Eugenio Ibarzabal

De Shackleton, de la sabiduría y de los ingleses

Publicado por el 15 Abr 2012, en Sin categoría

El 21 de Diciembre del 2009 escribí en este blog (ver blog) una reseña sobre la historia de Shackleton, un explorador británico que atrapado por el hielo, en las peores circunstancias, consigue salvar a su gente y devolverla a su amada Inglaterra. Mira por donde, el día pasado tuve la oportunidad en Londres de ver la exposición de fotografías de la famosa expedición. Como fue acompañado de un par de fotógrafos, aunque muchas de las fotografías se perdieron por no poder arrastrar su peso (recuérdense los cristales de la época), su hazaña quedó grabada para la historia. La exposición es pequeña, está situada en la Queen´s Gallery de Buckingham Palace, y es emocionante.

Por una parte me doy cuenta de que si esta osadía, ejemplo de profesionalidad y de valores no sólo de Shackleton sino de buena parte de sus compañeros, ha quedado para siempre no es solo por su éxito final, sino también porque las fotografías dan fe de ello. ¿Cuántos actos heroicos habrá habido, cuanto hecho ejemplar se habrá producido en la historia, del que no tenemos ni idea, porque no resultó finalmente bien y porque no hubo luego nadie para contarlo?… En definitiva, solo conocemos una pequeñísima parte de nuestra propia historia. Pero pienso que a los autores de esos hechos, llegado el momento, les daría igual. Lo hicieron porque tocaba hacerlo. A algunos les salió bien, y a otros no. Porque, en el fondo, el resultado solo en parte dependía de ellos. Aplicaron aquello de “que por mí no quede”.

He aquí el anuncio que puso en la prensa para el reclutamiento :
“Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío extremo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito”. ¿No parece una auténtica metáfora de lo que es la vida?…

Veo las caras manchadas por el humo de los componentes de la expedición, y vuelvo a recrearme en el afán de estar sanamente ocupados todo el día, manteniendo un orden, un horario, unas actividades, porqué y porque sí, muy a pesar de que el resultado de ellas, en sí mismas, no era otra cosa que conseguir evitar los pensamientos negativos. Si hubieran caído en la tentación de admitir que tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir, lo que era verdad, hubieran muerto. Pero no lo hicieron. Aguantaron. Y a veces lo único que toca es aguantar. Ya sé que todo esto tiene poco que ver con la cultura dominante actual, pero creo firmemente en lo que digo, y a mí al menos me ha venido muy bien.

Como en St. James Park con el periodista, y a partir de ahora buen amigo, Iñigo Gurruchaga, con el que tengo la sensación de conocerle de toda la vida a partir de los primeros cinco minutos en los que nos hemos visto por primera vez. A veces pasa. Me abre montones de posibilidades en Londres, y eso que nuestra relación no ha hecho sino empezar. Una suerte topar con él.

Pero cuando salgo de la exposición de fotografías me doy cuenta de otra cosa: que el querer pertenecer a un país lo hacen también buenas historias como ésta, historias de las que todos los británicos se siente orgullosos. Y el orgullo tiene que ver con la buena respuesta que dimos a los retos que nos vinieron en los malos momentos. Vale para una persona y para un país. Y cuando no estamos contentos con nuestro país es porque no tenemos buenas historias a las que agarrarnos ni contar a los demás cuando estamos mal.

Leo una interesante reseña de un libro a propósito de la sabiduría, de si son más sabios los japoneses o los americanos. No se sorprendan, no, porque el libro es muy serio. El resultado final tras la encuesta es que unos y otros alcanzan el mismo nivel de sabiduría, pero los japoneses la consiguen a una edad más temprana que los americanos, que necesitan más edad para lograr lo mismo. El autor da una explicación, basada en una investigación, pero me interesa menos el resultado que los criterios de la encuesta que ha servido para tal descubrimiento. Para medir la sabiduría de una persona han utilizado los siguientes:

  • capacidad de encontrar oportunidades para resolver los conflictos
  • capacidad de llegar a compromisos.
  • reconocimiento de los límites del conocimiento personal.
  • toma de conciencia de que pueden existir diferentes perspectivas a la hora de enfrentarse al mismo tema.
  • asunción del hecho de que las cosas pueden empeorar antes de que vayan a mejor.

Esto último me ha recordado algo en lo que creo firmemente: lo que merece la pena conlleva pena, la pena está al principio del cambio, y se presenta ocupando y protagonizándolo todo. Ese es el peor momento. Si a alguien le interesa la referencia, el autor del estudio es el Dr. Igor Grossman, de la universidad de Waterloo, en Canada.

Tal y como anunciamos en su momento, hemos realizado el V Taller de Innovación Personal en Loyola. La evaluación fue particularmente alta, en conformidad con la experiencia con grupos más pequeños y con los que se puede trabajar aún mejor. Hubo mucha oportunidad de hablar, en común y en privado. Entre las sugerencias, la posibilidad de hacer un taller más avanzado con las personas que ya han asistido y el cambiar el formato a un día más, dando así la posibilidad de trabajar más personalmente en la habitación. Tuvieron la sensación de ir demasiado de prisa. Tal vez una cosa es que se les haya pasado el tiempo volando y otra las ganas de disfrutarlo un poco más despacio. Veremos. ¿Por qué no?…

El taller se está transformando conforme pasan las ediciones. Es cada día más un método para tomar decisiones, un método para gestionar sentimientos y para evitar que estos tomen finalmente las decisiones por nosotros. Esta es la parte que en el futuro me gustaría desarrollar más.

Qué agradable la presentación de la cuarta edición de “La Pasión de Mejorar”, con Eduardo Anitua, Josune Bereziartu y Javier Otaola como presentadores. Lo edita Díaz de Santos. Una reunión de amigos, sí, pero qué buenos amigos y cuantos. El libro tiene a partir de ahora una distribución mucho más extensa y muy pronto llegará la edición digital. Está ya en las librerías. Las fotografías son de mi buen amigo Javier Bárez Cambronero.

Llevo ya casi cuatro meses viviendo en Inglaterra, trabajando en el proyecto que me traigo entre manos y, sin pensar que aquí todo son maravillas, no puedo menos de constatar algunos hechos:

  • me llama la atención la apertura de la gente, su cordialidad y su voluntad de responder con normalidad a lo que le preguntas. No hay esa agresividad tan habitual por otros lares. Sé que esa educación puede ser puramente formal, pero me da igual: las formas conducen al fondo. Y si ya empezamos por carecer de formas, es imposible llegar al fondo.
  • cuando te dicen que te van a contestar, lo hacen. Cuando te dicen que tardarán en enviarte algo diez días, lo hacen en seis. Y cuando uno no necesita más que la dirección donde vive para realizar gestiones, uno se pregunta porqué en otros lugares necesitamos tanto papel y tanto documento generado por unos y por otros para demostrar que no somos unos tramposos. El país funciona. Te lo ponen fácil. Hay una confianza inicial básica. Si luego la traicionas, allá tú con las consecuencias.
  • La gente se presenta a sí misma y se pone a hablar contigo. Sin llegar a lo que ocurre en América, hay una cierta normalidad en el acercamiento personal.
  • Y por encima de todo, si no están de acuerdo con lo que dices, sonríen y te lanzan otra idea, pero no defienden su posición presentando argumentos morales, como si los que no están de acuerdo con lo que uno piensa lo hicieran por tener siempre pensamientos ocultos. Casualmente, los pretendidos pensamientos morales de algunos coinciden con sus intereses personales. Hablemos claro: no es que eso esté bien, sino que te conviene. No me hables de moral, sino de tu interés, totalmente respetable. Por poner un ejemplo, que no se trata de la calidad del servicio público, como algunos nos dicen, sino de sus condiciones laborales.

Que los demás no son unos canallas, simplemente no tienen porqué pensar como uno. Nada más. Pueden estar equivocados, o tal vez el equivocado puedas ser tú, o los dos, e incluso puede también que los dos tengamos parte de razón. En esas estamos. Cuando leo lo que leo de España, pienso en aquello de que la cuestión no es quién es el culpable, sino en cómo salimos de ésta.

Algunas de las fotografías son de Brighton y de sus alrededores. Por cierto, acudo a una multitudinaria representación de la Pasión efectuada de una manera exquisita en la misma playa. Ahí queda el reflejo.

Contestar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Enviando el comentario acepto la política de privacidad de esta web