Eugenio Ibarzabal

Lo que he aprendido de Juan Ajuriagerra, el Hermano Mayor

Publicado por el 30 Ago 2018

Se cumplen cuarenta años de la muerte de Juan Ajuriagerra. Comencé hace un año a investigar. Había mantenido una entrevista con él, tres meses antes de su muerte. Me dejó, literalmente, con las ganas. Constaté luego la importancia que su entrega a las autoridades franquistas tuvo entre los suyos. Entonces me entraron aún más ganas de aprender.

Constaté que apenas sabía nada, más allá del respeto compartido por casi todas las personas que lo conocieron, que coincidían también en resaltar su carácter seco y autoritario. Escuché también muchas barbaridades contra él. En lo fundamental, le tildaban de hombre de partido, en la peor acepción del término.

He aquí algunas de las lecciones que he aprendido.

1.- Su capacidad para identificar bien lo que la mayoría piensa, por más que una minoría pueda hacer ruido y aparentar que representa y tiene más poder que los demás. Confía en el sentido común de la gente, aunque, en principio, ésta no se manifieste y más bien calle. Una cosa es la clandestinidad, otra la opinión de la gente; lo que, traducido a un mundo actual, significa: una cosa son las quejas, los discursos públicos y la crispación, y otra la respuesta final, pues el centro de gravedad social puede estar en otra parte. Ver lo que no se ve.
Hay en él una visión optimista de las personas, lo que, teniendo en cuenta las penalidades que sufrió, da mucho que pensar.

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De vuelta de un viaje a Sevilla.

Publicado por el 07 Feb 2022

Observo que el libro de «Los Sota» se sigue vendiendo. Han pasado ya más de cuatro meses y se ha impreso la segunda edición. No oculto que me llena de ánimo. Y no solo las ventas, sino todo lo ocurrido alrededor del libro: los comentarios, las entrevistas mantenidas y los correos con personas que se han acercado hasta mí ofreciéndome más y más información. En algún momento pensé que solo a mí me interesaba esta historia, pero, afortunadamente, estaba equivocado; había al parecer muchos que pensaban que ya era hora de contarla.

Y ahora ya, lanzado a otro proyecto. Es curioso, hay un vacío amenazador entre el final de un proyecto y el comienzo de otro. ¿Seré capaz?, ¿es mi final?, ¿me vendrán más ideas?

En mi caso, creo que hay que tratar de no agarrarse a la primera idea que surja, sino saber aguantar la inquietud, aprender a esperar estando en babia y disponerse a escuchar y ver lo que, a veces, tenemos delante y no se ve.

En babia, escuchando esa música que me hace bien.

Pero a veces no es posible estar en babia, suena mal y los pretendidos prejuicios morales lo impiden. Ya se sabe, no se puede estar sin “estar haciendo algo”. Por eso hay que forzar; en mi caso, marchando en esta ocasión a Sevilla por unos días. Cambias de escenario geográfico y, obligadamente, cambias de escenario mental: otros acentos, otra habitación, otras conversaciones, otro clima y otra comida. Y dejarte llevar; abandonarte, centrarte en la “ensaladilla rusa” de “Mariscos Emilio” (evitar los restaurantes en los que la sirven con “sacabolas” de helado), el atún preparado de tan diversas formas en “La Sal” (excelentísimo templo del atún), o el rabo de toro de “El Cairo” (un restaurante clásico donde no hay que ir el primer día porque puedes terminar por repetir y no probar ya ningún otro más).

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Cuando el odio llega

Publicado por el 19 Nov 2017

Hace años leí una frase de Elie Wiesel, un superviviente del Holocausto, Premio Nobel de la Paz en el año 1986. Decía así: “cuando llega el odio, ya es demasiado tarde”. Me llamó la atención. Cuando se llega a un cierto punto, venía a expresar, ya no hay retorno. Esa era su experiencia.

Fue verdad en el caso del País Vasco, y así se explica la gravedad y la duración de las barbaridades que todos conocemos, y he tenido la misma impresión ahora, cuando sigo lo que está sucediendo en Cataluña.
Hay un límite que se traspasa cuando llegamos a odiar. No hay, al menos a corto plazo, vuelta atrás. Esto vale para la política, para los países y para las personas. Entramos en un terreno desconocido y en el que la referencia fundamental no es uno sino el otro. No es lo que uno de verdad quiere, sino lo que pienso que el otro me ha hecho. Ya no mando yo, sino una idea del otro.

 

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Balance de un retiro

Publicado por el 21 Oct 2017

Llevo un tiempo retirado. Observo que mis expectativas de cuando comencé y la realidad de lo que ha sucedido no han coincidido del todo. Pero algo sí se ha cumplido: el teléfono ha dejado de sonar. Ha vuelto a suceder. Otra vez.

Antes se produjo con mi salida de la vida política, luego con el abandono de la consultoría. Uno sabe que va a suceder, y, sin embargo, el ego se resiente. Pero es solo el ego.

Se ha producido algo muy sencillo: lo que tú hacías antes, hoy lo puede hacer otro. Incluso mejor. En este sentido, no ha hecho sino funcionar la ley de la oferta y la demanda. Te han sustituido. Pero, en otro sentido, también es una llamada a darte más.

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El demonio existe.

Publicado por el 25 Jun 2017

Me confiesa que le duele mucho el pie y que tiene que dar el camino por terminado. Me sorprende la seguridad con la que lo dice. Le contesto que la puedo acompañar hasta un médico, que tal vez sea menos de lo que teme y que con un descanso de un par de días es posible que pueda reanudar la marcha. Se reafirma en que no.

Es alta y fuerte. Suiza. Genevieve. Me llama la atención su pelo alborotado, sin que uno sepa muy bien si es su pelo o más bien ella quien se resiste al peine. Tendrá unos cuarenta y tantos años.

Parece tenerlo todo arreglado. Marchará a Sevilla, lo que me sorprende, y cuando se recupere irá a León y desde allí terminará el camino. Me pide ayuda para encontrar la mejor combinación, pero para cuando empiezo a enterarme de algo observo que lo tiene todo ya organizado.

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Hoy me he emocionado.

Publicado por el 14 Jun 2017

Recibo como cada miércoles a los peregrinos que pasan por el pueblo y entran en la iglesia. Hace mucho calor y el paso de El Perdón, con esta temperatura, cansa a cualquiera.

Algunos se sientan en un banco con la mochila amarrada aún a su espalda. Vienen derrengados. Y empapados. Me acerco a ellos y les ayudo, si quieren, a desprenderse de su pesada mochila. Me miran sorprendidos, pero todos me lo agradecen. Advierto su sudor en mis manos. Pero no noto en mi rechazo alguno. El fresco y la penumbra hacen de la iglesia un lugar acogedor.

Se sientan, cierran los ojos y se quedan quietos, muy quietos. Sé que descansan. Me gusta verlos así, descansando. Hay también quien, de repente, dobla sus rodillas, hunde la cabeza entre sus manos y me parece que se dispone a rezar. ¿Qué pedirá? Observo sus caras. Son varios los que se levantan para encender alguna vela. ¿Cuál será su propósito?, ¿por quién la encenderán?, ¿alguien habrá encendido alguna vez, sin que yo lo sepa, una vela por mí?

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Idoia Estornes: «hay que rebotar, rebotar y volver a rebotar»

Publicado por el 29 May 2017

Es un ser especial, en el mejor sentido de la expresión. Creo que a Idoia le va perfectamente la expresión “ser una observadora comprometida”. Hay algo de vidas paralelas entre ella y yo. Nos hemos encontrado en muchos momentos, vivido con intensidad algunos acontecimientos, apreciado mutuamente y, curiosamente, hemos terminado uniendo nuestras vidas a dos súbditos de la Corona británica que nos han hecho la mar de felices. Con su libro sobre ELA: “Cuando Marx visitó Loyola”, la historiadora se sitúa en su vertiente más académica. Aprecio su sinceridad y desparpajo, poco habitual en este país tan “correcto”, aunque yo diría más bien temeroso de llamar la atención.

Le pregunto por ese acontecimiento que marcó su vida.

– Cuando me sacaron de Chile y me trajeron aquí. Un aprendizaje de doble identidad. Importantísimo para mí. Tenía 16 años. Encontrar lo que me encontré no resultó estimulante, pues venía de la democracia. Pero me hago de inmediato al lugar en donde estoy.

Esto es algo que me encanta de ti: tu capacidad para adecuarte a las nuevas situaciones. A los sesenta y pico años por ejemplo, tras una separación, rehaces tu vida.

– A los 63 saco el carnet de conducir. Es que hay que rebotar, rebotar y rebotar. La piedra de toque fue la cincuentena. Conocía muchas leyendas negras sobre menopausias y miserias, gente que se hunde, sobre todo mujeres. Tropecé con un libro, “Fear of fifty” (Miedo a los 50), de Erica Jong, divertido, amenísimo, en el que Jong cuenta todo lo que hizo a partir de esa edad. “Es mi Biblia”, pensé, “esto es lo que voy a hacer”, aunque luego no fuera del todo así. Tenía varios desafíos: el tramo final de la Enciclopedia, la familia -que empezaba a decaer-, un hijo adolescente -que buscaba trabajo-, la pareja –en plena despedida-. Me iba quedando sola. Pensé: esto no puede ser. Regalaba ese libro a mis amigas.

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Iñaki Aldekoa: «Me siento satisfecho, aunque el sufrimiento de este país podría haber sido mucho menor».

Publicado por el 05 May 2017

A Iñaki Aldekoa se le puede aplicar aquella máxima del poeta: “confieso que he vivido”. Ha estado en la lucha política desde el año 1958 hasta hace dos años, cuando dejó el grupo Aralar. Lo conocí a finales de los sesenta y tuvo un papel importante en mi desarrollo político. Más tarde nos separamos. Recuerdo una etapa de alejamiento ideológico total, disputas incluidas, que no impidieron que mantuviéramos el contacto personal. Pasados los años, nuestra relación se ha fortalecido. Hombre generoso, me ayudó mucho con sus recuerdos y correcciones a uno de los borradores de “Cincuenta semanas y media en Brighton”.

Es hombre de sistema, y consecuente a la hora de actuar con lo que en cada momento su racionalidad le exige. Sabe también lo que es sufrir, entre otras cosas, la tortura y la enfermedad. El tiempo ha hecho que sus sonrisas, esporádicas en otro tiempo, se hayan hecho ahora mucho más frecuentes.
Le pregunto por ese acontecimiento que cambió su vida.

– Tengo 19 años y voy a la cárcel, donde paso un año, como miembro de Eusko Gaztedi. Es un cambio de rumbo que va a suponer una mayor implicación política de la que yo había previsto inicialmente.

¿Qué aprende un joven de aquel tiempo en la cárcel?

– Supuso un proceso de maduración. Siempre he sido muy respetuoso para con los mayores. Hasta entonces, pensaba que, por principio, tenían razón. En la cárcel me doy cuenta de que no es así, que podían ser tan mezquinos e ignorantes como nosotros. También conozco a José Antonio Etxebarrieta, que junto a Gabi del Moral tuvieron mucha influencia en mí.

Esas fueron, pues, tus primeras influencias…

– No, la primera fue la de mi padre, trabajador en el molino de casa, carpintero autodidacta y chofer mecánico, que en aquella época significaba ser casi un especialista, que me daría un gran consejo. Siendo aún estudiante, sabiendo que yo estaba comprometido en política, me dijo: “no dejes nunca los estudios. Tienes que terminar la carrera. No dependas nunca económicamente de la política para vivir”. Ese consejo resultaría fundamental. Mi padre tenía también preocupaciones sociales, y leía toda la literatura socialista que caía en sus manos. “En el enfrentamiento, hay que primar siempre el trabajo sobre el capital”, decía. Ha sido importante para mi manera de entender el socialismo. Era cristiano, pero no de ir mucho a misa. Extremadamente crítico con la jerarquía eclesiástica. Supongo que era la consecuencia de lo que había visto en la guerra. Murió de repente, y al saberlo, sentí un mazazo en la cabeza; todo lo que había dentro de mi cuerpo se rompió en trozos, como si fuera de cristal.

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Arantzazu Amezaga: «Nunca he sido una niña»

Publicado por el 09 Abr 2017

La visito en Alzuza, a las afueras de Pamplona. La conocí hace cuarenta años y no nos habíamos visto ya más. Tiene, pues, sentido preguntar aquello de “qué fue de ti”, pero, de inmediato, me doy cuenta de que lo que aún pesa en esta mujer son sus primeros treinta años de vida en el exilio, que la marcan de manera definitiva, empezando por ese acento inconfundible, al que algunos califican de argentino. Le pregunto por un momento especial en su vida.

– Abril de1956, cuando mis padres me dijeron que dejábamos Montevideo. Mi familia pensó que podía regresar del exilio. Significaba dejar Uruguay. Yo me sentía americana, pero me di cuenta de que era vasca. De repente. Tan grande fue el dolor, que fui a la playa, me senté en un banco y me puse a llorar. Es la vez que más he llorado en mi vida. Tenía 13 años. Recuerdo la sensación de desgarro que gravitó sobre mí por primera vez. Yo me hubiera quedado allí, pues era feliz. Sentiré lo mismo luego, al dejar Venezuela: la sensación de estar dividida en dos y la inevitabilidad de romper con una de mis raíces. Porque no eres ni una cosa ni la otra, o eres más bien las dos.

¿Qué significa ese desgarro?

– Cuando salías de casa y marchabas a la calle hablabas y gesticulabas distinto. Te movías de una manera diferente a la de casa. Aprendes a sobrevivir, a adecuarte, a ser otra persona. Intentas hablar como ellos, los otros. Pero el desgarro interior permanece para siempre. Así fue mi infancia.

Muy a pesar de vivir en aquel tiempo en América en una situación muy diferente a la de los que llegan hoy aquí.

– Sin duda, pero mis padres vivían con la sensación de que estaban de paso. Aquello no era definitivo, y, en consecuencia, había un cierto mensaje que te recordaba cada día que “no te hagas del todo”. Las maletas estaban siempre listas para volver. “Esto es provisional”, te decían. No dejaban que te encariñaras demasiado con el país, por más que lo respetaran. Era un paréntesis. La verdadera vida empezaría en cualquier momento y en Euskadi, y había que estar preparada para ese cambio.

Una identidad clavada a fuego.

– Desde el primer momento. Mis padres marcharon al exilio americano, en 1941, en un barco, el “Alsina”, donde había tres componentes: vascos, españoles y judíos, y cada grupo ocupaba un determinado lugar en el barco y tenía un portavoz. Pertenecías a un grupo, no a otro. Lo evidente es que uno era vasco y punto.

Vivías formando parte de una red emocional, que significaba también protección.

– La buena imagen de los vascos en América viene de lejos, desde los exiliados de las guerras carlistas. Argentina es para mí agradecimiento. Recibía a los vascos sin necesidad de papeleo. Uruguay supone la enseñanza de la democracia y la escolarización. Un trato exquisito entre sus gentes. Los vascos no nos caracterizábamos por la amabilidad, al menos entre nosotros. Somos más bruscos. Eso también se aprende. Y luego Venezuela, el cielo azul, un sol esplendoroso; cuando llegué, en 1956, era el país de promisión, la verdadera tierra de gracia, descubierta la riqueza petrolera, y que accedía a la democracia. El dictador Pérez Jiménez cargó tantas cosas robadas en el avión en que huyó al ser derrocado, que tuvo dificultades para poder despegar.

Y en Venezuela, el encuentro con el amor.

– Sí, a los catorce años conocí a Pello Irujo, y desde entonces juntos hasta que murió. Más de cincuenta años. Fue simplemente vernos… y todo lo bueno empezó.…

Esa buena imagen de los vascos en América era, pues, cierta.

– Llevaban una fama impoluta. Cada vasco tomaba su propio camino, sin haber vasco preso o pasando necesidad, pues había solidaridad en cada comunidad, del norte al sur de América. A la semana de arribo conseguías o te conseguían trabajo. Había una autoridad moral, derivada de los Centros Vascos, “palabra de vasco”, decían en Uruguay y Argentina. No entraban en la política del país correspondiente. Hay quien piensa que eran más bien conservadores en lo político, pero se trataba de gente despojada en su pueblo de origen, que había trabajado mucho en su nueva vida, y no se dejaban arrebatar una vez más lo que consideraban suyo, porque lo habían conseguido de la nada.

Y un día de diciembre de1972 decidís que hay que volver.

– A la Nabarra de mi marido, la patria de los Irujos. No queríamos que nuestros hijos tuvieran esa condición doble que hace sufrir. No seguir siendo americano y vasco. Que sean vascos o venezolanos, pensábamos. Todo en el afán de evitarles ese sufrimiento. Que no estén divididos como habían estado sus padres. Hay una parte que se aferra a lo anterior. Pero resurge la actitud del refugiado, que implica saber adaptarse, no enfrentarse, evitar problemas. El refugiado de entonces partía de la convicción de que no tenía ningún derecho. Había que ganarlo. Con quien te aceptaba te relacionabas bien, y con quien no coincidías, tratabas de eludirlo. Los hijos del exilio lo hemos tenido siempre claro. Piensas que relacionarte con quien no te quiere es mucho lío; te das la vuelta y te vas. El espacio es enorme. Oteiza solía decir que es una actitud muy vasca.

El exilio supuso, pues, una carga.

– También sentí pena al observar que las gentes de aquí no habían vivido la democracia y la vida de libertad que yo gocé. Muchos de aquí que tanto se rebelaban, solo habían conocido amargura y destilaban parte de esa amargura. Habían sido derrotados, viviendo en su propio país. No habían conocido nada bueno como nosotros. La libertad es el aliento, un aliento amplio y generoso del que yo disfruté y otros no.

En América trabajas para la fundación Alianza para el Progreso de John Kennedy. Lo llegas a conocer.

– Una gloria de hombre, guapo, atractivo, sonriente. Hablaba de los temas políticos a ritmo de poesía. Siempre agradeceré haber sido elegida para aquel trabajo, como bibliotecaria, enseñando a leer y escribir a los campesinos, montando para ellos bibliotecas especializadas. Su lema era “un hombre, un libro”. También conocí a su mujer, Jacqueline, vestida de seda, pero de carácter de acero. Hablaba castellano. No me extrañó su entereza y su valor en los momentos inmediatos a la muerte de su marido.

Pero la América que tú conoces va a ser al poco tiempo lugar también de dictaduras e insurgencia.

– Recuerdo la entrada de Castro. Así como el lema de Kennedy fue “un hombre, un libro”, el de Castro fue “un hombre, un arma”. En lugar de convocar elecciones y ceder el poder, lo retuvo hasta el final. Castro ha sido una desgracia para su país y para América. Cuando escuchaba cómo le alababan aquí, pensaba: ¿cómo alguien puede estar aún en esa onda? Hizo una guerra durante dos años ayudado por los americanos, muriendo tantos jóvenes, para luego venderse a los soviéticos que pagaban más.

¿Qué echas en falta en tu vida?

– Nunca he sido niña. No he tenido momentos de inconsciencia. No he trepado a un árbol sin pensar en el vacío. Desde que tengo memoria me di cuenta de que estaba en el exilio, que es tierra de nadie. Aprendí a andar sabiendo que un resbalón era mortal. Recuerdo que un día, observando a mi ama, que tenía problemas de salud, pensé: “Si le pasa algo, voy al orfanato”. Porque en el exilio no hay otra familia que la parental. Los abuelos, los tíos, el complejo familiar, está lejos. De algún modo eso me ha marcado. Siempre vas caminando con temor. Se aprende a sobrevivir.

A la luz de hoy, ¿qué te ha ido bien en la vida?

– Soy optimista de naturaleza y he tenido suerte. He vivido momentos esplendorosos, pues viví el final del franquismo. Me tocó presenciar el festejo del arribo democrático cuando aquella avioneta nos trajo a Manuel Irujo a Noain. Había miles de personas. Fue un júbilo para Navarra, luego se torció. Pero hay que ver lo positivo. Cuando amanezco me digo: hoy me va a pasar una cosa buena y una mala. Y tengo que balancearlo. Porque no somos ni tan sortudos ni tan desgraciados. Eso me ha ayudado mucho. En casa fuimos perdedores, pero nunca tristes. Aita, que era un intelectual, era más un hombre de risas. Y a mí me gusta reír. Pello reía mucho. Hoy vivo con mucha ilusión la marcha del Gobierno de Uxue Barcos.

Y hablabas de que también has tenido suerte.

– Suerte en las cosas importantes, porque hay cosas importantes y cosas que no lo son. La salud, mis hijos me han dado satisfacciones sin fin, mi matrimonio fue excelente, mis padres extraordinarios. Son cosas importantes. Hoy pienso que incluso ha sido bueno haber vivido con una cierta apretura desde el punto de vista económico, sobre todo en mi etapa de juventud.

Estando en Alzuza, te tengo que preguntar por tu relación con Jorge Oteiza.

– Iziar y Jorge me adoptaron. Ella era maravillosa. Lo atemperaba, lo moderaba. Nos reíamos mucho en aquellas tertulias bajo el techo de esta casa y en el de la suya, donde está ahora el Museo. Nunca entendí sus líos con Chillida; ni cuando se pelearon ni cuando, un día, se amigaron. La esencia de nuestra relación era la charla amena, el buen humor y las risas. Hablábamos e incluso discutíamos de América, de arte, de filosofía, de poesía… de Euskadi, siempre, y por más grave que fuera el tema, terminábamos riendo.

Y ahora la vejez, que llega para quedarse.

– Es un tema complicado. Sentir que el cuerpo no responde como antes y asumir la soledad cuando se ha ido tu amado compañero. Tengo miedo sobre todo a convertirme en una carga. Eso también me ha dado el exilio: la voluntad de no ser carga para nadie. Hasta ahora lo he logrado.

Una vida.

– Un recuerdo infantil: dejando Montevideo rumbo a Caracas, cargando una mínima biblioteca personal.

– Estudios: Licenciada en Biblioteconomía y Técnica Superior en Archivos, Facultad de Humanidades y Educación, Caracas.

– Escritora: Diecinueve novelas históricas, biografías, entre ellas la de Manuel Irujo, entrevistas, colaboraciones en revistas y artículos de opinión en Grupo Noticias y otros.

– Premios: Sabino Arana (2014); Elgeta (2016); Premio Manuel Irujo (2016)

– Pasiones secretas: la natación. Casi diariamente. Le gusta elaborar abalorios. Y cuida sus rosales.

Sabino Padilla: «La visibilidad tumba hasta el más humilde»

Publicado por el 27 Mar 2017

Con Sabino me ha sucedido algo muy especial. He tenido relación con él desde antes de que nos conociéramos, hace relativamente poco. Me confundían con él en la calle, pues dicen que nos parecemos físicamente. Varias veces me han parado y preguntado por mi opinión del partido del domingo del Athletic. Alguna vez he seguido incluso la conversación como si se tratara de él. En realidad, no he hecho sino escuchar hablar al interlocutor, que para eso es por lo que quería saludar a Padilla, para decirle lo que el Athletic tenía que hacer, según él. Mientras tanto, yo respondía con monosílabos y me despedía amablemente, para no dejar en mal lugar a mi desconocido amigo.

Le llamo en uno de sus ir y venir de Canadá, su nuevo territorio de sueño. Le pregunto por ese antes y después.

– No tengo una fecha precisa, pero sí acontecimientos que sirven de transición hacia otros. Nacer en Otxandiano me ha condicionado, porque suponía que para ir a más tenías que emigrar, que salir, que marchar, pues en Otxandiano no había oportunidad de formación. Y esa idea me ha marcado, pues es lo que he hecho a lo largo de mi vida: ir de un lugar a otro.
Otxandiano, pues, para lo bueno y para lo malo.

Otxandiano marca carácter. Hay algo especial en sus personas: son sociales, interactivos y abiertas, junto a un cierto sentido optimista de la vida.

¿Tú eres así?

– No tanto. Eso es lo que me ha dado desde pequeño mi familia y ese ambiente. Gran parte de lo que hecho luego ha dependido de lo que mis padres hicieron conmigo. Han estado ahí por si acaso, pero nunca vigilándome. Lo mismo me sucedió en Eskoriaza. Son pueblos que forjan a uno. Se habla de los pueblos como lugares cerrados, pero en mi caso el recuerdo es de lugares abiertos, donde la relación es fácil. No he visto esa gente obcecada con lo suyo de la que a veces se habla, sino gente lista para salir, sabiendo desde siempre que el pueblo da lo que da.

Un buscador de conocimiento. Valladolid, Saint Etienne y luego Canadá. ¿Qué encontraste en Canada y en los Estados Unidos de América?…

– Personas, nuevas relaciones, laboratorios, como los que he conocido en Denver. Observar lo que hacen y cómo lo hacen. Se abren muchas posibilidades, que te permiten modificar lo que habías aprendido. Desaprender. El ochenta por ciento de lo que hoy sé, no se me dio en la Universidad. Sí que partía de conocimientos anteriores, de catedrales mentales necesarias, de conceptos que siguen siendo los mismos, pero la inmensa mayoría de mis catedrales actuales las he construido luego.

Hace poco hablaba con un amigo, buen conocedor de la obra de Picasso. Me decía que, al final, su proceso de innovación era siempre el mismo: construir, destruir, salvar lo fundamental y reconstruir.

– Me vale para lo que hago. Es así. Lo fundamental son las preguntas, que siguen estando presentes. Las respuestas cambian, en ocasiones en función de la tecnología, pero muchas de las preguntas continúan y reconstruimos respuestas.

¿Por qué tu elección por la medicina deportiva?…

– Debido a que era, y soy, muy deportista. Estimaba mucho a montañeros, como Martin Zabaleta o Angel Rosen. Los escuchaba por la radio y eran mis ídolos. Saint Etienne me permitió estudiar e investigar en medicina deportiva. Luego llegó el IVEF.

Pero en ese momento se presenta Chávarri y el Reynold (luego Banesto), y con ello el ciclismo y el rendimiento.

– Sí, lo que supone una aplicación práctica del investigador que ya era.

Para muchos de los que practican el deporte de élite, finalmente, ¿les merece semejante pena?

– A muchos les merece la pena y a otros no. Depende de los resultados, que son de diversos tipos. Hay quien descubre que ha perdido demasiado para lo que ha ganado. Hay una visualización social, que se centra más en unos que en otros, y que, llegado el momento, desaparece. He observado, sin embargo, que algunos lo aceptan muy bien, y que, a pesar de todo, no se arrepienten de nada. Tras haber estado arriba, hoy pueden ser conductores de coches en la carrera, trabajando en total anonimato, contentos, con normalidad. Continúan en el mundo al que pertenecían, la caravana de los ciclistas, y no se les cae anillo alguno. Pero no sucede con todos; hay quien sigue necesitando la visibilidad.

Hay, pues, gente con gran capacidad de adaptación.

– Mucha. Y con mucha humildad, porque el sacrificio y la recompensa pueden no estar muy acordes. El éxito depende también de las decisiones y circunstancia de otros. Dar tanto reconocimiento de éxito a una persona, cuando hay tantas que han contribuido a ese éxito no es lo más justo. Pero es así. Tienes que tener el potencial, sin duda, pero no es suficiente. Hay también un entorno, y las circunstancias.

¿De qué depende el éxito?…

– Primero del potencial, luego de la voluntad de sacrifico y la dedicación, luego los aspectos técnicos son importantes, y, finalmente, de las circunstancias.

Puntúalas.

– El potencial es imprescindible. Si no lo hay, más vale no seguir. Sé que voy a generalizar, pero el entrenamiento es el 50%, lo técnico es el 25% y otro 25% las circunstancias, el medio que te rodea, que es muy importante.

¿El éxito es siempre justo?

– Sí lo es, porque sacrifican mucho, hipotecan la vida de su entorno, con un costo personal muy alto. La familia vive más los fracasos que los éxitos. Los fracasos se viven en tercera persona. La familia sufre un montón. A veces no se le reconoce; es el hijo quien más disfruta del éxito. El hijo piensa: “sí, sí, habéis estado ahí, pero el que ha corrido soy yo”. En todo caso, las relaciones de familia y pareja entonces eran más estables que las de hoy.

De allí al Athletic, y, tras el futbol, tu decisión de abandonarl. Vives acontecimientos muy desagradables. Se produce un cambio de vida. Observas la necesidad de abandonar la exposición. Y hay un traje que te va a ir bien, el de investigador.

– Es el momento de mi separación, mi abandono del Athletic y el inicio en la dedicación total a la investigación, pero para ello tenía que aprender inglés. Y con ello, ese salto de siempre: más. Esos acontecimientos no me moldean como persona. Ya estaba formado, pues era un investigador antes de introducirme en el rendimiento.

Sin embargo, hasta ese momento has estado más volcado en el rendimiento que en la investigación.

– Sin el éxito de la etapa de rendimiento creo que me hubiera dedicado muchísimo antes a la investigación, aunque tengo que decir que la etapa de rendimiento es también una etapa de investigación, aunque distinta, sin laboratorios, y ligado a plazos, personas y circunstancias que no puedes controlar.

Tenías, pues, un Plan B.

– No orientado al rendimiento. Pero no me arrepiento, porque la exposición y el stress te hacen también saltar hacia adelante. Son otros los que me exponen en la época de triunfo, y la visibilidad tumba hasta el más humilde, que además no era mi caso. Es como la espuma de la cerveza: sube y te quedas sin espuma muy pronto. La exposición para mí se ha acabado.

¿Has cambiado mucho?

– No he cambiado. Rendimiento y exposición son inevitables. De la exposición mediática también he aprendido mucho. Es muy fácil poner el foco en alguien y destruirlo.

Has vuelto a nacer. Habrás tenido ofertas y tentaciones.

– Pero sé lo que me hubiera vuelto a pesar. Tienes que optar por lo personal, que valoro mucho más que lo económico. Surgió un tiempo sabático por mi cuenta; lo tenía que aprovechar y rehacerme como investigador.

¿Queda amargura?

– Sí, claro. Hay un momento en que todo el mundo cree que te conoce y puede hablar de ti. La visibilidad es como si te sentaras con todos a la hora de comer, eres uno más de ellos.

Y surge el chico que se fue a Eskoriaza, luego a Valladolid, a Saint Etienne, a Bilbao y a Vitoria. En busca de más.

– La pregunta no es de dónde eres, sino más bien quién eres.

Julio Caro Baroja solía decir que el País Vasco difícilmente puede dar respuesta a la fuerza del pueblo vasco, porque es mucho más que sus recursos.

– Todo está en el imaginario de un colectivo. Eso es lo que realmente funciona. Y en ese imaginario está el ser ambicioso, tener más familia, querer más. Siempre más. Y una vez que vives esa necesidad, eso no tiene fin, es para siempre.

Hay gente sin embargo que no quiere más. Se trata de escoger y elegir.

– Y la respeto. La felicidad es vivir y obtener de la vida acorde con tus expectativas, en conformidad con tu imaginario. En mi caso es responder a una infelicidad que viene de muy antes.

¿Has aprendido a convivir con la amargura?

– Hasta cierto punto. Es también en ocasiones rabia, una cicatriz que está ahí. Se reduce en tamaño, pero existe, y esa existencia es el origen de mucha energía. Desarrolla otros aspectos.

¿En ese proceso del científico se encuentra en algún momento con lo religioso?

– No soy religioso, soy más bien intimista, me gusta lo desconocido, darle respuesta. En esos momentos aparecen preguntas, pero me gusta dar respuesta con hechos, y la respuesta siempre es incompleta, y sigo buscando. No vivo con la catedral construida desde el principio.

¿Qué es lo que te hace levantarte de la cama cada mañana?

– Constatar que he vuelto a despertarme, sentirme bien, ir a correr, sin ninguna limitación que no sea mi intensidad, rememorizar lo vivido y recordar lo aprendido. Somos lo que recordamos, para volver a destruirlo otra vez.

¿Y mañana?

– No pienso en que me queda poco. No pienso en retirarme. Tengo planes. Vivo de esos planes. Crearlos es distinto que realizarlos, porque realizarlos implica una vuelta al rendimiento, a la exposición, y todo eso conlleva los problemas de los que ya hemos hablado antes.

Investigar y publicar lo investigado son dos caras de la misma moneda. ¿Hay juego limpio en las revistas científicas?

– Son buenos referentes. Sirven de árbitros. También aprendes de los porqués de sus rechazos.

Y de nuevo, empiezas a construir otra catedral.

– Me daría pena que porque se caiga una piedra me levantara sin ganas de construir otra catedral.

Al final, ¿qué es lo importante?

– Lo importante es la amistad, y esta es una palabra muy grande, atemporal y que no guarda relación con la cantidad de tiempo que le dedicas a él y a esa relación. Trasciende lo cuantitativo. Empatizas. Y te reflejas en esa persona amiga.

Una vida.

– Nacido en Otxandiano en 1958.

– Doctorado en Saint Etienne.

– Profesor de Anatomía y Fisiología en el IVEF.

– Ingreso en el equipo ciclista de Reynolds, más tarde Banesto.

– Director de los Servicios médicos del Athletic de Bilbao.

– 2008. Prime viaje y estancia en Vancouver. Investigación en Bilogía celular.

– 2013. Responsable de Investigación en ortopedia en BTI. Vitoria.

– Le sigue gustando el deporte e ir a los Pirineos con los hijos.

– Autor preferido: Jaret Diamond, un médico que ha sabido interpretar la historia de la humanidad de una manera única.

– Película: El Gran Dictador.

– Un paisaje: Lake Louis, en Canada.