Eugenio Ibarzabal

Cuando el odio llega

Publicado por el 19 Nov 2017, en Sin categoría

Hace años leí una frase de Elie Wiesel, un superviviente del Holocausto, Premio Nobel de la Paz en el año 1986. Decía así: “cuando llega el odio, ya es demasiado tarde”. Me llamó la atención. Cuando se llega a un cierto punto, venía a expresar, ya no hay retorno. Esa era su experiencia.

Fue verdad en el caso del País Vasco, y así se explica la gravedad y la duración de las barbaridades que todos conocemos, y he tenido la misma impresión ahora, cuando sigo lo que está sucediendo en Cataluña.
Hay un límite que se traspasa cuando llegamos a odiar. No hay, al menos a corto plazo, vuelta atrás. Esto vale para la política, para los países y para las personas. Entramos en un terreno desconocido y en el que la referencia fundamental no es uno sino el otro. No es lo que uno de verdad quiere, sino lo que pienso que el otro me ha hecho. Ya no mando yo, sino una idea del otro.

 

He seguido la información fundamental a través de “La Vanguardia”. Y lo que más me ha llamado la atención ha sido observar el tono posterior de los comentarios de los lectores.

Es el inconfundible sabor del odio. Pocas veces he visto semejante cantidad de barbaridades, falta de respeto, ánimo de venganza, insultos de todo tipo, muestras de machismo y comentarios procaces reflejados en tan poco espacio. Leía los primeros comentarios anonadado y pasaba a los segundos pensando que, tal vez, habría algún ejemplo de serenidad, pero lo cierto es que los siguientes eran aún peores, aunque no tan graves como los que venían a continuación. Qué mal me ha hecho su lectura. Y si los lees un día y otro, tratando de observar una tendencia, lo único que obtienes es que cada día es peor que el anterior. Más odio que ayer pero menos que mañana. Al mismo tiempo, advertía que si no era capaz de decirme a mí mismo: para, déjalo, no leas ni uno solo más de esos comentarios, volvía a leerlos. Descubría así una cierta adicción en su lectura.

¿Por qué se permite su publicación? ¿Hay derecho a manifestar tal odio contra el otro, de manera anónima? Creo, de verdad, que no lo hay. Deberían ser juzgados como delitos.

No son más que reflejo del propio odio. Nada más. Se advierte, además, que generan aún más odio en los demás. No aporta más. Es el único fruto de tal ejercicio de “libertad de expresión”: más odio. ¿En nombre, pues, de qué valor superior se publican esos comentarios?

También me ha sorprendido ver cómo hay quien introduce sus propias opiniones, en muchas ocasiones insultantes contra los que no piensan como ellos, en chats de los que uno forma parte y cuya finalidad es compartir opiniones e informaciones sobre temas que nada tienen que ver con lo que, de repente, nos encontramos, sin que el administrador de turno haga algo más que decir que “se recuerda que este chat no está abierto a temas ajenos a los que nos ocupan; se ruega abstenerse”. ¿Cómo es que se recuerda, cómo es que se ruega? ¿Por qué no lo borras de inmediato, si eres la persona que lo administra?

¿Les ha ocurrido en estos días que alguien se acerca y te pregunta qué es lo que piensas sobre Cataluña? Sin darte tiempo a contestar te dicen que no entienden nada, pero, repentinamente, hete aquí que parecen entenderlo todo, pues te sueltan una barbaridad tras otra sin darte oportunidad de matización alguna. Tu opinión, observas, les importa un bledo; se trata de un asalto a tu intimidad, sin respeto alguno a tu propia opinión.

Un mero ejercicio de odio.

¿Y han observado, si dices algo que les incomoda, que de inmediato te sueltan un juicio de tipo moral, sobre lo que está bien o lo que está mal a propósito de Cataluña? ¿Han advertido una acusación solapada que viene a decir que o se está con unos o con otros, que observan ambigüedad en ti, que no eres claro, porque ser claro es pensar como piensan ellos? Pero, ¿desde cuándo se consideran autoridad moral para proclamar lo que lo que está bien o está mal?…

¿Y a mí que me importa su juicio moral? ¿No habían empezado la conversación preguntando por mi opinión? Ya digo, no les importa nada. Hace un tiempo criticábamos a los viejos curas, afirmando que quiénes eran ellos para decirle a uno qué está bien o qué está mal. Pues bien, ahora observo que hay un montón de nuevos curas que consideran que le pueden decir a uno lo que les venga en gana, muy a pesar de que no se les haya preguntado nada, ni se les otorgue autoridad moral alguna, ni pisen templo alguno desde hace años. ¿Han observado los juicios morales de políticos y tertulianos?

¿Por qué tenemos que aguantar, educadamente, el odio de los demás?

El odio ha hecho aparición en nuestras vidas, se siente seguro y se cree con derecho sobre nosotros. Aduce legalidad, a veces desahogo y en todo caso libertad de expresión.

Pero, he de reconocerlo, me afecta. Me sorprendo a mí mismo al recoger las hojas muertas del jardín y observar los pensamientos que me llegan a la cabeza. Sí, son pensamientos contra otros. Sí, es odio. ¿También yo? Y en ese momento recuerdo la proclamación del Estat Catalá en Barcelona por el President Companys en octubre de 1934, los sesenta muertos tras los cañonazos del Ejército dirigido por el general Batet, la represión de Asturias (dos mil muertos), el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 y lo ocurrido el 18 de Julio de ese mismo año. Ese es el balance del odio en España.

¿Conocen la historia del general Batet? Era catalán, hizo lo imposible para evitar la intentona de Companys, la reprimió como mejor pudo, y en febrero de 1937, por haberse proclamado leal a la República, fue condenado a muerte y fusilado por Franco en Burgos.

Y es que, llegado el odio, no perdona nada ni a nadie. Si en algo estarían de acuerdo los testigos de aquella época, sean de un bando o de otro, es que el odio llegó a dominarlo todo.

Hace unas semanas un joven deportista catalán dijo que la situación podía dar lugar a una guerra civil. Le llamaron descerebrado. ¿Quién lo está más? ¿Quien lo teme y anuncia o quien se ríe y continúa insultando, como si no hubiera posibilidad alguna de que pasara algo aún más grave?

A veces pienso que si no fuera porque formamos parte de la Unión Europea y no existieran medios de comunicación europeos independientes, redes sociales y televisión, el escenario podría ser ya bien diferente.

Me pregunto cómo ha surgido tal odio, desde cuándo, quiénes fueron los responsables, por qué lo hicieron. Porque las responsabilidades son individuales. Son personas concretas. Cada cual sabe cuándo y porqué tocó allí donde hacía mal, en lugar, ya no de tocar donde hacía bien, lo que es tal vez mucho pedir, sino de callar, que lo es bastante menos. La única aportación de algunos, tras de lo que han dicho, ha sido dejarlo un poquito peor de lo que estaba un minuto antes.

Día a día. Durante años.

¿Sabían que la situación iba a llegar hasta donde ha llegado? De saberlo, ¿hubieran obrado igual? Llegados a este punto, ¿van a poder dar marcha atrás? ¿Cuántos personajillos públicos de hoy deben su posición exclusivamente al odio que manifiestan contra los que no piensan como ellos, a jalear lo peor que llevamos dentro? ¿A cuántos se les podría preguntar, además de insultar, qué más sabe Vd. hacer?

Quizá lo único que hemos aprendido es, primero, que conviene frenar un metro antes. Dicho de otra manera: por lo que más quieras, PARA; aunque solo sea por un momento, PIENSA las posibles consecuencias y PARA. Y ante la duda, CALLA.

Y segundo, atreverse a decir: déjame en PAZ.

Que cada cual lo aplique donde más quiera y más le duela.

N.B. El odio es como la niebla: no deja ver lo que tienes delante. Es una fotografía de hoy mismo desde el Mendaur, en Ituren (Navarra)

Comentarios

  • Imanol

    Eskerrik asko Eugenio y que disfrutes de esos maravillosos lugares.


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