexionista en diversos lugares del mundo. Y aquí está el quid de la cuestión: ésta es una guerra de poderes a nivel internacional, lo mismo que se advertía en vísperas de la segunda guerra mundial.
El debate que hoy tenemos es el que se planteó en vísperas del Pacto de Múnich, en setiembre de 1938. Franceses y británicos cedieron los Sudetes a Hitler y dieron pie a todo lo que vino después. Hoy el dilema es el mismo: mostrar y aplicar la fuerza necesaria para conseguir una negociación que logre la estabilidad perdida o ceder y ser arrastrados por ellos.
Suecia y Finlandia, que olieron de inmediato el peligro, han roto ambigüedades anteriores. No es posible la equidistancia, nos han dicho. Lo que sufren los ucranianos es, en buena parte, consecuencia del abandono al que EE.UU. condenó a Siria.
Lo que está ocurriendo es grave y va muy en serio. Viene una recesión y consecuencias políticas y económicas peligrosas. Ponerse de costado no favorece más que a Putin.
Lo que está por saber no son las barbaridades que las autoridades rusas van a cometer en Ucrania, porque, desgraciadamente, las cometerán, sino la reacción de la opinión pública europea ante las dificultades que vayamos a soportar. De eso depende todo.
Las sociedades se retratan ante los retos. Lo que merece la pena conlleva pena. ¿Estuvimos a la altura en la etapa de la pandemia? ¿Cómo actuaremos ahora ante lo que va a llegar?
Hoy es momento de repensar “lo mío”, porque de tanto pensar tan solo en “lo mío” puede resultar en que, una vez más, sean los más pobres y necesitados los que se queden sin nada.
Como siempre.

Comentarios

  • idoia Estornes

    Entre las dos posiciones, Eugenio, la más cercana a lo razonable me parece la de Elon Musk, recibida con bastante sectarismo por tirios y troyanos:

    Algunos puntos para resolver el conflicto armado y lograr la paz:

    – Repetir las elecciones de las regiones anexadas pero ahora bajo la supervisión de la ONU. Rusia se larga si esa es la voluntad del pueblo

    – Crimea formalmente es parte de Rusia, como lo ha sido desde 1783 (hasta el error de Nikita Jrushchov)

    – Abastecimiento de agua a Crimea asegurado

    – Ucrania permanece neutral como lo fue Austria y otros.

  • Eugenio Ibarzabal

    Querida Idoia, leo con agrado lo que me contestas y como todo lo que dices me hace pensar. Pretendía llamar la atención sobre que la No Intervención es hoy una intervención en favor de Putin. Y segundo, que como el viejo refrán dice: “Mira con quién andas y te diré quien eres”, cuando veo a Putin rodeado de los dictadores de Bielorrusia, Irán, Siria, Corea del Norte y Nicaragua, y apoyado por los actuales dirigentes de Chechenia, me rindo y, sin más, empiezo a tenerlo claro y opto.
    No sé cuáles serían los términos de un diálogo razonable. Antes de Elon Musk, Kissinger proclamó el principio de “paz por tierras”. Repito: no lo sé.
    Pero he pasado unos días viendo el extraordinario reportaje de siete capítulos de la BBC, con el título de “Trauma Zones 1985-1999”, que narra, a través de imágenes propias (que, en ocasiones, no se cómo diablos han podido obtenerlas), la historia de Rusia de esa época. He quedado conmocionado. Es un desastre al que se responde con otro mayor, y descubro la importancia que la invocación a la guerra (en este caso la primera de Chechenia) jugó como elemento aglutinador para tapar la catástrofe interna de Rusia.
    Entendí por qué tantos rusos han seguido ciegamente a Putin, e intuí el porqué de esta última locura de la invasión a Ucrania. Rusia sigue sin estabilizarse, sin encontrarse, sin lograr seguridad y confianza en ella misma. A partir de ahí, empiezan los chivos expiatorios y el “recurso a la amenaza y la guerra exterior”.
    A Putin no le pasó nada con Chechenia, ni con Georgia, ni con Siria. Todo le salió bien. Y pensó que, tras la salida de Afganistán, los americanos cerrarían los ojos y optarían por la no intervención.
    Y al igual que Hitler, traspasó el umbral que no debería haber traspasado nunca. ¿Qué adónde quiero llegar?, pues tan solo a decir que la respuesta está en la propia Rusia y en los rusos. No es cierto que no se haya probado la vía diplomática, pues han existido ofertas; han sido meses de negociaciones previas a la invasión. Hoy siguen los contactos. Pero es que el problema es interno, es suyo, y solo en consecuencia nuestro.
    Creo que aún estamos al comienzo de esta historia.


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