Eugenio Ibarzabal

El demonio existe.

Publicado por el 25 Jun 2017, en Sin categoría

Me confiesa que le duele mucho el pie y que tiene que dar el camino por terminado. Me sorprende la seguridad con la que lo dice. Le contesto que la puedo acompañar hasta un médico, que tal vez sea menos de lo que teme y que con un descanso de un par de días es posible que pueda reanudar la marcha. Se reafirma en que no.

Es alta y fuerte. Suiza. Genevieve. Me llama la atención su pelo alborotado, sin que uno sepa muy bien si es su pelo o más bien ella quien se resiste al peine. Tendrá unos cuarenta y tantos años.

Parece tenerlo todo arreglado. Marchará a Sevilla, lo que me sorprende, y cuando se recupere irá a León y desde allí terminará el camino. Me pide ayuda para encontrar la mejor combinación, pero para cuando empiezo a enterarme de algo observo que lo tiene todo ya organizado.

Me pregunta por mí y por mi ocupación, lo que no es para nada habitual. Y cuando le confieso que escribo parece aún más interesada en continuar con la conversación.

-El médico me dijo: o caminas o te hinchas a pastillas. Y decidí caminar.

Intuyo que ha sufrido una depresión, o tal vez la sufra todavía, aunque lo que de verdad aprecio en ella es un entusiasmo al hablar que nada parece tener que ver con el abatimiento previo.

A su hermana la mató su marido con un cuchillo. Pero lo organizó de tal modo, dejando pistas previas, que pudo aducir enajenación mental al ser detenido, y quedó libre al muy poco tiempo. Era un gran abogado. Genevieve luchó, pero fue imposible demostrar que lo sucedido no era sino un crimen para quedarse con el dinero de la esposa. En un momento del juicio cruzó la mirada con la de su cuñado, y pudo observar una sonrisa, tan leve como imposible de ser captada por cámara alguna. Se estaba riendo de ella y ella lo sabía. Finalmente, iba a ser el triunfador.

Meses más tarde la madre de Genevieve se suicidó. Apareció asfixiada en su coche. Al principio ella pensó que aquella decisión era consecuencia de la depresión que sufría tras la muerte de su hija.

Pero la sorpresa posterior fue aun peor.

La policía descubrió que su marido había comprado el kit de helio con el que su madre se había dado muerte. La policía lo acusó de inducción al suicidio. Pero nunca pudo demostrarlo. Quedó libre y con el dinero de la madre, cometido al que se había dedicado con intensidad en los meses anteriores.

En un plazo de dos años Genevieve se quedó sin hermana, sin madre y sin dinero. En ese momento su marido la abandonó.

-¿Has oído hablar de la historia de Job?, me pregunta. Sí, claro, le contesto.

– El demonio existe, y me ha tocado a mí.

Ahora la veo caminar muy lento. Cojea. Es evidente que se ha dañado. Le acompaño en el coche hasta la estación.

-El médico me dijo: “o caminas o te hinchas a pastillas”, ¿lo recuerdas? El demonio lo sabía y no me va a dejar otra salida que hincharme a pastillas.
No soy capaz de decirle nada. Los dos miramos hacia la carretera, sin hablarnos. Sopla un fuerte viento.

De repente se vuelve a mí.

-¿Lo oyes?… Es el demonio. Está feliz. Por fin lo ha conseguido.

Y en ese momento sé que ella se ha entregado en sus brazos para siempre.

Nunca más hará el camino. Es inútil lo que yo le diga. Es más, observo que estoy deseando dejarla en la estación y despedirme de ella, pues puede arrastrarme también a mí.

Me mira ahora de una manera extraña. Sonríe. Una imagen me sobrecoge.

Ahora ella es el demonio.

-Mi corazón no puede seguir amando a la humanidad si ya no tiene personas a quien amar, dice casi sin mirarme.

Y, renqueando, desaparece.

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